José María Caparrós

Como cada año, los Oscar de Hollywood han gozado de enorme glamour. Los miembros de la primera Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas –la europea, española y catalana sólo intentan emularla– han concedido sus estatuillas doradas con la brillantez que ya caracteriza a la vieja Meca del Cine.

En su 85 edición, se han repartido los preciados galardones entre las películas previstas: La vida de Pi, 4 (sobre todo, el de Mejor director al tawainés Ang Lee); Argo, 3 (especialmente, los codiciados a la Mejor película y Guión adaptado); Los Miserables, 3 (destacando el de Anne Hathaway); Lincoln, 2 (Mejor actor para Daniel Day-Lewis y la Dirección artística); Django desencadenado (Guión original de Quentin Tarantino y al alemán Christoph Waltz como Mejor actor de reparto); y el último Agente 007 Skyfall, 2; aparte de estatuilla para la joven Jennifer Lawrence por su interpretación de El lado bueno de las cosas.

El maestro Steven Spielberg, que fue reconocido como tal por Ben Affleck al recoger su galardón –anunciado desde la Casa Blanca por Michelle Obama, la esposa del presidente–, fue el gran perdedor; mientras la elegantísima Lawrence tropezó por las escaleras al ir a buscar muy emocionada el suyo. Aun así, la fiesta estuvo sazonada con números musicales y la “oscarizada” canción de Adele, en Skyfall, y toda la gala se desarrolló a ritmo trepidante, como si de un filme de James Bond se tratara.

También se quedaron de vacío la representación española –Paco Delgado, el diseñador del vestuario de Los Miserables, junto a la protagonista de Lo imposible, Naomi Watts– y la intérprete de La noche más oscura, Jessica Chastain; pero no así la película del austríaco Michael Haneke, Amour, que obtuvo el Oscar a la Mejor película de habla no inglesa. Al final, con este reparto equitativo y “políticamente correcto”, acaso todos se fueron contentos. Ahora los nuevos galardones repercutirán en la taquilla mundial, que para eso los entrega cada año la industria de Hollywood.