La hija del ministro: afrontar la vida como hijos de Dios
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Pablo Velasco Quintana. 4 de junio. Santo Tomás de Aquino apunta que “San Agustín dice en el Enchiridio: Dios, por ser el bien sumo, de ninguna manera permitiría que hubiera algún tipo de mal en sus obras, a no ser que, por ser omnipotente y bueno, del mal sacara un bien. Esto pertenece a la infinita bondad de Dios, que puede permitir el mal para sacar de él un bien”.
Ejemplo de ellos lo encontramos en numerosos hechos de nuestra historia. Y especialmente admirables los sucedidos en los años anteriores a la Guerra Civil.
En el Madrid de esa época está ambientada La hija del ministro. Cuenta la historia de amor de Elvira, hija de un ministro de confianza de Alfonso XIII, y Ventura, de una rica familia de armadores del norte.
Estamos ante una novela histórica honesta. Alejada del maniqueísmo que nos tiene acostumbrado este género, y sobre todo la mirada sesgada del cine. La hija del ministro refleja el momento como tal: la república como un régimen político inestable e incapaz de garantizar la libertad, y en el que se sucedía una persecución sangrienta contra los cristianos.
Por otro lado es una novela interesante porque da mayor relevancia a lo que Unamuno llamaba intrahistoria, es decir, las historias personales, los dramas cotidianos. Así encontramos a la heroína de la historia, Elvira, que plantea de modo admirable una forma de afrontar la vida como hija de Dios, aceptando y queriendo la realidad, lejos de cualquier falsa concepción del destino fatal o de la pusilánime resignación.
La hija del ministro es también una alabanza a la familia. La familia como primer lugar de desarrollo de la persona, como escuela de amor, como base para la sociedad. Por algo los totalitarismos tienen tanto afán en atacar a la familia, para que la persona quede indefensa y sea más fácil su control.
Es La hija del ministro la mejor novela de Miguel Aranguren, que se muestra como un excelente narrador.
Editado por la Esfera de los libros