¿A quién le importa España?
César Valdeolmillos Alonso
Ese grupo de hombres que conquistó el Mundial de Futbol, fue el artífice de que los españoles nos sintiésemos orgullosos de nosotros mismos y volviésemos sentir sensaciones, ilusiones y sentimientos que desde hacía mucho latían adormecidos en lo más profundo de nuestro yo. A causa de las constantes falacias proferidas por la izquierda y los grupos mediáticos que corean y amplifican sus consignas, los españoles habíamos perdido nuestra propia estima y cobardemente acomplejados, sustituíamos la palabra España, por el concepto: “este país”; la expresión sagrada en todo el mundo occidental de “Patria”, nosotros la borramos de nuestras conciencias porque la izquierda logró que se identificase con el fascismo; lo mismo hicieron con la bandera, permitiendo e incluso fomentando, que fuese ignorada, sustituida, insultada, escupida, ultrajada y hasta quemada con, al menos, indiferente complacencia.
Pero la Selección Nacional Española de Fútbol, Nadal, Contador, Alonso, son ese grupo de hombres que ha conseguido poner el nombre de España a la altura que por su historia le pertenece, e hicieron posible el milagro: que los españoles olvidásemos nuestros complejos y orgullosos, enarbolásemos nuestra bandera; gritásemos con entusiasmo la palabra España y cantásemos con emoción ¡Soy español!, ¡Soy español!, ¡Soy español! Y ello, con evidente disgusto de una izquierda perdida, sin norte, sin ideas y con la mirada puesta en la destrucción de los valores y principios en que siempre se inspiró la unidad de España y con escandalosa alarma y nerviosismo de los totalitarismos nacionalistas.
Del entusiasmo de la roja —como malintencionadamente denomina el Sr. Rodríguez a la Selección— pasamos al desencanto de la negra que tenemos encima. De la inyección de optimismo que nos produjo nuestra selección, al pesimismo fundado que nos causó el debate sobre estado de la nación.
Quien siguiera el mismo con alguna atención ¿Qué consecuencias pudo sacar? Pues que este no constituyó otra cosa mas que un manifiesto escarnio y desprecio de los políticos —que dicen representarnos— para todos los españoles y especialmente, para los más desfavorecidos.
En el hemiciclo pudimos contemplar a un presidente del ejecutivo preso de sus propias contradicciones, sin iniciativas, sin soluciones para los problemas que acosan a los españoles y a merced de los acontecimientos. Su patética imagen, me recordó la de aquel neurótico y peligroso capitán de barco, que Humphrey Bogart interpretara magistralmente en “El motín del Caine”.
España es hoy una nave sin rumbo, sin timonel y con un capitán abatido por la galerna, con la sola y única idea de mantenerse en su puesto, “le cueste lo que le cueste”, intentando llegar desesperadamente al puerto de las próximas elecciones.
En su derivar, no solo ha dilapidado las repletas bodegas de la nave que recibió, sino que además de hipotecarla por varias generaciones, haciendo oídos sordos al escorbuto que supone para su tripulación —más de cuatro millones y medio de parados— y contra las órdenes recibidas del Cuartel General Constitucional , sigue siendo su voluntad entregar arbitrariamente parte de esa nave a la deriva que es España, a los jerarcas políticos independentistas, lo que pudiera constituir un fraude de Ley de muy graves consecuencias.
Pero es que continuando en términos marinos, la Intervención Delegada del Estado Mayor de la Armada, representada por el jefe de la oposición, por pura estrategia electoral, en el legítimo y obligado ejercicio de las funciones que tiene encomendadas por la Constitución, renunció a presentarse como la opción de cambio decidida, sólida, clara y convincente, capaz de recuperar el rumbo perdido. Y ello en una situación tan delicada y peligrosa como la que, por voluntad de su capitán, se encuentra el barco, a punto de partirse en pedazos y naufragar para siempre.
En condiciones tan extremas, quien tenía el lícito poder y deber para poner de manifiesto las peligrosas arbitrariedades cometidas por quien ha inspirado, estimulado y promovido leyes inmorales e injustas y movimientos orientados a destruir todos los valores en los que desde hace más de quinientos años se ha asentado la realidad de la nación española, optó por ignorar tan temerario proceder y se limitó a exponer una serie de generalidades de tipo económico ya sabidas —aunque no por ello menos importantes— y meterse en la inútil petición de que el capitán abandone la nave y en la estéril polémica de si usted es malo y yo soy bueno y viceversa. Pero en absoluto rozó siquiera uno de los problemas más graves que tiene planteados España, que es la voluntad que el capitán tiene, aun en contra de lo sentenciado por el Tribunal Constitucional, de entregar parte de la nave a las oligarquías nacionalistas. Pero afrontar ese problema con honradez, con la Ley en la mano, con una auténtica vocación de servicio a España y los españoles, era políticamente incorrecto, por si en el futuro había que negociar con ellos para poder obtener parte del mando del buque.
