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Diario YA


 

Shutter island

Victor Alvarado

El cine de intriga de los últimos años ha puesto de moda historias con giros inesperados. Los máximos exponentes de este género tan peculiar son M. Night Shyamalan y Alejandro Amenábar. En esta ocasión, Martin Scorsese se atreve con Shutter Island, basada en una novela de Dennis Lehane.
 
El relato gira alrededor del agente del gobierno Teddy Daniels, que investiga la misteriosa desaparición de un paciente de Shutter Island, un centro psiquiátrico de máxima seguridad.
 
En el capítulo interpretativo habría que destacar a un auténtico genio como es Leonardo DiCaprio, cuya interpretación nos parece portentosa y llena de matices. Por otra parte, la relación existente entre DiCaprio y Scorsese es excelente, pues, a pesar de la diferencia generacional comparten una sensibilidad parecida. El director saca lo mejor del actor, siendo la cuarta vez que trabajan juntos. Anteriormente, los citados artistas formaron un tándem imparable en Gangs of New York (2002), El aviador (2004) e Infiltrados (2006).
 
El realizador estadounidense cuenta una historia interesante que podría haber sido sobresaliente, ya que, en mi modesta opinión, el misterio se desvela demasiado pronto, si se posee cierta capacidad deductiva y se ha visto mucho cine policiaco. Además, tenemos la impresión de que no ha conseguido generar la tensión suficiente. Sin embargo, un espectador poco experimentado disfrutará y sufrirá con el visionado de la cinta. Este largometraje bebe de las fuentes del cine clásico porque el cineasta recomendó a su equipo de producción que viesen cintas  de serie B como Isle of Dead (Mark Robson, 1945), The seven victim (Robson, 1943) y The haunting (Robert Wise,1963). No obstante, se pueden destacar los guiños a las cintas de Alfred Hitchcock.
 
Cambiando de tema, la virtud principal de esta obra cinematográfica se encuentra en que, aunque tengas claro el desenlace del largometraje, logra que no dejes de pensar e intentes buscar otras posibles soluciones.
 
Finalmente, la producción apunta muy de pasada dos temas interesantes. El primero de ellos sobre los conflictos éticos de la ciencia, que están resueltos con sentido común, dejando claro que existen prácticas más humanas que otras como refleja el interesante papel de Ben Kingsley. El segundo de ellos permite reflexionar sobre una de las causas del ateismo en la sociedad actual como consecuencia del holocausto nazi y los crímenes de guerra que han generado tanta desesperanza en el siglo XX.