Pio Moa. Salvador de Madariaga ha escrito que, después de la sublevación de 1934, las izquierdas carecían de valor moral para condenar el alzamiento derechista de 1936, equiparando en cierto modo ambos hechos. El argumento es, sin embargo, endeble. Las izquierdas atacaron en 1934 a un gobierno legítimo, salido de las urnas y moderado, que defendió la legalidad republicana. Las derechas en 1936 se rebelaron contra un gobierno salido de unas elecciones fraudulentas, violento destructor de la legalidad y amparador de un proceso revolucionario. De esto no puede caber la menor duda a quien atienda a los hechos por encima de los pretextos y falacias justificativas.
El arrasamiento de aquella legalidad parcialmente democrática planteó a gran parte del pueblo el dilema de dejarse aplastar por la revolución o rebelarse, un tanto a la desesperada. No se alzó el ejército, como a menudo leemos, sino parte de él, apoyada enseguida por una masa de población no inferior a la que había votado a la derecha cinco meses antes. El general Mola diseñó un golpe rápido para establecer una dictadura republicana, designio ilusorio, pronto fracasado. Casi todos los recursos financieros, industriales, el grueso de la aviación, la marina y las fuerzas policiales, más casi la mitad del Ejército de tierra quedaron en manos del Frente Popular, que además armó a los sindicatos. El fracaso de Mola pudo ser definitivo pero, contra todo pronóstico inicial, los sublevados, que se llamaron nacionales, vencerían en larga lucha y al mando de Franco, al bando contrario, que solía autodenominarse “rojo”.
La pretensión de los autores de la LMH de que el Frente Popular representaba la democracia queda desmentido con solo mencionar a sus componentes de hecho o de derecho: stalinistas del PCE, que se convirtió pronto en partido hegemónico; marxistas revolucionarios del PSOE; anarquistas; y en un plano secundario, republicanos de izquierda y separatistas catalanes que habían intentado golpes de estado al perder las elecciones de 1933 y apoyado la insurrección de 1934; más los separatistas vascos, con un racismo exacerbado próximo al de los nazis. Y todos bajo protección y orientación de Stalin. Asignar a tales partidos la defensa de la libertad y la democracia, resulta simplemente grotesco, y sin embargo es la base del discurso de la LMH.
Tampoco la derecha defendía una democracia liberal, porque la dramática experiencia republicana y la crisis del liberalismo en casi toda Europa habían creado la impresión de que esa democracia abría las puertas a la revolución comunista. Las razones del levantamiento de 1936 fueron esencialmente dos: la unidad nacional y la tradición cristiana, contra a las fuerzas revolucionarias y separatistas. Los nacionales recibieron ayuda de la Italia y la Alemania fascistas, pero no se asimilaron a ellas y mantuvieron una independencia que no tuvieron los rojos con respecto a la URSS.
Sobra aquí exponer el desarrollo de la contienda, pero cabe observar que el bando nacional evitó el hambre en su campo, mientras que el contrario sufrió en 1938 el año de mayor hambre en el siglo XX español; que el Frente Popular consumió las reservas financieras y otras, en cantidad superior a los préstamos contraídos por los nacionales; que en el bando rojo menudearon las persecuciones entre sus propios partidos, con hasta dos pequeñas guerras civiles entre ellos, la segunda de las cuales prologó la derrota definitiva en marzo de 1939; que el bando izquierdista practicó un verdadero genocidio con el clero y la cultura cristiana, destruyó incontables bienes artístico y de todo tipo, bibliotecas, monasterios, etc., de los que también saqueó un inmenso botín que los dirigentes llevaron al exilio al llegarles la derrota.
No extrañarán las amargas condenas de los “padres espirituales de la República”, J. Ortega y Gasset, G. Marañón y R. Pérez de Ayala. El primero fustigó a los intelectuales foráneos que, sin conocer la realidad de España, apoyaban frívolamente al Frente Popular. Marañón escribió: “Mi respeto por la verdad me obliga a reconocer que la República ha sido un fracaso trágico”. “Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales. Y aun es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos y por haber creído en ellos. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado”. Pérez de Ayala denuncia a "Los desalmados mentecatos que engendraron nuestra gran tragedia. Nunca pude concebir que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza". O el socialista moderado Besteiro: "La reacción a este error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente, sean cuales sean sus defectos, los nacionalistas que se han batido en la gran cruzada anti-Komintern”; y criticó el "Himalaya de falsedades que la Prensa bolchevizada ha depositado en las almas ingenuas".
Opiniones ciertamente autorizadas frente a las cuales los autores de la LMH han preferido la propaganda obsesiva denunciada por Besteiro