Por el contrario, se achicó cuando un envalentonado capitán le espetó que aguantaría hasta el final le costase lo que le costase y para coronar el plante, le desafió a que se atreviese a llevar a cabo su relevo en el mando, mediante los mecanismos previstos en el reglamento: presentar una moción de censura.
Ya sabemos que a las oligarquías nacionalistas —que no a su pueblo— les conviene mantener al capitán en su puesto, pero sin poder; entregado mansamente a sus voraces e insaciables demandas encaminadas a seguir saqueando la nave e imponer en la misma su Ley, incluso mediante la baladronada amenaza de proclamar unilateralmente la independencia.
En la posición privilegiada en que ahora se encuentran, no cabe pensar bajo ninguna circunstancia que prestasen su apoyo a una moción de censura, relevando de su puesto a un capitán que es en sus manos, el sumiso brazo ejecutor de sus ya desenfrenadas ambiciones.
Pero aun así, y en la más que probable posibilidad de no ganar en el intento, entiendo que una inmensa mayoría de los españoles habría tenido la posibilidad de constatar cual era el camino alternativo que nos ofrecía quien solicitaba su relevo. En esa tesitura, cada opción política se habría visto en la necesidad de descubrir sus cartas; el desgaste para quien ahora capitanea la nave, hubiese sido inconmensurable, constituyendo un comienzo mucho más próximo, de un final anunciado.
Naturalmente, en ese descubrir cada uno sus cartas, quien legítimamente aspirase a ostentar el mando de la nave, hubiese tenido que exponer cuales serían las disposiciones, no solo económicas, sino también de regeneración moral y política y sobre todo, de organización territorial, que a su entender habría que poner en práctica, para corregir el rumbo y evitar el naufragio. Y lo cierto es que el buque se encuentra ya en condiciones tales, que a la tripulación solo se le puede prometer austeridad en su gobernación y sacrificios para todos, durante mucho tiempo.
Reconozco que no es un programa muy sugestivo que posibilite ganar unas elecciones. No son pocos los que prefieren mirar hacia otro lado y pensar que no es tan fiero el león como lo pintan. Veremos que piensan mañana, si tienen la desgracia de verse afectados por la epidemia del paro; la degradación de la sanidad y la educación; la emancipación sexual de sus hijos a los 14 años; los efectos explosivos de la píldora del día después o un aborto ignorado de sus hijas a los 16 años; la congelación y rebaja de sus pensiones o la casi nula virtualidad de la Ley de dependencia
Sin embargo es urgente que la oposición se desprenda de una vez por todas de sus innumerables complejos por miedo a que le llamen facha, fascista, le califiquen de extrema derecha y otras falacias similares y se presente como una opción compacta y clara, dispuesta a presentar transparentemente, sin dobleces, disimulos u ocultamientos, el programa que la gran mayoría de los españoles estamos esperando.
Es cierto que para obtener el poder y arreglar —hasta donde se pueda— las perversidades que se han cometido, antes hay que ganar las elecciones, lo cual no le va a resultar a la oposición nada fácil. El capitán está decidido a jugar marrulleramente y hasta el límite, todas las bazas que tenga en su mano. Su único y exclusivo es seguir en el poder y llevar a cabo su plan de conducir la nave al temerario puerto ideológico de los años treinta del siglo pasado.
De hecho sus bazas ya las está jugando con la mayor hipocresía y sin el menor escrúpulo, entregando parte de la nación a las jerarquías minoritarias nacionalistas, aceptando el estatuto —que no la sentencia— catalán; poniendo en libertad sin causa ni justificación alguna y con evidente desprecio hacia las víctimas, a presos etarras con las manos manchadas de sangre, posibilitando por todos los medios que haya una facción de la banda criminal que se pueda presentar a las elecciones municipales; ganando tiempo para que a poco que pueda mejorar la economía en el futuro, las circunstancias le permitan presentarse como el salvador de la misma, cuando ha sido él, quien con sus demagógicos derroches, ha dilapidado la herencia recibida. Pero por si todo esto no resultase como tiene previsto, tengo la convicción de que la última jugada la tiene ya preparada para que se olvide todo el deterioro y quebranto, tanto moral como económico, que en tan escaso tiempo nos ha causado y muy bien pudiera ponerla en práctica poco antes de las elecciones. Los que conocen a fondo su trayectoria, saben que es todo un experto en el dividir para vencer. Puede ser una jugada maestra para profundizar aún más en la brecha que él se ha encargado de abrir para dividir a los españoles en buenos y malos, fascistas y progresistas, caverna y futuro y lograr que, como infortunadamente ya ocurrió una vez, volvamos a enfrentarnos entre nosotros. Es muy probable que eligiera ese momento, como el más conveniente a sus intereses ideológicos, para promover la ya anunciada Ley de Libertad religiosa, que en el fondo, dados los antecedentes de la inmoralidad de otras leyes ya aprobadas, cabe suponer que no será otra cosa que la expresión legal de su radical anticlericalismo, provocando un enfrentamiento esencial con la Iglesia Católica.
