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Diario YA


 

petición del cese fulminante de la Secretaria de Estado

ENCANALLAMIENTO

Manuel Parra Celaya.
    Los políticos, algunos, apenas han pasado de una somera declaración de disgusto institucional por el estribillo coreado por unas manifestantes feministas, casi unas adolescentes o sin el casi,  el pasado día 8, que fue grabado por una sonriente Secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad. La excepción, evidentemente, es la del Sr. Abascal y VOX, que han solicitado la dimisión de la susodicha carga pública. Recordamos que, en otras ocasiones, los podemitas y alguno de sus aliados se rasgaron las vestiduras ante palabras pronunciadas en el hemiciclo y que ni de lejos constituían una afrenta a la dignidad humana de este calibre.
    Sabemos que el ciudadano hispánico (o ciudadana) puede ser deslenguado en sus juicios en determinadas ocasiones, que guarda en su memoria atávica un inmenso repertorio de insultos para usar en determinadas ocasiones y que la barrera entre lo público y de lo privado puede desdibujarse en momentos de crispación; no parece ser este el caso de las sonrientes y alegres niñas que coreaban la barbaridad, pues este tono festivo de las manifestantes parecía alejar cualquier asomo de exaltación momentánea y de pérdida de los papeles.
    El estribillo -ofensivo, por cierto, para otra mujer- tenía todo el aire de ser inspirado desde las cúspides, pues todos sabemos que le espontaneidad suele estar reñida con las inexorables consignas que deben corear los manifestantes, a riesgo de ser expulsados los díscolos por los servicios de orden.
    Además, aquí no se trataba siquiera de un exabrupto o insulto personal, sino de una incalificable conculcación del derecho a la dignidad que tiene cualquier ser humano, sea de derechas o de izquierdas, amigo o adversario; se puede discrepar legítimamente de actuaciones o de ideas, pero no caer tan bajo como menospreciar o insultar esa dignidad; máxime cuando las ofensas no solo van dirigidas a la persona en concreto, sino a algo tan sagrado como es la figura de una madre. En otras épocas, incluso, se justificaría ética y popularmente una respuesta poco acorde con lo legal; como decía aquella jota del condenado a cuya madre la ofendieron, “el juez que me condenó no debía de tener madre…”
    Hace algunos años, en el curso de una tertulia donde se comentaban asuntos políticos, me vi obligado a reprender a alguien -muy de derechas, por cierto- que se refirió, en parecidos términos de las manifestantes del otro día, a un político de izquierdas; creo que nunca más me dirigió la palabra, ni yo a él, lo que me pareció excelente.. Otros contertulios se extrañaron de mi tempestuosa salida, y tuve que aclararles que un servidor se consideraba joseantoniano en lo político y lo ético, además de cristiano en lo religioso, y que no podía permitir que se atacara de ese modo, no solo a una persona concreta, sino a una mujer desconocida que merecía el máximo respeto.
    Al definirme como joseantoniano -o falangista sin partido, creo que dije- se entendían no solo unas ideas políticas o económicas -posiblemente más radicales que las del político insultado por el energúmeno-, sino un modo de ser, una impronta en mi personalidad que no obedecía a un programa o una consigna, sino a una interpretación cristiana y española de la vida, permanente por encima de las coyunturas concretas.
    Mi fundamento, en consecuencia, es un profundo respeto a los valores eternos e intangibles de todo ser humano: su dignidad, su libertad y su integridad; a partir de aquí, podemos debatir si tal o cual idea es válida, si una serie de medidas son adecuadas para la sociedad, si unas conductas determinadas son o no consecuentes, o si un gobierno camina por derroteros errados. Pero ni la exaltación momentánea de un debate ni el apasionamiento político pueden descender en una afrenta a estos valores de la persona.
    El vídeo de esas manifestantes, incluida la cara de satisfacción de la Secretaria de Estado al grabarlo, me llevó a corroborar un síntoma patológico, morboso, que afecta a algunos sectores de la población española, sin que pueda precisar su alcance en estos momentos: el encanallamiento. Lo ruin, lo despreciable, lo mezquino, no solo lo vulgar y chabacano, está siendo un peligroso virus altamente contagioso, que puede afectar a muchas personas, y ello sin adscripción determinada de ideologías, partidos, edades o sexos. Añadiría que esto puede representar un germen de enfrentamiento civil en la sociedad, que nunca se sabe hacia dónde puede derivar.
    ¿Qué se puede esperar de esas jovencitas, en este caso, que profieren, con aire festivo, enormidades de esa calaña? Espero que algún día, si es que entra en sus cabecitas poco amuebladas ser madres, se arrepientan de haber hecho caso a la filmadora y a los detentadores de las consignas para una manifestación feminista. Acaso, en este momento,  ni ellas ni sus mentores sepan lo que es la dignidad humana.
    Por supuesto, sin ser de VOX, me adhiero mentalmente a la petición del cese fulminante de la Secretaria de Estado, la del móvil en mano y la sonrisa complaciente. Y lamento que no se acuerde tal petición de cese por unanimidad del hemiciclo. Como no va a ser así, amplío mi diagnóstico de encallamiento a todo un abanico parlamentario que ha restado importancia a esta ignominia.