A Roma con amor
Victor Alvarado
Como no podría ser de otra manera, Woody Allen ha estrenado su habitual entrega de todos los años. Estamos ante un cineasta querido por unos y odiado por otros. Sin embargo, todas las estrellas del panorama internacional se pegan tortas por aparecer en sus películas.
A Roma con amor (2012) es una comedia coral, que pretende reflexionar sobre la fragilidad de las relaciones de pareja y la dificultad para encontrar la pareja ideal en este mundo. Quizá la historia de mayor sustancia, aunque no demasiada, puede ser la formada por buenos interpretes como Jesse Eisenberg, Ellen Page y Alec Baldwin, haciendo fabulosamente de abogado del diablo. Como dato curioso, Penélope Cruz hace de prostituta de buen corazón algo muy habitual en la filmografía del realizador.
Woody Allen dirige esta entretenida y divertida comedia, un detalle no siempre habitual en su trayectoria. No obstante, nos parece bastante reiterativa en las cuestiones de fondo, que se repiten una y otra vez hasta llegar a irritar. El tema de la infidelidad está tratado muy frívolamente como si la lealtad ente los miembros de una pareja no fuera posible y no tuviera importancia. Tenemos la impresión de que el realizador intentase venderlo como lo más normal del mundo, lo que concuerda con su forma de entender la vida. Tampoco podía faltar su burla a los católicos despreciándolos moral e intelectualmente por lo que puede resultar ofensivo para toda persona respetuosa con las creencias de los demás. Finalmente, nos ha obsequiado con una escena surrealista en la que demuestra lo bien que cantamos todos en la ducha.
La película se ha hecho en Italia y, concretamente, en Roma, porque la ciudad eterna ha patrocinado A Roma con amor (2012). Las historias que allí se cuentan se desarrollan de manera independiente, aunque todas transmiten el mismo mensaje y, por la banda sonora, parece que estamos ante un largometraje italiano costumbrista cada vez que aparecen las familias italianas. No nos ha gustado la visión tópica del italiano medio, pues el cineasta retrata a los romanos como los que aparecían en los años 60, negando la parte glamurosa que siempre ha caracterizado a los ciudadanos de Italia.