Carlos Gregorio Hernández. 16 de Octubre.
Recientemente hemos celebrado el día de la Hispanidad. Esa fiesta, que para algún político resulta poco satisfactoria, también es nombrada todavía hoy en múltiples naciones de Hispanoamérica e incluso en Filipinas como la fiesta de la raza. Históricamente para los hispanos la raza era un concepto desligado de la etnia y vinculado a la cultura. No en vano nuestra fiesta suma la raíz cristiana de nuestra Patria y su proyección universal, desbordando el estrecho marco peninsular, que ya era, de por sí, heterogéneo. Y precisamente es en Ultramar donde primero se apela primero al concepto de Hispanidad. En este sentido son tan hispanos un boricua puertorriqueño como un cubano negro y un dominicano blanco. Aquella categoría que era la raza entre nosotros tenía un significado casi antagónico que en el mundo sajón. Pero en nuestro país este término resulta a día de hoy sumamente problemático porque algunos españoles han asumido e interiorizado los complejos fundados contra nosotros en otras latitudes. Son estos españoles colaboradores necesarios de los enemigos de España, como escribía Francisco de Quevedo refiriéndose a la Europa de su tiempo.
Como es bien sabido la colonización española siempre se ha definido por la mezcla y la interacción con los pueblos con que entró en contacto. No en vano el producto de la sociedad española siempre fue una sociedad mestiza, con una amplia gradación cromática que no tenía por qué ir irremisiblemente vinculada al estatus social, como sí ocurría en la colonización sajona y francesa. Los ingleses en su política colonial siempre practicaron el racismo contra negros, indios, amerindios, chinos, latinos e hispanos. Si se recorre la tierra colonizada por esos pueblos se aprecia una nítida línea que separa las razas y determina el estatus. Si algo ha definido la presencia inglesa en el mundo es la segregación, que no es más que el reconocimiento de la incapacidad para la convivencia con el diferente si no existe una nítida raya que los separe. El peso de los hechos en este punto no deja lugar a dudas ni a interpretaciones. Esto no quiere decir que en España no se de racismo, sino que éste entronca mal con nuestra idiosincrasia y nuestra historia.
Pero para la Federación inglesa de fútbol no es así. Esta semana se han negado a disputar un partido amistoso contra España en Madrid porque entienden que en esta ciudad el racismo es una moneda común. Supongo que las autoridades madrileñas, puesto que es la imagen internacional de la ciudad la que más perjudicada se ve en este asunto, saldrán rápidamente a defender sus intereses, especialmente aquellos cargos públicos que tienen mano en los asuntos de la otrora llamada pérfida albión.
No es el primer incidente en los últimos tiempos, que parecen coincidir con la hegemonía hispana en el deporte como otra coincidió con la hegemonía política. Ya ocurrió algo parecido con Fernando Alonso, cuando disputaba en Cataluña el mundial de Formula 1 contra Hamilton. Los abucheos de la afición de Montmeló al piloto sajón fueron interpretados por la prensa británica como un acto de racismo y no de rivalidad deportiva. Durante los JJ.OO. la prensa inglesa tachó a la selección española de baloncesto de racista por protagonizar un anuncio donde los jugadores, en alusión al país donde se iban a celebrar las competiciones deportivas, imitaban los ojos rasgados característicos de los asiáticos. Nadie interpretó como un desdén a España que las animadoras chinas usaran faldas de volantes y monteras durante los descansos de los partidos. Curiosamente, si nos ceñimos solamente al fútbol, resulta que la federación inglesa es la más sancionada en número de veces y en cuantía de las multas por protagonizar incidentes racistas y violentos y a ninguno se nos ocurre tachar per se a los ingleses de racistas. Pero la realidad, los hechos, que no son opinables, no importan.
Igual que se argumenta que el deporte es empleado recurrentemente por los violentos como un mero pretexto para ejercer violencia, también es cierto que el deporte está siendo utilizado por otros para enriquecerse y por los ingleses para arremeter contra España, como tradicionalmente han hecho en otros órdenes. Si queda algo de dignidad en los dirigentes de la Federación Española y en las autoridades deportivas, que son autoridades políticas, España debería negarse a jugar ese partido amistoso sea donde sea.