Luis de Haro Serrano
La ópera cómica “El Caballero de la Rosa” compuesta en tres actos por R.Straus (1864-1949) basada en el libreto del conocido poeta vienés Hugo van Hoffmannsthals en el que el compositor también colaboró, se estrenó con pleno éxito en el Königliches Opernhaus de Dresde el 26 de enero de 1911. En ella Straus da una nueva orientación a su anterior estilo, abordándolo con diferente tonalidad, similar a la empleada por Mozart en “Las bodas de Fígaro”. Un estilo que, según se ha comentado en repetidas ocasiones, parecía un paso atrás del compositor, pero nada más lejos porque gracias a su talento, sentido teatral y categoría como compositor consiguió que fuera considerada como una ópera con verdadera personalidad. Su obra más completa.
El título responde a la narración de una costumbre inexistente inventada por el libretista que llegó a confesar, “no hay nada más difícil que presentar lo existente como inexistente”. El libreto es una obra maestra, escrito en un delicioso estilo rococó, alegre y sentimental. Combina elementos de una comedia de enredo con los de la farsa y la sátira realizado con gran maestría. Para su preparación Hofmannsthal bebió en las fuentes de algunos autores como Moliere o Beaumarchais. A todo este bagaje Straus le añade una música con unas melodías cargadas de belleza y originalidad, algunas en forma de vals, como hasta ese momento no había utilizado en sus poemas sinfónicos anteriores, consiguiendo que fuera una de las obras que se empezara a programar con mayor rapidez y asiduidad en los grandes teatros de todo el mundo. La acción transcurre en Viena en el siglo XVIII durante los primeros años del reinado de la Emperatriz Mª Teresa, en torno a 1745. A pesar de estar ambientada en la Viena del Siglo XVIII, los temas musicales se enfocan con el prisma del XIX. La presencia de Octavian y la Mariscala se corresponden con los personajes de Cherubino y la Condesa de “Las bodas de Fígaro”. De la misma forma Straus prefirió que fuera una voz femenina la que asumiera el papel de un joven. En este caso el de Octavian, concebido con la particularidad de que aquí esta relación se presenta con un mayor grado de sentimentalismo y sexualidad.
Igual que solía hacer Wagner, utiliza una serie de melodías identificativas de cada personaje, así como de otras significativas situaciones que aparecen en su desarrollo y suponen una gran dificultad para los intérpretes, dado que, para poder dar más vida al texto que transcurre continuamente con un lenguaje musical en el que se prodiga el recitativo cantado en tono de conversación, además de buenos actores deben ser grandes cantantes.
De principio a fin la obra está llena de sugerentes pasajes. Por ello el espectador debe permanecer muy atento para captar todos sus matices, como la extraordinaria orquestación y exquisita sensibilidad poética con la que Straus la compuso, así como al concepto que cada personaje tiene de su situación; Octavian, Sophie, y el Barón Ochs viven instalados en una época que contempla el inexorable paso del tiempo que afecta a todo lo que representa el final del imperio vienés. Un tiempo que la Mariscala siente que se le escapa pero que comprende y acepta con gran sentido de la realidad y aparente resignación: “Por más que queramos, el tiempo no cambia las cosas, está alrededor y dentro nuestro, corre tanto como un reloj de arena. Debemos saber agarrarlo y soltarlo, los que no son así reciben el castigo de Dios”.
El vals es una forma musical que con diversos matices aparece en los momentos más románticos. Su utilización supone un fuerte anacronismo porque este género no es propio del siglo XVIII sino del XIX.
Puesta en escena
Con esta producción, original del gran director de escena Herber Wernicke, ya desaparecido, realizada para el Festival de Salzburgo en 1995, el Real le rinde su particular homenaje de reconocimiento por la sensibilidad e inmejorable fuerza escénica llena de teatralidad con la que la concibió y que aún se recuerda. En esta ocasión se trata de una nueva producción del propio Teatro procedente del Festival de Salzburgo y la Opera de París
Producción bastante llamativa debido al contínuo empleo de los espejos, que además de servir para darle variedad a la escena crean un ambiente muy intimista, bien apoyado por el buen trabajo de Urs Schönebaum como iluminador. Sin embargo el recurso de la utilización de la escalera, agravado por su color negro y la dificultad que para los intérpretes representa, no encaja con la orientación del resto de la producción. Supone una salida de tono porque recuerda a otros géneros musicales muy diferentes a la ópera, impropios para este título. La dirección de escena de Alejandro Stadler, muy discutible, lo mismo que el diseño del vestuario, especialmente el de Octavian para el momento culminante de la obra; la entrega de la rosa de plata.
Con una partitura llena de tanta sensibilidad poética, una orquesta que consigue que cada atril luzca con luz propia y un director del prestigio de Jefrey Tate, perfecto conocedor del autor, no se puede fallar y eso es lo que ha sucedido en este “Der Rosenkavakier”, que encierra una gran dificultad musical debido a la forma con que la concibió Straus. Gran trabajo de director y orquesta.
El elenco vocal intervino con una calidad artística extraordinaria, no solo por la elegancia de sus voces sino por el movimiento teatral, especialmente Franz Hawlata, primo Ochs, genial en el cierre del acto 2º y en la farsa del 3º. Anna Schmeidarm, la Mariscala; Joyce Didonato, Octavian y Ofelia Sala, Sophie, estuvieron sublimes por la intensidad sicológica con la que interpretaron unos personajes tan complejos. El resto del reparto, sin excepción, intervino con la misma regularidad, lo mismo que el telón rojo, símbolo del amor, regalo del Festival de Salzburgo, contribuyeron, cada uno en su medida, a que la obra alcanzara un desarrollo tan atractivo.