El brazo de Nelson
Desde 1803 el nombre de Santiago se añadió al de Santa Cruz de Tenerife en homenaje al día de la victoria sobre el almirante británico Horacio Nelson. Fue esta ciudad española, Santa Cruz de Santiago desde entonces, la última en sumarse al motivo que mejor significa y simboliza nuestra historia patria. No fue casual aquella coincidencia. La figura de Santiago, no exenta de la leyenda indispensable a la grandeza del Apóstol, surca los siglos y la geografía de la Hispanidad, permitiendo hilvanar con trazo resplandeciente los renglones que dan cuenta de nuestro pasado.
Por fin, en este año en que las autoridades nacionales han decidido eliminar de su programa de fiestas el recuerdo simbólico al Santo Patrón, las autoridades locales han apostado por promover y apoyar el recuerdo de unos hechos que por su ser y por su significado cobran realce en nuestro tiempo y que sirven de respuesta irónica a sus propios promotores pues, no en vano, aquel envite no deja de ser un recuerdo cuando menos incómodo para el separatismo y el liberalismo.
La hazaña a la que nos referimos, ocurrida en 1797, se produjo al calor de la disputa por la supremacía mundial entre Francia e Inglaterra, en la que la monarquía de Carlos IV participaba por entonces como extraño aliado de la nación que ya comandaba Napoleón Bonaparte. Eran los años en los que se estaba afianzando el dominio anglosajón en los mares y el almirante Horacio Nelson había sido encargado por la corona británica para dinamitar el imperio español en América. La reciente victoria en el Cabo de San Vicente y algunas escaramuzas acaecidas en las aguas próximas a Tenerife ofrecieron el camino expedito al almirante inglés para consumar su propósito, dando un golpe certero al gigante en un nudo vital para sus comunicaciones.
La ciudad de Santa Cruz de Tenerife, enarbolando los estandartes de la monarquía española, se defendió valerosamente de las 9 embarcaciones de Nelson y de sus 393 piezas de artillería. El general Antonio Gutiérrez, originario de Aranda de Duero, fue el encargado de organizar la defensa. Recibió sucesivos ofrecimientos de los británicos que le conminaban a la rendición, amenazándole con descargar todo su horror sobre Tenerife si no se sometía a una “honrosa y liberal rendición”. La réplica del general fue contundente: “Tengo pólvora, balas y gente”. Nelson había de sufrir el 25 de julio de 1797 en Tenerife su única derrota que quedaría marcada para siempre en su propia carne. En el asalto, cuando ponía pie en tierra, perdió un brazo porque fue alcanzado por la metralla disparada por el cañón Tigre desde la fortaleza de San Cristóbal, de la que ahora pueden visitarse algunos vestigios.
Los ingleses terminaron por pedir la rendición. El propio Nelson en una carta escrita el 26, cuando se disponía a partir rumbo a Cádiz, agradecía al general Gutiérrez la humanidad y la generosidad con que fueron cuidados sus heridos y surtidos de provisiones sus navíos por el mando español. Por aquella gesta la ciudad iba a añadir a su nombre el de Santiago, a sus títulos los de Muy Leal, Noble e Invicta y a su escudo una tercera cabeza de león, que completara las dos anteriores que venían a recordar las victorias pasadas frente a Blake y Jennins, logradas cada una en un siglo distinto.
La recreación, organizada por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, contó indudablemente con una cálida acogida popular. Ciertamente tuvo más de creación que de recuerdo y también un punto de carnaval, que parece inherente a la idiosincrasia santacrucera más actual, pero ello no obsta para que recordatorios como el presente permitan visualizar que la historia de los españoles es una historia de siglos y que España no es una creación del liberalismo decimonónico sino que, bien al contrario, languidece gracias a éste.