El Papa advertía con dureza frente a esa idea supersticiosa de la Virgen como una especie de ‘santita'
Pedro J. Piqueras Ibáñez María es sin duda una madre y al mismo tiempo es también el mejor antídoto contra la indiferencia ante el dolor ajeno y que nos envía al mundo para ser “una esperanza para los demás”. Al mismo tiempo, Francisco, el Papa, advertía con dureza frente a esa idea supersticiosa de la Virgen como una especie de “‘santita’ a la que se acude para conseguir gracias baratas”, o peor aún, como una madre misericordiosa que contiene la ira de un “Cristo, considerado juez implacable”.
Justamente lo que hace el rol materno de María es resaltar que Dios se ofrece al hombre con un amor sin medida que solo pide a cambio no ser rechazado, lo cual sitúa en el centro de nuestra relación con Él la misericordia frente a “cualquier clase de miedo y temor”.
Así la Iglesia adquiere los rasgos de una gran familia. Y la figura de María es clave, porque con su intercesión y cercanía, sobre todo a los sencillos, ofrece esa cercanía afectiva y un camino seguro hacia Dios por la vía del amor.