El “putsch” separatista catalán y la prensa compinchada
Miguel Massanet Bosch. El tema que, en estos días, está adquiriendo una importancia que nunca debiera de habérsele dado, que ha puesto de nuevo como una noticia trending topic o, en nuestro idioma, como tema del momento, para toda la prensa española y, preferentemente la catalana, ha sido el de la comparecencia ante el TSJC del expresidente de la Generalitat catalana, señor Artur Mas y dos de sus colaboradores, las señoras Ortega y Rigau; todos ellos investigados por la simulación de consulta popular que intentaron montar el 9N los separatistas catalanes, con la ayuda y financiación del gobierno catalán, para que los catalanes dieran un impulso, mediante su voto ( aunque no fuera con carácter oficial ni tuviese ninguna de las garantías de limpieza, control y seguridad de un verdadero referéndum con todos los requisitos legales) al proyecto de ruptura de la unidad de la nación, la democracia española, por parte de una minoría integrada en la ciudadanía de la autonomía catalana, empujada, dirigida y motivada por una serie de políticos prevaricadores y desleales con la Constitución que prometieron respetar y hacer cumplir, la del año 1978.
El circo que se ha montado, adrede y con la intención de convertirlo en un medio de propaganda ante las naciones de la CE y, de paso, con el objetivo de reavivar el espíritu nacionalista en aquellos catalanes que, como han recogido las encuestas más recientes, comenzaban a abandonar la idea de que, una separación de Cataluña de España, era algo provechoso para los habitantes de esta autonomía. La mascarada, perfectamente organizada y, curiosamente, apelando a lo que se le reprochaba a las grandes manifestaciones de apoyo al franquismo cuando mediante autocares, vehículos contratados y autobuses, se transportaba a miles de ciudadanos para llenar las plazas en las que tenía lugar el acto de exaltación del régimen; lo que han llevado a cabo sin el menor pudor con tal de que la comitiva de los encausados, a pie y con gran solemnidad, estuviera acogida durante el trayecto hacia el TSJC por unos miles de fanáticos independentistas, hondeando banderas y cantando himnos de apoyo a los “mártires” de la causa que acudían a ser juzgados “injustamente y por motivaciones políticas” ante uno de los tribunales del “oprobioso” Estado español.
Puede ser que, en el resto de España, los haya que no se lo puedan creer y que piensen que se exagera cuando se habla de cómo ha calado, en una parte importantísima del pueblo catalán, la idea de que, desde Madrid, se está manipulando la Justicia para atacar a Cataluña, para acusar injustamente a sus dirigentes y para ir en contra del pueblo catalán, de sus costumbres y de sus intereses. Existe la idea generalizada de que a Cataluña se la está tratando mal; que da más de lo que recibe, que es el objeto del desprecio del resto de españoles y que es cierto que, separados de España, vivirían mejor.
Es obvio que están equivocados, que todo se debe a que se ha permitido, desde hace muchos años, que en las escuelas ( con el traspaso de las competencias en educación) los maestros hayan imbuido a sus alumnos un sentimiento de sentirse oprimidos desde el resto de España, la enseñanza de una Historia completamente manipulada ( a lo que ha contribuido la famosa Ley de la Memoria Histórica) y cargada de tópicos sobre los derechos imaginarios a ser una nación, algo que no ha encontrado apoyo en ninguna parte de la verdadera historia sobre las comunidades de Cataluña y Aragón, incluso, de cuando los reyes francos decidieron darle la categoría de nación a Aragón y, no obstante, el territorio catalán quedo convertido en condados supeditados a los reyes aragoneses.
