Arturo Fernández, el gentleman de las Artes Escénicas
“Yo considero dichoso a aquel que, cuando se habla de éxito, busca la respuesta en su trabajo” R.W. Emerson
Miguel Massanet Bosch. Es fácil, a tiro pasado, hablar de aquellos a los que se dice que la suerte les ha favorecido en la vida. Es costumbre atribuir el haber triunfado al físico agradable de una persona, a su sex appeal o a su natural habilidad para ejercer una determinada profesión y, si me apuran, todavía resulta más común hablar de personas a las que el éxito les ha llegado gracias a las influencias, a las buenas amistades o a la compra de favores.
Sin embargo, en el caso del actor Arturo Fernández, este veterano artista de la comedia y señor de los escenarios; este ejemplo de tesón y constancia; este inconsumible galán de la comedia y dominador, como nadie, del típico humor inglés, de la gracia fina despojada de cualquier rasgo de humor grosero, escatológico o barriobajero; que ha venido huyendo del chiste fácil, la burda sátira política o del fácil y oportunista recurso de atacar a la Iglesia o la religión; en fin, este gran trabajador de la escena, conocedor de todos sus trucos y recursos, ha sido distinguido, con todo merecimiento, con el más preciado premio para cualquiera que ha dedicado toda su vida a una profesión, sin desfallecer y manteniendo la misma línea de conducta, el progreso constante y, con el añadido, de haber empezado de galán y, a pesar de los años, continua siéndolo con el mérito añadido de conseguir representarlo sin caer en el ridículo, la astracanada o la sobreactuación;.la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, que le fue entregada por la ministra de Trabajo, Fátima Báñez en compañía de la Vicepresidenta del Gobierno, doña Soraya Sáez de Santamaría.
En España, como en la mayoría de países, disfrutamos de excelentes actores y actrices que han sabido demostrar, a través de años de ejercer con dignidad y profesionalidad, su carrera en el cine o sobre los escenario teatrales; convirtiendo su trayectoria vital en un ejemplo de buena hacer, excelencia, dedicación y superación, de modo que sus actuaciones han devenido en convertirse en ejemplares y modélicas, al haber conseguido lo que, para cualquier actor, debe constituir su meta, por encima de sus resultados económicos y satisfacciones personales: el conseguir la admiración, el respeto y la fidelidad del público. Y es que, Arturo Fernández Rodríguez, nacido en Gijón (el mismo año que este cronista), autodidacta de formación, llegó a crear su propia compañía teatral. Productor, director y actor, se convirtió en el máximo exponente del género denominado «alta comedia», con una amplísima trayectoria teatral y cinematográfica.
A un físico agradable ha sabido incorporar, como marca de fábrica, una elegancia innata (siempre va vestido como un pincel) que ha sabido explotar, con rara habilidad, para potenciar sus personajes de la ficción y también, como no, para tomarse la vida en broma, caricaturizándose a sí mismo. Se podría decir que encarna, con frecuencia, en sus numerosas interpretaciones, la figura del conquistador, don Juan, sinvergüenza, aprovechado, sin un duro en el bolsillo y capaz de las más picarescas combinaciones para intentar conseguir un puñado de euros. Valdría decir que, salvando la distancia en el tiempo, se lo podría considerar como una reproducción del propio Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán.
Uno de los méritos, habilidades, astucias o recursos de Arturo Fernández, ha sido su habilidad para mantenerse alejado de la política. Todo actor que quiera interactuar con su público, que desee granjearse las simpatías de la audiencia y no suscitar prejuicios que pudieran perjudicarle en su carrera, sabe que no hay peor propaganda que la de inclinarse hacia una determinada opción política, militar notoriamente en las filas de un partido o mostrase claramente partidario de una opción, tanto si fuera de derechas como de izquierdas. Es evidente que, como cualquier persona, Arturo Fernández tendrá sus opiniones respecto a la situación de España y sus simpatías se inclinarán hacia una determinada ideología, algo que, como ciudadano, se le debe respetar pero que, como actor, es mejor que no lo vaya pregonando, como algunos hacen; porque, en este mundo para muchas personas, entre las que me incluyo, la afiliación política de algunos actores, que se declaren de izquierdas, ya me condiciona, a priori, en su contra. Sé que es una falta de objetividad, ya que hay algunos que son buenos actores, pero no puedo evitarlo y, como me ocurre a mí, les ocurre a muchas otras personas a las que les cuesta separar al actor de su particular ideal político.
En este mundillo, al que yo denomino “de la farándula”, cada vez es más difícil encontrar a alguna persona que no convierta su vida íntima en un escaparate; de modo que cuanto más escándalos, infidelidades, divorcios, noviazgos y excentricidades puedan acumular, más éxito tienen, más público cosechan y más propaganda consiguen para sus actividades profesionales. No juzgo a quienes utilizan estos medios como tampoco lo hago con aquellos que utilizan sus tendencias sexuales para conseguir atraer hacia ellos la atención de los medios de información o aquellas actrices noveles que, para darse a conocer, se dedican al porno o se acuestan con todos aquellos productores, promotores o directores, como un medio para ir escalando en este difícil mundo del espectáculo. Sin embargo, lo que sí es cierto es que existen determinados actores, actrices y demás personajes relacionados con el arte de la representación, que han sabido separar lo que ha sido su vida particular de las exigencias publicitarias de su profesión como actor. Arturo Fernández ha sido uno de ellos; una persona que ha evitado que su vida familiar se haya convertido en la comidilla de la prensa rosa o amarilla y que, lo poco que ha trascendido de sus intimidades nunca ha sido explotado por él como un medio de promocionar su propia carrera.
No nos queda más que alegrarnos por la distinción, merecida, como ya hemos adelantado, que le ha sido otorgada a este prolijo y gran actor que tantos buenos ratos nos ha proporcionado, que tantas risas nos ha provocado con sus interpretaciones y que ha sabido tratar temas escabrosos sin llegar a rozar la vulgaridad, la indecencia, la procacidad, la desvergüenza o la pornografía; con lo cual ha demostrado que se puede tratar cualquier tema con inteligencia, recursos, sentido común y buenas maneras, de modo que pueda ser visto por cualquier persona sin herir su sensibilidad.
Desde estas modestas líneas quiero trasladar mi felicitación a don Arturo Fernández Rodríguez, maestro de actores, experto en dirección y promotor de sus propios espectáculos, por el premio que le ha sido otorgado; reiterando mi admiración hacia sus trabajo y mi deseo que nos siga haciendo disfrutar con su arte por muchos años. O esta es la pretensión de este articulista que, señores, por una vez, no quiere hablar de política.