“Ainadamar” de Golijov, socorrido tópico sobre García Lorca
Luis de Haro Serrano
“Ainadamar”, del argentino Oswaldo Golijov, ha sido el título elegido por Gerad Mortier para cerrar esta temporada de ópera, preparada a la particular medida de sus ideas, olvidando casi por completo el rico panorama artístico español -en títulos e intérpretes- salvo la tradicional presencia anual de Plácido Domingo y sin tener en cuenta para nada los deseos y preferencias de los aficionados ¿Cuándo va a dejar de querer instruirlos?.
A las lagunas o escasez de títulos de relieve que durante ella se han presentado, se une ahora un nuevo error de cálculo al ofrecer una obra poética poco atractiva o llamativa por su falta de fuerza que, como era de esperar, ha vuelto a crear auténticos quebraderos de cabeza y dudas en el aficionado a la hora de renovar sus abonos.
“Ainadamar”, por su partitura, dirección escénica y la escenografía de Gronk, es una obra sin garra y con poco atractivo. Prueba de ello fueron los cortos aplausos –solo los que obliga la pura cortesía- que el público le dedicó la noche del estreno. Hacía falta un título que sirviera para engancharlo más y generar mayores expectativas para la próxima. Se trata, en cambio, de una obra dirigida a una exigua minoría, que, a pesar de sus conocimientos, necesitará de la realización de varias lecturas para empezar a calar adecuadamente en ella y menos si está basada en un tema que tantas connotaciones negativas ha tenido últimamente en España. Las razones están a flor de piel y todo el mundo las conoce de sobra
Golijov ha preparado una partitura fría pero bella, con una paleta muy amplia de sonidos (son palabras del director musical Alejo Pérez), tan abierta que llena de confusión al espectador, que no sabe al final a que carta quedarse para reconocer la estructura melódica de su contenido general. Como dice en su comentario de presentación, el comentarista musical Joshua Ellisa: “su estructura tiene tal diversidad de lenguajes musicales que resulta difícil descubrir las experiencias humanas que en ella se reflejan”.
A ello se le unen las libertades biográficas con que el californiano David Henry Hwang ha realizado el libreto, super revisado posteriormente al ser traducirlo al castellano por el propio compositor.
El trabajo de Peter Sellars ha tenido más sombras que luces. Si ya de por sí la partitura es lenta, él con su concepción de la dirección de escena la ha ralentizado todavía más. Al haber preparado unos movimientos premiosos y circulares, ha dado lugar a que muchas escenas, a pesar del continuo vaivén de “las niñas del agua” y el contínuo caminar del torero, resulten monótonas, aburridas y con un concepto escénico trasnochado. La selección de los versos de Lorca no ha sido, precisamente, la más apropiada. La fuerza de los primeros textos decae mucho a partir de la mitad de la obra. El excelente trabajo de Nuria Espert, con su característica voz, elegante, dulce y muy descriptiva, ha sonado demasiado soñadora y agridulce. Es muy probable que la dramaturgia de la acción que se narra en estos momentos de tanta tensión y confusionismo, como los que se vivieron en los instantes finales de la vida del poeta granadino, hubiera requerido otros más vibrantes, recitados por una voz algo más rasgada y fuerte para que su acción tuviera un mayor verismo
Si me voy, te quiero menos
Si me quedo, igual te quiero
Tu corazón es mi casa
Y mi corazón tu huerto.
Demasiado aséptica y escasamente sugerente la escenografía diseñada por el pintor urbanista Gronk e inapropiada la presencia del personaje del torero ¿Qué le aporta su figura a la obra? Nada, solo abundar más en la idea del tópico.
Jessica Rivera como Margarita, Kelly O’Connor (García Lorca) y Nuria Rial como Nuria, la discípula de Margarita, tuvieron una actuación lucida, con algunos momentos de singular atractivo, gracias a la fuerza y brillo de sus voces, especialmente la de la 1ª.
Gracias a la generosa entrega de la Orquesta Sinfónica de Madrid –titular del Teatro-, muy bien acompañada por la guitarra flamenca de Adam del Monte, Alejo Pérez pudo afrontar con muy buenas formas esta difícil partitura de Golijov, alcanzando instantes de particular belleza en el largo pasaje de “La confesión”, previa a la muerte del poeta y en el final de la obra.
Después de este desangelado final de temporada, solo nos queda desearle, de corazón, toda la suerte del mundo al Sr. Mortier, para que acierte plenamente con el planteamiento que tengan las obras ya programadas para el próximo periodo 2012/2013 y, al Sr. García Belenguer, que llegue cuanto antes e, incluso, sobrepase con creces la cifra de esos 17.000 abonos que, según indicó, considera ideal para la buena marcha económica del Teatro Real. La Institución y los aficionados de toda España lo merecen de sobra. Es lo que más nos gustaría.