Todos somos Torrente
José María Caparrós
Acaba de estrenarse en España TORRENTE 4, la nueva entrega de la saga creada por Santiago Segura. Y ha batido récords de taquilla: 8,2 millones de euros en el primer fin de semana. Y estos días ha iniciado una polémica en el twitter, defendiéndose también por televisión.
Estamos, por tanto, ante un fenómeno más sociológico que cinematográfico. El gran público español -es decir, el espectador más popular- se ha volcado en esta cuarta película con tanto interés o curiosidad como ve un programa de telebasura. Ya lo observé en la sala de estreno, cuando se presentó el primer filme de la serie: había un grupo espectadores que hablaba apasionadamente e increpaba al personaje de Torrente (Santiago Segura) durante la proyección.
Recuerdo que en aquellos días recibí una copia en vídeo de su película, como miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, con una circular firmada por el propio Segura, reconociendo que era una de las películas más malas del cine español, hecha así a propósito, que quería destruir el arte tradicional y que, si teníamos arreos…, le votáramos para los premios “Goya”. Entonces no tuve sentido histórico; no guardé aquella comprometedora carta para publicarla en el libro donde reseñé aquel impresentable filme: “La Pantalla Popular. El cine español durante el Gobierno de la derecha (1996-2003)”.
Pero lo que me preocupa de TORRENTE 4 no es su ínfima calidad, aunque sea en 3D, sino que tantas personas hayan ido a ver la película. Eso demuestra el bajo nivel de la ciudadanía del país.
Si éste es el cine que subvencionamos los españoles, la verdad es que estamos pagando subproductos con nuestros impuestos. Por eso, el periodista Fernando Ónega dedicó una aguda columna en La Vanguardia (15-III-2001) que decía “Todos somos Torrente”, y de quien tomo prestado el título.