¡Mucho ruido y pocas nueces!
Miguel Massanet Bosch. Obras son amores y no buenas razones. Estamos tan acostumbrados a la palabrería de los políticos que nos cuesta aceptar sus propuestas de enmienda y sus razones, más o menos edulcoradas, en las que se nos intenta convencer, a los ciudadanos de a pie, de que, de la noche a la mañana, todo aquello que apestaba a podredumbre o todas aquellas actuaciones u omisiones, que de todo hay en la viña del Señor, poco afortunadas y peor aceptadas por las bases del partido; por el mero hecho de que se organice una exhibición mediática, se escenifique la famosa escena del sofá, en la que el bribón de Don Juan, seduce con frases floridas y con fingida pasión a una bobalicona Doña Inés, mal encajonada en un convento y peor conformada con su vida de castidad; ya va a recuperar la credibilidad que, –en virtud del mal rumbo que el PP del señor Rajoy imprimió a su nueva política, al poco tiempo de fracasar en sus segundas legislativas – , perdió ante una gran parte de los simpatizantes y votantes del partido. A fuer de saber que voy remar contra corriente y convencido de que mis palabras van a ser rechazadas de plano por la parafernalia de la que se ha rodeado el presidente del Partido Popular; debo manifestar que la brecha, actualmente existente, entre lo que se puede considerar la cúpula del partido y una gran parte de sus votantes habituales, fueren afiliados o meros seguidores, no se ha reducido por el mero hecho de que, en una Convención, la segunda que se celebra en la ciudad del Turia, los dirigentes y no todos, por supuesto, han pretendido poner buena cara al mal tiempo y hayan decidido que era necesario lavar la mala imagen de unos últimos meses en los que, la formación que preside el señor Rajoy, ha caído en picado empujada por los casos de corrupción y lastrada por la falta de agilidad de su Presidente, que ha preferido dejar pasar el tiempo antes que agarrar al toro por los cuernos, desde que se produjeron los primeros avisos de que algo gordo, algo trascendente, se estaba produciendo en los sótanos del partido, que amenazaba con aflorar en un verdadero chorro de porquería política y corrupción.
Lo que no podrá negar, el señor Rajoy, aunque ahora lo pretenda disimular, es que, desde el principio de esta legislatura, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, decidió trabucar de arriba a bajo al PP, prescindiendo de activos tan valiosos como el señor Zaplana – ¿Cuántas veces, en la soledad de su despacho, debe de haberse arrepentido de haber prescindido de Zaplana para apoyar a Camps? – y sacrificando valores fundamentales defendidos desde los inicios del PP, para supeditarlos y relegarlos, en función de una posible expectativa de mejora de sus perspectivas electoras, en lugares donde el nacionalismo les impedía avanzar o, debido un excesivo respeto por nuevas modas relativistas y morales, practicadas por los progresistas, que les aconsejaban no tomar una postura inflexible, “poco correcta políticamente”; como ha ocurrido en el caso de los matrimonios homosexuales, el aborto, la obsesión nacionalista en contra del castellano o, incluso, su mojigatería y indefinición a la hora de defender los principios cristianos, los mismos que formaban parte esencial del pensamiento de la mayor parte de sus votantes. Resulta poco menos que estrambótico que, el mismo señor Rajoy, a toro pasado, nos diga algo así como: “Los valores no están sujetos ni a retoques ni a revisiones”, ¿Quién lo iba a decir a la vista de la deriva que le dio a su nueva dirección?, plagada de feminismo y teorías demasiado avanzadas y progresistas, poco concordantes con aquellos valores y directrices sostenidas por sus predecesores en el cargo.
Puede que ahora quieran reparar sus errores, y sería muy bueno que así fuera, pero si quienes van a ser los encargados de arreglar los desmanes que se han producido en el seno de la formación popular, son los mismos que, desde que Rajoy sucedió al señor Aznar, se han estado mirando el ombligo, incluidos los de la nueva dirección, sin ser capaces de detectar lo que estaba sucediendo a escasos centímetros de sus narices, para poner remedio adecuado antes de que la metástasis corruptiva adquiriese las dimensiones que ha tomado – por mucho que se hayan empeñado en negarlo durante demasiados meses – me temo que poca confianza van a poder darles a aquellas personas que confiaron en el PP para representarlos, que esperaron de Rajoy una defensa a ultranza de sus valores e ideas y que estaban convencidos de que personas como María San Gil, Mayor Oreja, Acebes, Zaplana y otros, cuya lista sería demasiado prolija para este artículo, eran piezas esenciales en la estructura del partido. Es creíble que la señora Camacho piense que hay que defender parte del Estatut, a pesar de que su partido lo impugnó ante el TC, por considerarlo una basura anticonstitucional y de tintes separatistas; es posible que, desde Génova, se crea que se puede ceder y hacer el caldo gordo a los nacionalistas con respecto a la imposición radical del catalán, impidiendo que se use el castellano en la enseñanza y que se lo condene a ser desterrado de la comunidad catalana; es creíble que, en aras de una posible recolecta de votos, se piense que se puede consentir que unos padres, sin apoyo alguno, tengan que luchar para intentar que, a sus hijos, se les proporcione la educación que ellos desearían que se les diese y que, sin embargo, han tenido que oponerse a la EpC por sus propios medios, a costa de su peculio y sin que el PP hiciera otra cosa que expresar tímidos quejidos que, apenas, han surtido otro efecto que demostrar su falta de interés en todo aquello que han creído que no les iba a beneficiar, por tener poco tirón electoral.
A pesar de los unánimes elogios de la prensa, estoy convencido de que nada ha mejorado en el PP. El señor Rajoy siempre se ha mostrado favorable a Gallardón y, quizá, porque tema su competencia, contrario a Esperanza Aguirre, a mi juicio una de las bazas más sólidas del partido para obtener votos. No obstante, resulta evidente que no ha sabido entenderlo así el Presidente y da la sensación, a un espectador objetivo, de que las espadas siguen brillando dentro de sus fundas y que, a no tardar, puede que se tengan que desenvainar si el gallego sigue empeñado en segarle la hierba debajo de los pies de la madrileña. Gallardón, por el contrario, sigue su trabajo de zapa cavando, sin pausa pero sin descanso, la mina en la que intentará poner la dinamita para, en el momento oportuno, hacerla estallar debajo de los pies de su “querido” Presidente. Bajo la apariencia de una aparente unidad, de una endeble capa superficial que se sostiene por pura ósmosis, las heridas siguen manando, unas más que otras, pero las humillaciones a las que ha sido sometida Esperanza no es viable que se hayan convertido en “pelillos a la mar”; los rencores que Rajoy ha sembrado en Valencia, obligando a Camps a entonar el mea culpa y a defenestrar al señor Ricardo Costa, uno de sus más firmes apoyos en el Parlament, no es factible que queden en saco roto. “Estamos hablando de que la Comunidad Valenciana podría darle al PP un millón y medio de votos en las próximas elecciones generales”, dejó caer el señor Camps después de un almuerzo con Rajoy. ¿Piensa Rajoy que puede despilfarrar lo que representan Camps y Aguirre, para el PP? Puede que prefiera fiarse de su corte de aduladores que, sin embargo, siempre han fracasado en sus respectivas circunscripciones, cuando se han medido con los socialistas. Lo dicho, señores, los que estén satisfechos con los resultados del Congreso de Valencia, que sea en hora buena. Para mí, lamento tener que decirlo, sólo ha sido otra de las boutades de Rajoy y de su equipo, empeñados en no descabalgarse de sus poltronas. El tiempo dirá.