Pero por si hubiese duda, fijémonos las palabras del capitán del barco cuando dice que el "proceso de paz" fue un "acierto" que "sembró una solución definitiva" » , al mismo tiempo que ETA ya habla del "resultado fructífero" de sus años de terror ; o las del presidente nacional socialista de la Generalidad de Cataluña, manifestando que: "Recrearse tanto en lo de la unidad de España es casposo e innecesario" .
En contraste con estas vergonzosas manifestaciones, profundicemos en las palabras que el Rey de todos los españoles, pronunció en su tradicional invocación al apóstol Santiago: “Te ruego nos ayudes a superar las dificultades que afecten a nuestra vida colectiva y a resolver cuanto antes la grave crisis colectiva que atravesamos de tan duras consecuencias para millones de personas y familias, particularmente para nuestros jóvenes. Ilumina por ello a nuestras autoridades y responsables políticos, económicos y sociales, para que sirvan con generosidad al interés general y favorezcan siempre la cohesión y entendimiento entre todos, atendiendo con eficacia a los problemas de nuestros ciudadanos. Ayúdanos a erradicar el odio, la violencia y la sinrazón de la barbarie terrorista, cuyas víctimas y familiares afectados merecen todo nuestro respaldo y están siempre en nuestros corazones. Patrón de España: te pido que fomentes todo aquello que nos une y nos hace más fuertes, que ensancha el afecto en nuestros ciudadanos, que asegura la solidaridad entre las comunidades autónomas y que hace de España la gran familia unida, al tiempo que diversa y plural, de la que nos sentimos orgullosos”.
El rumbo que desde el primer día tomó quien ahora comanda la nave que España, no es otro que el desarrollo de una estrategia inmoral basada en un oportunismo sin escrúpulos, para mantenerse en el poder y desplegar una política personal, propia de lunáticos iluminados que pretenden cambiar el curso de la Historia y que al final, lo único que consiguen, es sembrar el odio, la ruina y la destrucción de la sociedad sobre la que ejercen su dominio, con graves consecuencias para aquellas otras que les rodean y con las que mantienen contacto. Sin retroceder demasiado en el túnel del tiempo, el mundo aún recuerda con horror la historia del nacional socialismo desplegado por el cabo bohemio Adolf Hitler, líder e ideólogo del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores.
Son personas con mente dictatorial y totalitaria, que aprovechando las posibilidades que les brinda la democracia —no olvidemos que Hitler fue elegido democráticamente en las urnas— se instalan en el poder para imponer el pensamiento único, perpetuarse en el mismo y destruir la esencia misma del sistema democrático. Las trágicas consecuencias de la suprema potestad rectora y coactiva en manos de una insensata ignorancia, pueden ser imprevisibles.
De ahí que lo más urgente sea relevar del mando al capitán de la nave, intentando que el relevo constituya un auténtico descalabro para la opción que representa. Será este el único modo existente, para que sea excluido de toda facultad de mando entre quienes un día confiaron en él, le apoyaron y luego se vieron traicionados.
Parece lógico pensar que su relevo dentro de sus propias filas, debiera generar en las mismas una profunda reflexión que diese como fruto, el que la nueva dirección fuese otorgada a otros dirigentes que tuviesen el necesario sentido de la realidad de la sociedad española y del Estado.
Si queremos devolver a España, al menos, parte de la prosperidad; la influencia y prestigio internacional perdidos, habrá que desandar una buena parte del camino recorrido en los últimos seis años y ello no sería posible ni con un triunfo de la oposición por mayoría absoluta, circunstancia que no me parece nada probable, dada la ambigüedad del aspirante. Pero incluso, aunque se llegase a dar esta circunstancia, sería necesario establecer trascendentales y muy sólidos pactos de Estado con el principal partido de la oposición, ya que los desmanes cometidos han sido de tal calibre, que a mi modesto entender, se hace inevitable ya una reforma de la Constitución y la Promulgación de una nueva Ley Electoral.
Enumerar ahora las traiciones que con el legado recibido de nuestra historia se han cometido en los últimos seis años y las graves consecuencias que de ellas habrán de derivarse, daría para escribir varios tomos.
De no producirse estas circunstancias y el comandante siguiese al mando de la nave hasta conducirla al puerto por él deseado, las elecciones de 2012, los daños que aún podría causar a la misma serían de tal naturaleza, que cabría aplicar las palabras que don Luis Mejía dirigiese a don Juan Tenorio en la famosa obra de Zorrilla, en relación con la seducción de Doña Ana de Pantoja: “Don Juan, yo la amaba, sí; mas con lo que habéis osado, imposible la hais dejado para vos y para mí”.