Iphigenia de Gluck
Luis de Haro Serrano
De nuevo vuelve a un escenario madrileño la tragedia lírica en cuatro actos, “Iphigenia in Táuride”, la de mayor inspiración poética y dramática de las siete operas compuestas por Gluck basada en el libreto realizado por Nicolás-Francois Guillard sobre la tragedia de Eurípides. Composición considerada por los expertos como opera puente entre el estilo barroco y el clásico. Lamentablemente, una obra poco apreciada por los aficionados al belcantismo, a pesar de que en ella el compositor consigue de forma magistral poner la música al servicio de la poesía y el logro dramático de su texto, consiguiendo una composición intensa y emocional muy atractiva en todos los aspectos.
Tras su”Orfeo” es una de las mas sentidas composiciones realizadas por el compositor y, probablemente, la de una inspiración más conmovedora, que alcanza gracias a la fuerza de la música que acompaña al texto. Con ella se adelanta a las composiciones de su tiempo, realizando una síntesis de los elementos barrocos de la ópera francesa, tan característicos de la etapa de Luis XIV, llenos de conceptos rococós y neoclásicos. Con la diferencia de que Gluck, en contra de esta línea que abusaba excesivamente del recitativo, realiza una nueva composición sin olvidar la gran carga teatral y el duro dramatismo con el que transcurre su argumento, compone una música con una nueva línea vocal que apoya los cambios que introdujo en la orquestación general de la partitura, como cambiar la voz de Orestes para confiarla a la tesitura de tenor, así como la composición de una marcha fúnebre de grandes cualidades virtuosísticas para el personaje de Agamenón con la que se cierra el 2º acto. La inclusión de los pasajes de danza era una costumbre muy francesa, forzada para aligerar el peso de los recitativos. Una realidad que Gluck asimiló muy bien pero dándole su propia personalidad
En ella se encuentran atractivos pasajes corales –escitas y furias-, recitativos, arias y dúos, realizados con gran elegancia y dificultad, como el aria de Ifigenia con Pylade, rica y exigente vocalmente que, en cierto modo, recuerda a la conocida “¿Que faró senza Eurudice?” de su Orfeo, confirmando con ello el gran valor musical que la partitura tiene. Como en su día dijo el Abate Francois Arnaud: “En Iphigenia in Táuride”, solo hay una pieza encantadora: la ópera completa”. Los franceses, según el crítico musical de la época, Romaní Rolland, tuvieron una opinión muy diferente sobre las formas musicales de su autor. Unos apreciaron en ella fuentes italianas y otros variaciones de la ópera francesa. Un nuevo estilo italiano que la música francesa no quiso admitir debido a su incapacidad para evolucionar. Este fue su gran pecado. Lo cierto es que su estilo ejerció cierta influencia en compositores como H. Beriloz , R. Wagner y Mozart
La obra se estrenó con corto éxito el 18 de mayo de 1779 en la Academie Royale de Musique de París. En Madrid ha sido poco representada, no se ha hecho desde que el Teatro de la Zarzuela la programara en su temporada de ópera el año 1995 con Ros Marbá al frente de la misma orquesta que en esta ocasión ocupa el foso del Real; la Orquesta Sinfónica de Madrid.
La puesta en escena es del propio Real con una producción propia procedente de la Royal Opera House, Covent Garden de Londres y la San Francisco Opera. Cuenta con el aliciente de tener como director de escena e iluminador a Robert Carsen y en la parte vocal a la experimentada mezzo americana Susan Grahan (Ifigenia) Plácido Domingo (Orestes) y el tenor francés Paul Groves (Pylade) entre otros grandes intérpretes.
El equipo artístico: R. Carsen abusó demasiado del negro de la producción, encuadró en él con demasiada insistencia el movimiento de los escitas y las furias. A pesar de la línea trágica por la que transcurre el drama de Eurípides le habría venido muy bien a la escena una mayor apertura de espacios. Dentro de esta línea de comentario cabe hacerle la siguiente pregunta ¿Por qué la obsesión de ocultar al coro en el foso de la Orquesta?.
Más sereno y atractivo resultó su trabajo de iluminación. De cualquier forma hay que destacar el partido que le sacó a una producción aparentemente concebida con unos medios económicos relativamente cortos.
El maestro Tobias Hoheisel, gran conocedor de la música del XVIII, supo transmitir con gran eficacia a la orquesta y a los intérpretes vocales las grandes posibilidades expresivas que el texto tiene. La orquesta, perfectamente dirigida, demostró lo mucho que ha trabajado la partitura, fundamentalmente para suplir la ausencia de los instrumentos originales que, con su timbre tan característico, tanta belleza le aportan a la música de Gluck.
Susan Grahan fue una Ifigenia ideal, por sus cualidades escénicas y la sutileza y elegancia de su voz, muy preocupada por darle la mejor vida y expresividad a su difícil papel. Paul Groves fue un Pylade de gran nivel. El atractivo timbre y la fuerza de su voz hicieron que sacara adelante con éxito un personaje nada fácil.
Plácido Domingo hizo un magnífico Orestes, sin escatimar ningún esfuerzo físico, incluida, según anunció al principio Gerad Mortier , su pasajera afección de garganta–fué increible como se movió en los momentos más difíciles. Se nota que, como todo gran intérprete, lleva la música en la sangre, continua con su gran capacidad vocal e interpretativacapaz de captar todas las posibilidades poéticas y expresivas que un personaje encierra.
El Coro, perfectamente preparado por Andrés Máspero, a pesr de su extraña ubicación en la escena, fue otro de los grandes triunfadores, justo merecedor de los densos aplausos que el público le dedicó.