Por desgracia, la debilidad de un gobierno en minoría, la poca confianza en que algunos de los partidos, tradicionalmente defensores de la Constitución y de la unidad de España, sean capaces de cerrar filas con el Gobierno, si fuera preciso apelar a medidas de más enjundia, de la aplicación del Artº 155 del Constitución o, incluso, de llegar a suspender la autonomía catalana y pasar a ser administrada directamente por el Estado español; nos hacen barruntar que, incluso en estos momentos en los que, los separatistas, están usando artillería de grueso calibre, vayan a tener la energía, la firmeza y el valor de decir ¡basta!, y de poner coto a tanta osadía, temeridad, desvergüenza, chulería e insolencia, antes de que ( ya vemos que los comunistas bolivarianos de Podemos, en plena batalla por la dirección del partido, no obstante ya se han decantado para apoyar el referéndum por el “derecho a decidir”) los tenaces dirigentes de la corriente independentista consigan aumentar, todavía más, el número de adictos a su causa.
Porque es cierto que, aun sabiendo que no lo permiten las leyes y que lo que están haciendo no es más que echarle un órdago al gobierno español, para intentar que cometa una equivocación o una torpeza que les permita explotarla en su favor; no parece que, de momento, estén dispuestos a entregar la plaza ni mucho menos a volver la espalda al “enemigo”, porque todos ellos saben que no tienen otro camino que el de seguir adelante, aunque el recorrido que les queda hasta el final, cada vez se está haciendo más corto y con un fin previsiblemente dramático. Vienen recordando, como grandes ejemplos a seguir, a sus antecesores Maciá y Companys, ambos se conformaron con una “república catalana” dentro de la nación española (algo como lo que, por mucho que se quejen, les viene proporcionado un Estatut que hasta, para los Länders alemanes, sería como una utopía irrealizable).
Los señores Mas, Junqueras, Ortega, Rigau, etc. no se conforman con los derechos y facultades que les proporciona su estatuto autonómico y lo a que aspiran, en estos momentos, es a conseguir un autogobierno que les permitiera legislar y disponer de todos los impuestos para mangonearlos a su antojo. En uno de los soportes mediáticos más fieles a su ideario, La Vanguardia, son páginas y páginas las que dedican, cada día, a fomentar y apoyar la causa independentistas ( por algo salen beneficiados con sustanciosas subvenciones a costa del erario público catalán) y, por añadidura, han puesto una propaganda a doble página de la Agencia Tributaria de Cataluña, anunciando la apertura de 15 nuevas oficinas propias para 15 municipios y anuncia una plantilla reforzada que alcanzará los 800 trabajadores a finales del corriente año.
Y uno se pregunta, ante una situación tan complicada ¿en qué piensan nuestros gobernantes, del gobierno central, cuando en Cataluña van avanzando y dan por hecho que, en poco tiempo, los catalanes, seamos separatistas o no, vamos a tener que tributar directamente a su propia Hacienda? Es posible que no se decidan a actuar hasta que nos veamos obligados, los que residimos en tierras catalanas, a enfrentarnos ante el dilema de desobedecer a una de las dos administraciones, la catalana o la nacional, cuando ambas nos exijan que ingresemos nuestros tributos en una de ellas.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, como ciudadanos residentes en la autonomía catalana, cada día que pasa sentimos sobre nosotros la desagradable sensación de que, desde el resto de España, empiezan a desentenderse de nosotros y que, al fin, vamos a ser los que salgamos trasquilados de este desencuentro entre la autonomía catalana y el gobierno de la nación española. Lo que más nos escuece, lo que nos enrabieta y despierta nuestra ira es que, muchos catalanes y, ante todo, españoles, llevamos años anunciando que esta situación llegaría, que todo este carajo de conversaciones, de “diálogos” de sordos, de presuntos acuerdos bajo mano etc. no van a servir para nada más que para que los separatistas se entrenen dándole bofetadas simbólicas a nuestra pizpireta vicepresidenta, que parece que aún no se ha enterado de que, en Barcelona, no pinta nada y que le va ser imposible mantenerse mucho tiempo antes de que las hostilidades le obliguen a renunciar a su misión.
Lo malo es que los plazos se extinguen, los procedimientos judiciales siguen su curso y las sentencias que puedan llegar a cerrarlos, sean las que sean, a favor o en contra de los encausados, van a tener el mismo letal efecto para las relaciones Cataluña y el resto de España. No es raro que, a medida que cunde el desánimo, entremos en una fase de tedium vitae.