Garzón, su egolatría y Estrasburgo
Miguel Massanet Bosch
Este personaje mediático conocido como Baltasar Garzón, no deja de darnos sorpresas intentando que nadie se olvide de él, que la prensa se siga ocupando de su figura y que la izquierda, que lo apoya, tenga motivos para mostrarlo como un modelo de juez justiciero vengador, algo así como lo definió un conocido periodista de izquierdas, el señor Miguel Angel Aguilar –cuando, el conocido juez, se ocupaba de segarle la hierba debajo de sus pies el presidente señor Felipe González, con el caso de los GAL, en lo que fue un ajuste de cuentas, debido a la rabieta del juez cuando no fue compensado, por sus servicios al PSOE, con el cargo de ministro de Justicia – atribuyéndole el mote de “ El Juez Campeador”. Todos conocemos el particular y selectivo método que, el señor Garzón, tiene de practicar profesión, de sus ideas acerca de las atribuciones de un juez y de los pocos miramientos que lo han caracterizado a la hora de escoger las víctimas propiciatorias de su cruzada revisionista de la historia. Para el señor Garzón no existen los límites jurisdiccionales; no le importan las normas que regulan el ejercicio de la judicatura y, por supuesto, en los últimos años de su carrera como juez de la Audiencia Nacional, se ha dedicado más a promocionarse, a dar conferencias en el extranjero y a sus actividades como miembro conocido y destacado de la izquierda revanchista, que a ocuparse de sus obligaciones como juez; con la particularidad de tener fama de instruir muy deficientemente los expedientes que llegan a su poder.
Un señor que ha sido procesado por tres delitos distintos: prevaricación, escuchas telefónicas ilegales y de retrasar voluntariamente la instrucción del caso Faisán, junto a algunos asuntillos relacionados con las retribuciones que ha percibido, aparte de las que legítimamente le corresponden como juez, por sus viajecitos al extranjero Un juez que, en lugar de intentar pasar desapercibido, dedicado a defenderse de los cargos que pesan sobre él, se dedica, a bombo y platillo, a desacreditar al Tribunal Supremo de su nación, acusándolo de violar sus derechos constitucionales; no parece que sea muy creíble pero, eso sí, cuenta con el apoyo de toda esta parafernalias progresista y de todos aquellos que, en vida del Dictador, no se atrevieron a levantar una mano en contra de él, pero que han sabido guardar el rencor en su interior, por su derrota en la guerra, para que ahora, cuando ya hace muchos años que murió el general y que han podido enfangar su imagen con esta suerte de Historia apócrifa que se han inventado, para ocultar los crímenes contra el pueblo español de la II República y el Frente Popular, y el odio larvado por haber sido Franco quien desbaratara los planes de la Unión Soviética y el comunismo internacional, cuando pretendieron hacerse con el control de España.
El juez Garzón se ha querido presentar ante el mundo como el ángel vengador del franquismo; ha pretendido, torticeramente, presentar un cuadro de terror y de represión desmesurado y alejado por completo de los datos históricos, que han venido recogiendo historiadores imparciales no, por supuesto, los inventados por el señor Tuñón de Lara ¬–un historiador que ha preferido fiarse de los testimonios orales de las supuestas víctimas y sus familiares, que hacer caso de los datos documentales que, por supuesto, no pecan del subjetivismo que acompaña a aquellos – y, sin embargo, ha dirigido todos su esfuerzos a intentar achacar toda la responsabilidad y los crímenes inherentes a toda guerra, a un solo bando; olvidándose, intencionadamente, de que en la otra parte, la de la izquierda radical, de las checas, de los asesinatos de frailes y monjas y de todos aquellos que por ser de derechas, tuvieran dinero, o sospechosos de ser católicos, fueron cruelmente masacrados por los sicarios de la CNT, la FAI o las Juventudes Socialistas, con el solo objetivo de saciar, con la sangre de sus víctimas, su sed insana de venganza y su codicia de los bienes que sustrajeron a quienes eran sus legítimos propietarios. La Justicia, para el señor Garzón, no lleva una venda que le tape los ojos, sino que sólo se tapa uno de ellos y por el otro se permite inclinarse de la parte que a él le convenga.
Es curioso que apele a Estrasburgo y que argumente que no ha tenido independencia para “interpretar” la ley a su antojo. Resulta una teoría muy peregrina, pero que entronca con otras manifestaciones de otros juristas de izquierdas, como fue el caso del señor Bermejo, ministro de Justicia, cuando hablo de que la ley “debe aplicarse según convenga al cada momento”. Uno, en su modestia, entendía que los legisladores proponían las leyes y las aprobaban en el Congreso, para que se aplicasen tal y como se habían elaborado, en cualquier caso que correspondiera aplicarla y no que, cada juez, las aplicara según su particular tendencia política. Es cierto que estos señores que nos gobiernan han interpretado la Constitución de la manera que les ha convenido, obviando de forma evidente, puenteándolos, aquellos artículos de la Carta Magna que les han estorbado para sus fines; ante la pasividad y evidente cooperación de los miembros del TC; que ha preferido dejarse guiar por quienes tienen el poder, antes que enfrentarse al sector político que les han estado presionando para que leyes, manifiestamente inconstitucionales, fueran aprobadas y adquirieran vigencia, con el consiguiente deterioro del Estado de Derecho.
Casos como el del famoso Estatuto catalán, o el de la postergación del uso y enseñanza del español, en algunas autonomías que se han atrevido a enfrentarse con el Estado y han hecho oídos sordos a las sentencia de los tribunales, dejando que la antijuricidad de sus conductas persistiera por encima de la legalidad; son un ejemplo de la incapacidad del Gobierno socialista para poner coto a los desmanes de los independentistas y, no parece que el juez Garzón haya intervenido para remediar tal estado de cosas, antes bien, ha sido un buen colaborador del Gobierno de ZP cuando se ha tratado de ralentizar los procedimientos contra presuntos etarras detenidos por la policía; cuando el Ejecutivo de ZP estaba interesado en que no se atosigase a la banda terrorista, cuando estaba negociando con ella. Si se hubiera tratado de un magistrado independiente o de uno de tendencias conservadoras, en estos momentos estaríamos asistiendo a una campaña de acoso y derribo por parte de la izquierda, con manifestaciones, invasión de las calles y toda clase de insultos e improperios, para que fuera apartado de su cargo y desposeído de la facultad de continuar ejerciendo la judicatura.
Y, cuando nos damos cuenta de la doble vara de medir de este tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, un tribunal que ha sido capaz de condenar a España a pagar una indemnización económica a un etarra de todos conocido, el señor Otegui, argumentando ojeriza de la juez que lo condenó; ya nos podemos esperar cualquier barbaridad de semejantes magistrados que, al parecer, también podrían ser repudiados por el Tribunal Supremo alegando prejuicios contra el gobierno y la legislación española y una intromisión directa en el funcionamiento de la justicia española, al aceptar un caso sobre el que todavía no se ha dictado sentencia alguna, lo que supone una interferencia inaceptable del tribunal de Estrasburgo en la sustanciación de los juicios que se están dilucidando, sobre las acusaciones que pesan sobre nuestro díscolo juez Garzón; una intromisión que significa prejuzgar una resolución que todavía no se ha producido y, sin duda alguna, una forma directa de presionar al tribunal español intentando influir en la sentencia que deberá emitir respecto las responsabilidades del señor juez, que como cualquier español imputado, se sienta en el banquillo de los acusados, mientras espera ser juzgado por los hechos que se le imputan.