“¡Ánimo!, que soy yo; no temáis.” (Domingo de Pascua, 12 de abril de 2009).
Manuel Bru. 12 de abril. “El lago de Tiberíades, llamado también “mar de Galilea” mide veintiún kilómetros de largo por doce de ancho. Pero cuando el viento baja impetuoso del valle de Bekaa, asusta incluso a los pescadores, que están acostumbrados a navegar por él. Y aquella noche los discípulos de Jesús tuvieron miedo de verdad: olas altas y viento contrario. Apenas lograban gobernar la barca”. Así comienza el relato que Chiara Lubich hace sobre este pasaje pascual, tan apropiado para estos días santos que celebra la Iglesia a partir de hoy, día glorioso de la Resurrección. “Entonces sucedió un acontecimiento inesperado –continua el relato- Jesús, que se había quedado en tierra solo para rezar, apareció de improviso sobre las aguas. Los doce, que ya estaban nerviosos por las condiciones del mar, empezaron a gritar atemorizados, creyendo que veían un fantasma. No podía ser Jesús lo que veían ante ellos. Sólo Dios, está escrito en el libro de Job, camina sobre las aguas (Cf Jb 9, 8). De ahí, las palabras de Jesús: ¡Ánimo!, que soy yo; no temáis (Mt 14, 27). Subió a la barca y el mar se calmó. Los discípulos no sólo recobraron la paz sino que por primera vez lo reconocieron como Hijo de Dios: Verdaderamente eres Hijo de Dios (Mt 14, 33.)
“Esa barca a merced del viento y sacudida por las olas se ha convertido en el símbolo de la Iglesia de todos los tiempos”. ¡Esa barca es mi tabla de salvación! La vio Don Bosco en un sueño, flaqueada por María y por Jesús Eucaristía en medio de la tempestad. La vieron antes los Padres de la Iglesia, a la hora de explicar el misterio de tan sorprendente comunión. Pero ya la habían visto los apóstoles, porque era la misma barca con la que pescaban antes de conocer a Jesús, y de la que luego nunca se alejarían cuando Jesús la hizo su barca, su morada entre los hombres, su hogar, el arca de la nueva alianza. A cada hombre que hace la travesía de la vida, antes o después le llega el momento del miedo, y le llega, providencialmente, la mano amiga de alguien desde esa barca, para provocar su libertad. “Quizás alguna vez también tu corazón se haya visto en medio de la tempestad; quizás te hayas dejado llevar por un viento contrario en dirección opuesta a la que querías ir; quizás hayas temido que tu vida o la de tu familia naufragase”, seguía diciendo aquel relato. Quizás la fe en la resurrección de Cristo, del Cristo glorioso que anda sobre las aguas, se haya marchitado. Quizás te preguntes: ¿Dónde está el amor de Dios? ¿Ha sido todo una ilusión? ¿Es un fantasma?
Desde esta bendita barca, Jesús te dice también a ti esta mañana: ¡Ánimo!, que soy yo; no temáis. “Él está debajo de todo lo que nos hace daño, de lo que nos da miedo. Él es el Amor, y es propio del amor ahuyentar todo temor”. En este medio, en este espacio, decimos tantas cosas, denunciamos, anunciamos, contamos. Pero hoy dejémosle hablar a él, al Resucitado. Dejémosle entrar en nuestra vida. Así podremos decirle como los discípulos: Verdaderamente eres Hijo de Dios. Y al abrazarlo se transformará en nuestra paz.