Pilar Muñoz. 4 de febrero.
Juan es un niño español. Vive con sus padres y hermanos, y acude a un centro escolar público. Está alejado de las decisiones del Tribunal Supremo, pero ya tiene en su mochila el libro de Educación para la Ciudadanía, y tiene el profesor correspondiente a esa asignatura. Cada día se enfrenta a una tarea que no entiende bien; lo antiguo y lo moderno, su familia y las nuevas “familias”, el bien y el relativo “mal”, las tribus urbanas, las vivencias sexuales que puede y debe experimentar, las bondades de grupos políticos liberales o el nuevo estilo rebelde y antisistema que ha de integrar si quiere integrarse.
Juan no está aislado de su entorno, tiene los ojos y los oídos abiertos a su alrededor. Sabe que esos contenidos no son iguales a los de otras asignaturas. También sabe que los conceptos son sólo novedades sociales; en modo alguno se trata de axiomas científicos, o hechos históricos. Igualmente, sabe y le desconciertan las explicaciones que le ofrece el profesor en cada uno de esos contenidos: entran en contradicción con lo vivido y explicado en su casa, con los principios inculcados desde su creencia y fe. Juan comienza a desorientarse, a cuestionar a su colegio y a su familia. ¿Quién lleva razón?, ¿quién ganará en la pugna para quitar o poner la asignatura?.
En la mente, el sentimiento y la actuación de este niño español, comienza a establecerse una fuerte contradicción, una neurosis externa que tiene el propósito de sacudir lo más profundo del ser, lo más auténtico y constructivo del hombre. La plasticidad del cerebro de Juan le convierte en un alumno candidato para que se instalen conceptos de la mano de emociones, para terminar con una conducta que ya está circulante en el mundo infanto-juvenil. El momento de abordar el estudio concreto del tema correspondiente, es el tiempo estelar del conflicto personal. Primero subrayar para comprender, luego asimilar para acomodar los nuevos contenidos, después memorizar para archivar, por último reconstruir lo aprendido en múltiples ejercicios o trabajos de campo.
Situemos el conflicto personal ejemplificado: vivir la sexualidad en la adolescencia y juventud. El temario desborda en posibilidades, consejos, orientaciones de “técnicos y especialistas”, sugerencias directas, nada veladas. Las páginas cuajadas de fotografías carentes de pudor y de estética discutible. La evolución sexual de Juan está varios pasos atrás, camina con un diálogo corporal bien distinto. No tiene interrogantes estridentes, no aflora la patología sexual, él está viviendo su corporalidad desde la intimidad, desde la apertura cauta del siguiente paso, no desde el vértigo y el precipicio de lo anómalo, lo patológico y lo sórdido. Juan tiene que aprender lo científico de la homosexualidad, cuando su emotividad no ha reconocido tal sentimiento, porque está conviviendo y jugando con todos sus compañeros, que al igual que él, todavía no se han planteado la homosexualidad, porque todavía no han amanecido a la heterosexualidad. Viven y se relacionan desde su evolución corporal, no desde la identificación grupal de gays y lesbianas.
La asignatura de Educación para la Ciudadanía también se ha colado y calado en la familia de Juan. Los padres están preocupados, están vigilantes, el momento de los deberes es un momento de tensión, de discusiones. Juan se ve impelido a hacer las tareas porque al día siguiente le van a exigir, pero vive con sus padres el contenido político curricular. La solución más fácil es el olvido de la tarea. Juan sabe que es una asignatura “maría”, pero que cuenta a la hora de pasar de curso. Cada día abandona la tarea con la esperanza y confianza de que sus adultos de referencia hagan algo para solucionar esa ruptura que le está destruyendo.
El niño no se niega a estudiar, quiere ser un alumno más dentro de su clase. Tiene ganas de ser mayor, de salir a su sociedad y empezar a gestionar su vida. Sabe que necesita un equipaje ético, moral, cívico y espiritual. Sabe que lo ofertado en la asignatura de Educación para la Ciudadanía no le puede resolver, sino que le puede complicar. Juan empieza a tener problemas si no se adhiere a la estética antisistema, si no acosa al “pardillo” de su clase, si no consume alguna sustancia adictiva, si no está en redes sociales de internet, si no reconduce sus pulsiones afectivas. Al final comprende que esta asignatura no es igual que las demás; no le permite comunicarse, tampoco le posibilita calcular o analizar hechos y configuraciones históricas. Al final comprende que los personajes allí presentados no tienen autoridad moral, no son ejemplos vivificantes, no aportan luz y confianza en el futuro de Juan. Al final comprende que es el principio de un camino dogmático que ni él ni sus padres lo han elegido.