Miguel Massanet. Nuestro mundialmente conocido y celebrado, don Miguel de Cervantes Saavedra, en su magna obra Don Quijote de la Mancha nos dejó esta bella definición de la Historia: “La Historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”. Y es, precisamente, por ello que los que buscamos la verdad, la experiencia y el consejo en su lectura debemos, en muchas ocasiones, contemplar como, hechos que parecían definitivamente erradicados del pueblo español, un pueblo que padeció una Guerra Civil que derramó la sangre de cientos de miles de ciudadanos, una vez trascurridos más de 70 años desde su fin, parece que intenta, de nuevo, resurgir de sus cenizas para volver a herir a los españoles con aquellas mismas sangrantes armas del odio, la desafección, la insania, el anticlericalismo, el rencor y la locura devastadora; que fueron las semillas del Diablo que dieron lugar a aquella contienda entre hermanos.
No es la primera vez ni, al parecer, será la última, que podemos reconocer, en una parte numerosa de nuestra juventud, lo que han sido los logros de una educación basada en un liberalismo excesivo, un ataque a la religión ( especialmente la católica) una connivencia de profesores con alumnos que, indefectiblemente, ha derivado en una falta de respeto y de autoridad por parte de unos y otros; un desprecio por la potestad de los padres en la familia, apoyada por unas leyes absurdas, claramente enfocadas a darle al menor todos los medios para rebelarse contra su autoridad, atándoles de pies y manos en su función de educar, sancionar y encaminar a sus hijos por la senda del esfuerzo, el trabajo, el estudio y el respeto por la ética y la moral. Desde la llegada al poder del PSOE la escuela pública se ha convertido en un organismo al servicio de las doctrina socialistas; con un profesorado de profundo carácter progresista, que ha antepuesto a lo que debía haber sido su función docente, el empeño en adoctrinar a sus alumnos inmaduros en las ideas ácratas, comunistas y socialistas.
Las aulas han quedado convertidas en lugares de captación de adeptos de los partidos extremistas, en las que se mueven con entera libertad y sin el menor miedo a ser sancionados por el profesorado que, aún en el caso de no ser afín a tales comportamientos, atenazado por el miedo, declina el ejercicio de su autoridad que, por otra parte, sabe que no será tenida en cuenta. Estos Sindicatos de Estudiantes se han convertido en verdaderas mafias políticas, dentro de las cuales proliferan activistas perfectamente adiestrados para coaccionar, asustar, amenazar e incitar a las revueltas al resto de alumnos que, los unos por haber sido captados para la causa, los otros por temor a ser represaliados y, unos terceros por estar dispuestos a adherirse a todo aquello que sea no dar golpe en clase; se muestran dispuestos a toda clase de actos que los liberen de rendir cuentas antes sus docentes.
Por eso y por el hecho irrefutable de que los jóvenes de las últimas generaciones, a causa de la facilidad de información, de Internet, de los móviles, de las redes, como Twiter o Facebook y de cualquier artilugio digital, logran una experiencia, una visión de la vida y de la sexualidad, que los convierten en adultos mucho antes de que las leyes les concedan esta cualidad. Ya se ha convertido en algo recurrente que, de tanto en tanto, se hable de la conveniencia de actualizar la Ley del Menor sin que nadie se haya atrevido a liarse la manta a la cabeza para poner, de una vez. remedio a una situación que cada vez se hace más evidente ya que, como hemos tenido ocasión de contemplar estos días pasados, mozalbetes de 14 y 15 años han sido capaces de cometer con la misma furia, desfachatez, falta de respeto por la autoridad y desvergüenza de un adulto, un asalto en toda la regla a un colegio de los PP Salesianos, María Auxiliadora, de Mérida. Un colegio privado, que nada tenía que ver con las recientes normas dictadas para la enseñanza pública por el ministro Wert y que, sin embargo, se ha convertido en el blanco de unos niñatos, diez de los cuales se atrevieron a asaltar las aulas, amenazar a los profesores y provocar que una profesora, en un intento de impedir que invadieran su clase, se pillara los dedos, intentando cerrar una ventana.
Pero, no es que fueran una pandilla de gamberros, que también, conducidos por un matón de la clase, no, no señores, eran un grupo bien organizado, dirigidos por miembros del famoso sindicato estudiantil, portando banderas rojas con la efigie de Lenín y con consignas como “¿dónde están los curas que los vamos a quemar?”. Para aquellos que tenemos recuerdos todavía vivos de lo que fueron aquellos años de la guerra, les aseguro que nos resultan familiares este tipo de expresiones y aún más les hubieran resultado fatalmente familiares a los más de 6.000 sacerdotes, monjas y católicos practicantes, que fueron asesinados sólo por el hecho de ser católicos e ir a misa Es posible que estos chicos sólo se limiten a repetir lo que les han enseñado los agitadores que deben decir y que no tengan idea de quien era Lenín ni de lo que sucedió en la guerra o de las consecuencias nefastas que tuvieron, para España, las torturas y asesinatos cometidos por la CNT y la FAI o las Juventudes Socialistas de Carrillo en los tiempos de la II República y, especialmente, en el periodo del llamado Frente Popular.
Lo curioso de todo este movimiento juvenil, lo que resulta impactante es que se están quejando por lo que ellos dicen que los perjudica como estudiantes y, no obstante, no parece que les preocupe ni poco ni mucho que, desde que debieron comenzar las clases, prácticamente ninguno de los días lectivos los hayan dedicado al estudio, sino a quejarse porque dicen que se les recortan las posibilidades de hacerlo. Es aquello señores de que “el movimiento se demuestra andando” y no esperando a que la bola se mueva sola cuando la empuje el viento. Lo que parece que a nadie le preocupa es que, a cada estudiante matriculado, le corresponde una parte importante de lo que pagamos los españoles para que tenga la oportunidad de ilustrarse y convertirse en útil para el país y no para que tengamos un 30 % de abandono escolar o que se conviertan en activistas barbudos y malcarados que, a lo único que aspiran es a demostrar su poder, efímero poder, sobre el resto de sus compañeros a los que no dudan en perjudicar cuando los obligan a salir a las calles en lugar de dejarlos que se apliquen al estudio.
Cuando suceden hechos de una gravedad como el que hemos visto que sucedía en Mérida y se produce una corriente a favor de que, a estos jóvenes que se aprovechan de su impunidad para ponerse en primera fila de las manifestaciones o cometer gamberradas como la reseñada, siempre salen los “defensores de los derechos humanos” los típicos blandos y, naturalmente, todos aquellos que sacan beneficio político de tales insensateces, que se oponen frontalmente a un cambio en la Ley del Menor para endurecer las sanciones, ajustarla a los tiempos actuales, habilitar centros en los que se los obligue a trabajar y se valoren sus posibilidades de rehabilitación de modo que los incorregibles, puedan ser internados en centros donde se los tenga apartados de la sociedad para que no continúen delinquiendo impunemente. Cada día podemos comprobar como las leyes, en nombre de las “libertades” de la supuesta “democracia” que les permiten hacer lo que les pase por la cabeza a los antisistema; son obviadas, incumplidas y burladas, ante la impotencia de las fuerzas del orden. ¿Se puede permitir que el Estado de Derecho perezca bajo las hordas del populacho? Al Gobierno le corresponde evitar que ello suceda, ¿lo hará? Mucho nos tememos que vamos a seguir soportando esta plaga. O así es, señores, como veo yo este problema, que no es nimio.