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Diario YA


 

Catolicidad, Patria y nacionalismo

Joaquín Jaubert. 31 de octubre. Con atención leía ayer el artículo, en este nuestro periódico, de mi paisano y antiguo alumno el profesor Carlos Gregorio. Hacía un buen análisis crítico de los últimos argumentos del nacionalismo canario. Por un momento, recordé que se parecían mucho a los esgrimidos en la obra de Vizcaíno Casas Las autonosuyas, especialmente cuando el líder de la autonomía serrana descubrió como lengua propia el farfullo aprovechándose de un defecto de su frenillo. La semejanza de ambas argumentaciones supongo que provienen del mismo problema. En cualquier caso, como historiador que conoce bien su tierra, se sentiría abochornado de tener que comentar ciertos dislates de este fenómeno político lejos de la realidad social de un pueblo, que por ser crisol de toda España, no se siente identificado con taifas que nunca conoció.

No siento como tarea mía nada que se aparte del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia. Jesús amaba su Patria y con Él todos los santos, cada uno a la tierra de sus padres, a lo largo de la historia. Es más, el cuarto mandamiento, como aparece en todos los catecismos incluye el amor a la Patria como un deber. Pero algunos “amores” pueden ser enfermizos si son desequilibrados. Por ello, ante las desgracias que hemos vivido durante dos siglos en torno a los nacionalismos cuando se convierten en enfermizos, creo oportuno recordar lo denunciado por los últimos Papas. El 22 de agosto del 2001, decía Juan Pablo II: “En estas últimas décadas, caracterizadas por el desarrollo de la globalización y marcadas por el resurgimiento preocupante de nacionalismos agresivos…” y, en España, el 3 de mayo de 2003 a los jóvenes: "Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado…”. En su libro «Memoria e identidad» (pp. 87-88), explicaba la diferencia entre patriotismo (sano amor a la propia patria) y nacionalismo (una degeneración peligrosa) con estas palabras: «el nacionalismo se caracteriza porque reconoce y pretende únicamente el bien de su propia nación, sin contar con los derechos de las demás. Por el contrario, el patriotismo, en cuanto amor por la patria, reconoce a todas las otras naciones los mismos derechos que reclama para la propia y, por tanto, es una forma de amor social ordenado». No se puede decir mejor. El 14 de Noviembre de 2002, ante el Parlamento italiano: “El camino que permite mantener y valorar las diferencias, sin que se conviertan en motivos de contraposición y obstáculos al progreso común, es el de una solidaridad sincera y leal. Esta solidaridad tiene profundas raíces en el alma y en las costumbres del pueblo italiano”.Lo mismo podía afirmarse del pueblo español tan alejado de las directrices insolidarias, y tremendamente egoístas, de sus dirigentes.

Recientemente, de forma parecida al anterior Pontífice, el 24 de agosto de 2008 Benedicto XVI, advirtió contra la vuelta a “posiciones enfrentadas nacionalistas que tan trágicas consecuencias han producido en otras épocas históricas”. Y, anteriormente, el 26 de octubre de 2006, proponía unas pautaso consejos a diplomáticos para evitar“los riesgos de replegarse en sí mismos, del nacionalismo exacerbado”.

El nacionalismo que surge en nuestras comunidades autónomas o regiones utiliza una historia inexistente o falsificada para justificar o disfrazar apetencias puramente económicas. Ese es un nacionalismo nada solidario y, por tanto, enfermizo y peligroso para una catolicidad que tiene sus miras en lo que anunciaba el profeta Isaías: "Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas; vendrán y verán mi gloria" (Is. 66, 18). El nacionalismo, tal y como se predica, es una ideología que no hace referencia a los fundamentos espirituales de una Patria sino que más bien los destruye en una nueva presentación de un uniformismo totalitario. No es de extrañar que, antes y ahora, donde crece el nacionalismo mengua la religión católica, sólo hay que meditar en algunas estadísticas.

En otro artículo anterior escribía sobre las persecuciones al cristianismo en países islámicos y, por parte de los hindúes, en la India. Siendo cierto que, con los primeros siempre ha habido conflictos, no lo es menos que el nacionalismo de algunas tendencias políticas ha acrecentado el odio en estas naciones contra todo lo cristiano y que la India,  que no tenía antecedentes de violencia contra los cristianos, al resurgir el nacionalismo hindú se haya sumado a esta práctica.

 
 
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