Luis Joaquín Gómez Jaubert. 23 de enero.
Dos palabras volverán a escribirse con la pluma de Benedicto XVI, dos realidades estarán de nuevo presentes en el actuar del Santo Padre. Bien sabe el Papa que en Dios hay misericordia y justicia, todo lo pensado - obrado por Dios es misericordia y justicia. Los escritos de santos y teólogos para explicar la justicia y la misericordia de Dios, se han multiplicado en todos los tiempos. El pensamiento de Santo Tomás, recomendado por el CIC para los estudios eclesiásticos, afirma que aun cuando la creación no presuponga nada creado, sí presupone algo en el pensamiento de Dios pues las cosas existirán según lo determinado por la sabiduría y bondad divinas. En este sentido, lo que hace en las cosas creadas lo hace con el conveniente orden y proporción que es la razón de justicia y, siguiendo al doctor angélico, la obra de la justicia divina presupone la obra de misericordia, y en ella se funda pues, en último término, en cualquier obra de Dios aparece la misericordia como raíz. Juan Pablo II, escribió al respecto: “De este modo, la misericordia se contrapone en cierto sentido a la justicia divina y se revela en multitud de casos no sólo más poderosa, sino también más profunda que ella. Ya el Antiguo Testamento enseña que, si bien la justicia es auténtica virtud en el hombre, y en Dios, significa la perfección trascendente, sin embargo, el amor es más "grande" que ella; es superior en el sentido de que es primario y fundamental. El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y en definitiva la justicia es servidora de la caridad. La primacía y la superioridad del amor respecto a la justicia (…) se manifiestan precisamente a través de la misericordia” (…).4.11 Dives in Misericordia.
Con relación al hombre, nuestra justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón y, al tiempo, es acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. Todos los cristianos debemos hacer nuestras, como fundamento de nuestro actuar, la misericordia y la justicia en cuanto discípulos de Jesús y miembros de la Iglesia que, como Madre y Maestra, en su jerarquía, ha de adoptar en sus decisiones, de la manera más perfecta que pueda, expresiones de misericordia y justicia lo que no es tan fácil como algunos puedan creer. No siempre se sabe dejar correr la gracia de Dios por las arterias y venas eclesiales y no siempre todos saben recibir, con el espíritu correspondiente, esa gracia. Paradójicamente, en algunas personas no se asume el hecho de que se tengan expresiones de amor y misericordia con ellas, que no dejan de ser también de justicia. Dejando la conciencia de cada persona para el juicio misericordioso de Dios, hay un espacio, que manifestado en lo externo, queda sometido al juicio y a la misericordia del hombre de Iglesia. El pontificado de Benedicto XVI intenta demostrar que Verdad y Caridad son inseparables y que en honor a ambas hay que procurar que, también, los sean justicia y misericordia. En este contexto, hemos de reflexionar y acoger medidas, que en esta semana se harán públicas. Pidamos la intercesión de la santa Inés ("aquella que es casta y pura" o "aquella que se mantiene pura"), mártir y virgen, celebrada el día 21 del presente mes.
Después de hablar sobre como manifestar el amor, seguidamente Jesús nos dice: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt. 5, 48). En ese camino de perfección el amor nos presenta el verdadero rostro de la justicia. Benedicto XVI lo plantea en su primera encíclica refiriéndolo a Dios y, a pesar de las oposiciones de unos y de otros, en asuntos eclesiales busca la manera de que sus actos, como Vicario de Cristo, no oscurezcan sino trasparenten el contenido de la justicia y de la misericordia, procurando actuar como lo haría el propio Señor. Termino, como buen colofón, con este texto de nuestro Papa: “El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor” (“Deus caritas est” n. 10). Benditas palabras, benditas realidades.