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Carlos G. Hernández: "50 meses de oposición: un balance"

50 meses de oposición: un balance

Titulan los periódicos que Rodríguez Zapatero, a pesar de llevar cincuenta meses al frente de los destinos de España, ha alcanzado los primeros cien días en la Moncloa tras su victoria en las elecciones de marzo. Sensu contrario el Partido Popular ha recorrido el mismo camino y es a analizar su trayectoria a lo que vamos a dedicar estas líneas, pero no vamos a asumir las convenciones que dictan los medios, sino a mirar con perspectiva el devenir de los populares desde que abandonaron la Moncloa.
 
En estos días de fastos la cúpula socialista no duda en mirar atrás con satisfacción mientras que el PP prefiere recortar el alcance temporal de su discurso y centrarse en el periodo de la crisis económica. No es sólo una cuestión pragmática en busca de réditos electorales. Detrás se esconde un hecho de fondo, vital para comprender la dinámica a la que sirve el PP. El partido de Rajoy es una rémora que sigue los dictados prefijados por el progresismo. Es lógico, por tanto, que omitan con el tiempo su rechazo pasado, aunque fuera débil, a algunas políticas que hoy en día están dispuestos a aplicar. José Blanco, agudamente, ha hablado en varias ocasiones de la hipocresía de sus antagonistas y podemos enumerar a este respecto cuestiones como la Ley de Memoria Histórica, el matrimonio homosexual y Educación para la Ciudadanía, que ya han desaparecido del discurso popular porque las están aplicando en aquellos feudos donde cuentan con poder para evitar su desarrollo.
 
Aunque estratégicamente el discurso de la crisis económica pueda ser útil a los populares para una futura victoria electoral, lo cierto es que nuevamente hemos podido contrastar cómo este partido está haciendo renunciar a su militancia y electorado a la beligerancia en aquellos puntos que, por importantes, son los más controvertidos. La tarea del PP no es la defensa de unas ideas que son reflejo de su electorado, sino la anestesia de ese sector de la sociedad reactivo con el progresismo. En este punto se define por la constante “renuncia”, que no es fruto del hoy, sino que es signo permanente en el devenir del partido. Pero a quien verdaderamente hace renunciar es a su base electoral, puesto que la cúpula dirigente está comprometida ideológicamente con sus antagonistas desde su fundación empezando por el mismo Manuel Fraga. En España hay crisis económica y también territorial, pero el verdadero problema que la aqueja es la quiebra moral y en este sentido los consensos entre gobierno y oposición son mayores de lo cabría esperar. Los populares comunican claramente, por lo menos a los que están dispuestos a escuchar, cual es su deriva recurrente. Aquellos que son capaces de pararse a reflexionar perciben que, mirando atrás, el Partido Popular recorre siempre el mismo camino, que no es otro que el que previamente ha trazado el progresismo.
 
Ya se han olvidado las manifestaciones en defensa de la familia donde ni siquiera se sabía hasta última hora si el jefe del PP iba a aparecer o no. Entonces les movía el cálculo y no el compromiso y ahora, aquellas imágenes, si se recuerdan, se han convertido en comprometedoras para la cúpula de un partido que tiene claro cual es la trayectoria que tiene que recorrer. Ya lo afirmaba el difunto Jesús de Polanco. El PP tiene que aproximar a sus bases electorales al discurso del sistema, un discurso que en principio aborrecen y que a la larga tienen que interiorizar.
 
Algunos señalan en el haber del PP que se mantiene unido, sin observar que la unión popular es una unión de intereses y no de ideales. Curiosamente, cuando la anterior cúpula del PP (Acebes, Zaplana y otros) iba dejando sus funciones todos declaraban haber servido con fidelidad al partido. Al partido, que no a España y a sus ciudadanos y ello se confirma si miramos el proceder del PP en la legislatura pasada. La unidad de los populares, que en otros contextos pudiera ser positiva, hoy es tremendamente negativa puesto que este partido continúa camino de la radicalización en el auténtico carácter del partido.
 
Gaspar Llamazares afirmaba esta semana que en España hay dos partidos de derechas con aspiraciones a gobernar. En realidad son dos partidos progresistas los que se alternan, que coinciden plenamente en el fondo sin contradecirse y que difieren simplemente en el ritmo de aplicación de un programa preescrito del que no podemos sustraernos mientras ayudemos a consolidar este esquema.

 

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