Tomado de la mano con Obama voy
Este fin de semana los medios de comunicación oficiales y oficialistas nos han saturado con imágenes que expresan las cordiales relaciones existentes entre los presidentes del Gobierno español y de USA, personaje este último curioso donde los haya, al que algunos definen como afroamericano, otros como negro y otros ponen todo el rigor conceptual de que son capaces para demostrar que no es ninguna de las dos cosas. Para José María Marco «Obama es negro, pero no exactamente un afro americano» mientras que algún analista sostiene con toda verosimilitud que «Barack Obama no es negro. El es, para ser exactos y consecuentes con la genética y la etnología, un mulato». Al final va a resultar cierto lo que leí en la ilustración del caricaturista Jordi Arasa: un sonriente Rodríguez le dice a un no menos pagado de sí Obama: «¡Te imaginaba más negro!»; y el otro contesta: «Por lo que me han dicho, tú tampoco eres tan rojo como pretendes» (http://jordiarasa.wordpress.com/2009/04/06/%C2%A1por-fin-el-esperado-encuentro-entre-obama-y-zapatero/). Vamos, que a unos Obama les parece poco negro y ZP poco rojo.
Viendo a Rodríguez de la mano de alguien que por su cargo antaño habría representado al más negro imperialismo no hay más remedio que evocar los continuos cambios de discurso de la izquierda europea. Siempre me ha llamado la atención que nuestros socialistas encajaran con tanta deportividad un acontecimiento como la Caída del Muro de Berlín y el sucesivo desmoronamiento de los regímenes políticos a los que se había impuesto el socialismo real. Algo que, por su propia naturaleza, habría bastado para relegar estas ideologías al archivo de las más dramáticas pesadillas de la humanidad y no al de las fuerzas políticas con posibilidades electorales. Pero el socialismo sigue avivando el populismo, inspirando despotismo e intolerancia, sembrando el odio, debilitando la libertad y el imperio de la ley y frenando el progreso de los pueblos.
Es cierto que la izquierda europea llevaba desde 1917 mirando a otro lado ante las violaciones de los derechos humanos cometidas en los países comunistas pero, cinismo aparte, hay que reconocer que el derrumbamiento de las viejas estructuras concebidas en el primer tercio del siglo XX por estatólatras del perfil de Lenin o Stalin vino muy bien a una izquierda europea que desde los años 60 parasitaba en un entorno de constante progreso material en el que un discurso decimonónico del género “proletarios del mundo uníos” cada vez encontraba menos eco.
El socialismo en cuanto aplicación de una filosofía, de una concepción de la vida, es un principio que puede ser realizado de distintos modos, conforme a las distintas características de los diversos períodos históricos. Aún más, su acción se adapta de modo necesario a las condiciones históricas. Como consecuencia de esa adaptación a la realidad, el modelo de insurrección bolchevique fue descartado para definir y asumir un modelo distinto, más complejo y más profundo pues compromete orgánica e integralmente las conciencias de las personas. De hecho, la estrategia de acción política directa dio paso a una estrategia de acción cultural indirecta, fundada en un proceso de transformación de las mentalidades. De esta manera, si el liberalismo fue la tesis y el socialismo la antítesis, la síntesis sería el magma en que nos movemos, una ideología común que va más allá de la aparente división entre derechas e izquierdas y en la que aparece recompuesta la unidad de los vencedores en la Segunda Guerra Mundial, rota temporal y aparentemente durante los años de la Guerra Fría.
La raíces norteamericanas de la actual izquierda europea han sido expuestas con detalle por Paul Edgard GOTTFRIED (La extraña muerte del marxismo, Ciudadela, Madrid, 2007). La estrategia dispuesta por el comunista Gramsci fue proyectada por la llamada Escuela de Frankfurt y regresa a Europa desde USA en las elaboraciones ideológicas que activaron y sustentaron el proceso subversivo de los años sesenta del siglo XX, particularmente efectivas entre los estudiantes. Dichos planteamientos son también la base del neosocialismo desarrollado en distintas latitudes durante los años ochenta y noventa y prolongado ya en el siglo XXI con protagonistas como Lula, Evo Morales, Kirchner, Nicanor Duarte, Rafael Carrera, Daniel Ortega y Rodríguez Zapatero. Todos ellos idolatran a Fidel Castro, uno de los déspotas más sanguinarios de la historia, y buscan perpetuarse en el poder asegurándose la reelección ininterrumpida mediante la transformación de la base cultural de las naciones que someten a su ingeniería social.
Si existe alternativa, únicamente será posible si tiene lugar la recuperación de la hegemonía cultural en lo que Gramsci llamaba la sociedad civil (la opinión pública, el “pueblo soberano”). Para Gramsci, esto era más importante y prioritario que alcanzar el dominio de la sociedad política (conjunto de organismos que ejercen el poder desde los campos jurídico, político y militar). Ahora bien, esta recuperación implica la lucha por la Verdad, que no se impone por sí misma, y la capacidad de generar instrumentos coercitivos que, al amparo de la ley, actúen como freno de las tendencias disgregadoras.