Italia marca una pauta
Parece que ni al gobierno español, ni a las autoridades de las instituciones europeas, ni a los mercados les ha gustado nada el jarro de agua que supone el resultado de las últimas elecciones italianas.
En palabras del ministro García Margallo estos comicios han sido “un salto a ninguna parte”; igualmente, para el ministro De Guindos la caída generalizada de las principales bolsas europeas tras conocer el resultado (4,89 % Milán, 3,20 % Madrid, 2,67 % París, 2,27 % Fráncfort o 1,34 % Londres) y las subidas de las primas de riesgo evidencian la gran relevancia de la estabilidad política de un país como una condición necesaria actualmente para afrontar la crisis de la eurozona.
Otro español, pero socialista y en el ámbito de la UE, Joaquín Almunia, se ha declarado "profundamente preocupado" por las "enormes dificultades de gobernabilidad" tras las elecciones italianas, al tiempo que defendía que las razones que han llevado a esos resultados y a esas enormes dificultades de gobernabilidad no se encuentran en Bruselas, se encuentran en Italia".
Parece que todos estos próceres olvidan un hecho capital. Las elecciones italianas expresan la voluntad soberana del conjunto de los italianos, en medio de la crisis política, económica y de valores en que se halla sumida toda Europa, donde hay unos países que pretenden llevar la batuta y erigirse en jueces y, llegado el caso, verdugos de los demás.
Y los italianos se han cansado de ser ignorados, ninguneados, mangoneados o mediatizados por los poderes económicos de un continente globalizado y de un bipartidismo tradicional y periclitado que sí ha demostrado que es, en la España del PSOE y del PP, en la Italia de Monti y Berlusconi, en la Francia de conservadores y socialistas… donde no importa que los escándalos, sean económicos o de faldas, con el Aga Khan y la Bruni o con la Mafia y actrices porno, con el Faisán o con Bárcenas… un camino hacia ninguna parte, pero donde, mientras unos se hacen cada vez más inmoralmente ricos, los ciudadanos soberanos se empobrecen paulatinamente, víctimas del sucesivo, polifacético y sistemático expolio al que están siendo sometidos.
Ya Juan Pablo II denunció una sociedad que genera estructuras de pecado en Sollicitudo rei socialis denunciando así el pecado del mundo, y a promover una conversión profunda en personas e instituciones. Y en el mismo sentido se ha pronunciado Benedicto XVI cuando ha visto una crisis moral en el fondo y la causa de la crisis económica.
Ahora un pueblo como el italiano ha hablado, ha reivindicado su derecho y todos parecen echarse las manos a la cabeza. Y poco o nada se puede reprochar a Italia, cuna de la civilización que nos legó el Derecho Romano; cuna del renacimiento, y sede –por algo será- del prostituido Tratado de Roma.
Sin embargo, los italianos saben que Mario Monti es un tecnócrata impuesto por Bruselas que desde noviembre de 2011 les estaba gobernando sin haber concurrido a unas elecciones; como, aunque haya ganado abrumadoramente las elecciones, los españoles sabemos que nos está gobernando un presidente popular que, para obedecer a Bruselas y a no se sabe qué oscuros intereses que se le revelaron privadamente en Méjico, ha tenido que deshacer y contradecir una por una todas las ideas y programas con que concurrió a las elecciones y en virtud de las cuales, los españoles le votaron mayoritariamente.
Puede que los italianos, contra el parecer de García Margallo si hayan dado un salto hacia un destino muy importante: un salto hacia la recuperación de su identidad y de su soberanía.
Si para ello ha sido necesario escarnecer al actual sistema y a los candidatos de los poderes extranjeros, el pueblo soberano de Italia, con el apoyo otorgado al Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo, que ha conseguido más de ocho millones y medio de votantes, el 25,55%, y se ha convertido en el primer partido de Italia, y ha dicho adiós tanto a un Parlamento que estaba muerto hacía tiempo, donde se gobernaba o con gobierno técnico o por decreto ley desde 2008, como a la austeridad y los recortes impuestos por la troika comunitaria, al dictado, principalmente de los intereses de la canciller de Alemania.
Italia, los italianos, han vuelto a entonar el “Oh mia patria sì bella e perduta!” y se han cansado del liberalismo partitocrático imperante y han retomado el espíritu de 1861, año de la unificación en que los estados de la península itálica y las dos Sicilias constituyeron el Reino de Italia. Quizá con ello no den un salto a ninguna parte, sino hayan iniciado una nueva marcha sobre Roma para recuperar su identidad alienada.
Puede que aquí si haya acertado el ministro De Guindos al afirmar que "Lo bueno para Italia es bueno para España y viceversa". Quizá, nuevamente, contra el liberalismo apátrida y mediatizador imperante en la actual Europa de los mercaderes, España debería seguir la pauta que ha marcado Italia frente a un sistema político corrupto.
No olvidemos en este sentido, las palabras que, en relación con el gobierno surgido en Italia a raíz de la Marcha sobre Roma, escribiera el segundo marqués de Estella en marzo de 1934: “En los movimientos de todas las épocas, hay por debajo de las características locales, unas constantes, que son patrimonio de todo espíritu humano y que en todas partes son las mismas. Así fue, por ejemplo, el Renacimiento; así fue, si queréis, el endecasílabo; nos trajeron el endecasílabo de Italia, pero poco después de que nos trajeran de Italia el endecasílabo cantaban los campos de España, en endecasílabo castellano, Garcilaso y fray Luis, y ensalzaba Femando de Herrera al Señor de la llanura del mar, que dio a España la victoria de Lepanto”.
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO