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Diario YA


 

Mujer es una palabra progresista



Carlos Gregorio Hernández, 28 de agosto.

Desde el comienzo de la primera legislatura de Rodríguez Zapatero se viene incidiendo en el desarrollo de la ideología de género a través de una feroz campaña mediática, por medio de los presupuestos generales y con medidas concretas como la paridad de hombres y mujeres en las carteras ministeriales, las cuotas en las listas electorales y el ascenso de féminas del estilo de María Teresa Fernández de la Vega a puestos de relieve en el manejo del Estado. Recientemente con el viaje de la vicepresidenta del Gobierno a Hispanoamérica hemos podido constatar como este programa, que se presenta como una liberación para la mujer, se quiere extender a aquellas naciones sin que desde las filas de la oposición se suscite ninguna crítica, salvo por el despilfarro económico que estas acciones pudieran suponer.

La mujer es, en tanto que madre, un factor de continuidad y arraigo crucial en el devenir de la sociedad y por ello es lógico que resulte objeto preferente de las acciones encaminadas a modificar esa misma sociedad. Pero, paradójicamente, el fruto último de estas políticas consideradas liberadoras no es la proyección de lo femenino, sino su gradual supresión y la mimetización de la mujer con el varón.

La ignorancia y los complejos adquiridos tienen mucho que ver en el éxito del mensaje gubernamental. Resulta ridículo que se siga exhibiendo la presencia de mujeres en los ministerios o su capacidad de decisión en los altos puestos de la administración del Estado y de la empresa como un logro del mundo contemporáneo en un país que cuenta en su historia con decenas de reinas significativas. Aun con las consabidas diferencias entre Castilla y Aragón, los tiempos de los Reyes Católicos son un claro ejemplo del papel de las mujeres en nuestra historia. No hay que apelar solamente al papel principal de la reina Isabel de Castilla. En su séquito también descollaron mujeres como Beatriz Galindo, llamada “la Latina” por sus contemporáneos para reconocer su excelsa cultura, Beatriz de Silva y Beatriz de Boadilla y otras que como María Pacheco y las hermanas Hurtado de Mendoza se significaron en el campo de las letras. Pero no podemos caer en el error de entender que estas mujeres son importantes por su sexo. Isabel la Católica no es un hito en la historia de España por ser mujer y reina, pues no es en esto excepcional y nunca se ha destacado su nombre por este motivo. Hay quedan los nombres de Goswintha entre los godos, la reina Toda en Navarra y tantas mujeres sobresalientes en los tiempos de la decisiva Reconquista. La reina castellana es un símbolo porque en su mandato elevó y proyecto a todo el mundo el espíritu inherente a la nación española, que no era otro que la defensa y expansión de la Fe a todos los rincones del orbe. Pero lo cierto es que, aun a pesar de la evidencia, se ha interiorizado que la proyección de la mujer es fruto del progresismo en lucha contra un machismo secular, presente en todo tiempo y circunstancia y sólo revertido ahora, envejeciendo unas cadenas que en el fondo son fruto de la modernidad, pues tanto el machismo como el consecuente feminismo son ambos productos inequívocos de nuestro tiempo. María Teresa Fernández de la Vega, lógicamente sin la repercusión de Isabel, también es representativa de otra época de valores antagónicos a aquel tiempo e inferior a ella si asumimos el estúpido biologicismo que nos imponen. No en vano ahora alguien puede atribuirse que es un logro para el país que el sexo de Fernández de la Vega y su repercusión pública no son inconciliables cuando en la época de Isabel hasta su máxima rival por el trono de Castilla fue también una mujer.

Liberación significa dentro de esta perversión del lenguaje la asunción por parte de la mujer de las características que de siempre le han sido ajenas por ser propias de lo masculino y no que las características que le son inherentes pudieran verse desarrolladas plenamente, sin barreras o restricciones, quedando en último término menguado lo femenino en la sociedad actual. Pero la regresión de lo femenino es, en este sentido, parte de una revolución más amplia, de signo deshumanizador, que termina por afectar no sólo a las mujeres sino al conjunto de las personas, aunque la inmensa mayoría no sea consciente del daño o incluso, invirtiendo los valores, consideren al daño un bien.

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