“El Holandés errante”, un mito demasiado sofisticado
Luis de Haro Serrano
Este representativo título perteneciente a la primera etapa de su autor, realizado sobre su propio libreto, se presenta de nuevo en el Real con una producción de la Ópera National de Lyon, en coproducción con la Bergen Nasjonale Opera, Opera Australia y la Ópera de Lille, dirigida por su principal director-invitado, Pedro Heras-Casado y Alex Ollé (La Fura dels Baus) como director de escena y un interesante doble reparto, junto con la Orquesta y el Coro titulares del Teatro.
A pesar de que Wagner indicó que se había inspirado en el tortuoso viaje marítimo que en 1839 realizó con su esposa desde Riga hasta Londres, realmente la fuente surgió del relato de Henrich Heine de 1834 titulado “Las memorias del Señor de Schnabelowpski” publicadas en Der Salon en 1834, donde el autor reflejaba irónicamente su particular visión de una obra dramática ficticia que circulaba entre los marineros sobre el tema del capitán marino que maldijo a Satanás por lo que, condenado por blasfemo, fue castigado a vagar eternamente por los océanos.
Del aspecto más llamativo de la obra, la puesta en escena, es responsable Alex Ollé, que la considera como una clara muestra de un mito demasiado sofisticado y fiel a su tradición de concebirlo todo como un espectáculo de grandes dimensiones, cualquiera que sea el fondo temático por el que transcurre el contenido de una obra, sea de Mozart, Verdi, o Wagner, que en este caso trata, además, el eterno tema de la redención, que tanto le preocupó reflejándolo también en obras posteriores como “Tannhäuser”, “El Anillo” o “Tristán e Isolda”.
Junto al escenógrafo Alfons Flores hace un llamativo discurso sobre la redención, el mar y su “buque fantasma”, presentándolo con una quilla de 14 metros de altura reales, una espectacular pasarela de bajada a tierra de no menos dimensiones, aderezado con numerosos bancos de arena, sin importarle las molestias que durante toda la obra (casi dos horas y media de duración) proporcionan a los intérpretes y una significativa y espectacular tempestad videográfica obra de Franc Aleu, que va más allá de los nueve minutos de duración de la interesante obertura donde el compositor refleja la mayoría de Leivmotivs de la obra en la que se separa de los criterios y cánones por los que se regía la ópera italiana del siglo XIX y muestra ya sus ideas de lo que debería ser la “obra de arte total”.
Alex Ollé plantea su escenografía con un exceso de imaginación, difícilmente inteligible a primera vista, situándola en el puerto de Chittagong -la India-; el famoso pudridero naval al que atracan todo tipo de barcos para su desguace definitivo al que, como es natural acude el buque del maldecido holandés, como símbolo de lo que actualmente realiza la sociedad en la que nos ha tocado vivir, que desguaza todo lo que no es ”políticamente correcto”, como le ocurre a esta romántica y dramática historia que protagonizan el trío de personajes formado por Senta, Erik y el holandés, a los que el compositor reserva los más bellos y brillantes momentos musicales y escénicos, presentados en el formato de arias, dúos o tríos llenos del mejor lirismo romántico de un Wagner joven -22 años-. Una historia cuyo encuadre, lleno de ternura, pasión y desprendimiento, tiene difícil acoplo en este referido mundo de desguace.
Pedro Heras, como responsable de la parte musical, ha hecho una interesante y cuidada lectura de la partitura, sin apenas fisuras, magníficamente acompañado por una orquesta -la titular de la Institución- pletórica de facultades, especialmente brillante en los pasajes solistas gracias al impecable sonido de trompas, fagot y oboe.
La belleza general de la melodía wagneriana deja aparcados a un lado los posibles defectos e incongruencias que la escenografía pueda tener, especialmente su movimiento escénico, algo lento en determinadas ocasiones. que arrastró a algunos de los intérpretes vocales formado por un elenco extraordinario en sus dos repartos, muy equilibrados, dotados de una extraordinaria calidad vocal y dramática junto a un coro que contribuyó con eficacia a la espectacularidad general de la puesta en escena resultando difícil destacar a alguien porque lo fueron todos.
En definitiva, una producción muy destacable, que puede considerarse como el mejor regalo de Navidad, que no estaría de más que, para algunos, se haya visto acompañado por el “amable saludo” de ese soñado “gordo” que, unos días antes se ha paseado tranquilamente por el mismísimo escenario que lo ha hecho “le voiseau fantóme”.