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Diario YA


 

Una ópera seria

“La Clemencia de Tito”, un compendio de conspiración, venganza, sufrimiento, duda y perdón

Fotografía:Javier del Real

Luis de Haro Serrano

Las últimas decisiones de G. Mortier (presentación en Gante del próximo espectáculo “CC(h) oeurs”- preparado por Alain Platel a base de danza, ópera y performance con música de Verdi y Wagner- así como la contratación de los intérpretes de “Moses und Aron”, obra que iniciará la próxima temporada) han causado cierta sorpresa en la opinión de los aficionados habituales del Real y están sirviendo de pequeño marco de introducción a la representción de esta ópera de Mozart, mal llamada por algunos críticos ópera de transición. “La clemencia de Tito” compuesta en dos actos se encuadra dentro del concepto de ópera seria. Está basada en el libreto de Caterino Mazzola, adaptado y muy reducido para trasladarlo a una época más moderna, inspirado a su vez sobre un extenso texto de Pietro Metastasio. Se estrenó el 6 de septiembre de 1791 en el Teatro Nacional de Praga, dentro del marco festivo que la ciudad preparó con motivo de la coronación del emperador de Bohemia, Leopoldo II. Su acción transcurre en Roma, en la época del Imperio romano (79 a. después de C.)

Debido a los diferentes matices o consideraciones con las que se aborda la clemencia del emperador para justificar y perdonar a los culpables de la conjura urdida por Sexto y Vitelia para asesinarlo, en su argumento se encuentran bastantes connotaciones sicológicas, describiéndose, además, las vicisitudes, remordimientos y dudas de sus tres principales protagonistas, especialmente las de Tito a la hora de seguir los dictados de su corazón para elegir esposa y, muy especialmente, el rocambolesco camino que siguió para otorgar su perdón a los culpables de la conspiración

Mozart despliega en ella su ingenio para desempolvar un género musical anticuado al que le devuelve un bello concepto de frescura, transparencia y elegancia, dotándola con números corales de gran efecto. Cuenta con otros momentos destacados como el aria de Sexto “Parto, parto” acompañada por un delicado solo de clarinete y la de Vitelia, “non piu di fiore”. Muy comprometida en los graves

La ópera no tuvo mucho éxito en su estreno. Casi puede decirse que el rechazo inicial fue general. El público cuando después de las fiestas de la coronación pudo acceder a ella, no se dejó influenciar ni por la opinión cortesana ni por la del matrimonio imperial. Su reacción fue bastante más positiva. Las reticencias que hacia Tito tuvieron alguno se debió, sobre todo, al hecho de que el público burgués, consideró que no era una ópera pensada para ellos, por tanto no podía entusiasmarse con una composición seria de corte barroco. Lo que más pudo sorprender en otros ambientes fue la unión de una forma antigua y clasicista, con un concepto de humanidad sensible e ilustrado, propio de las obras de Gluck y la “Ifigenia” de Goethe.

Más tarde, junto a “la flauta Mágica”, volvió a ser una de las obras más representadas de su autor, hasta que en 1840 –probablemente por la dificultad de su montaje-, dejó de aparecer de las programaciones habituales de los teatros de ópera.

Al director de orquesta Kart Richter le parecía que era una opera seria según el modelo italiano-barroco. No es una acción de Estado con una moralidad impuesta. La parte de Vitelia pudo convertirse en el modelo para las grandes figuras femeninas dramáticas de la historia de la ópera, desde Beethoven hasta R. Straus

El equipo artístico.-Vuelve de nuevo al Real este título que ya se presentó durante la temporada 2007-08 realizada en versión semiescenificada. Lo hace con una producción procedente del Festival de Salzburgo, preparada en 1982 por Uriel y Kart-Ernest Herrmann. Un trabajo que ya cuenta con 30 años de vida, a pesar de lo cual no ha perdido fuerza escénica, pero hoy, en 2012, en otros aspectos, si resulta algo rancia y con cierta dosis de indefinición estilística, especialmente en lo que al vestuario se refiere, siendo los personajes de Publio y Servilia los que resultan más desfavorecidos.

Thomas Hengelbrock, director musical, ofreció un Mozart algo desdibujado. Brillante y preciso en algunos pasajes y apagado en otros. La Orquesta y el coro que prepara Andrés Máspero procuraron dar siempre la mayor expresividad y colorido a la partitura. Excelente el trabajo del clarinetista Vicente Alberola.

Yann Beuron, a pesar de haber tenido ciertos momentos de dureza en su voz, ha sabido mostrar escénica y vocálmente el drama interior y las dudas del emperador, gracias a la expresividad de sus recitativos que le llevaron a describir con seriedad y naturalidad a su difícil personaje, sin tópicos ni agresiones. Amanda Majeski -Vitelia- solo apuntó en determinados momentos buenas formas en su voz, que lució con belleza en su gran aria “Non piu di fiore…” (ya no descenderá el himeneo…). Igual que Kate Aldrich –Sesto-, exultante y con la fuerza suficiente para destacar en su larga aria, “Parto, parto”, delicadamente acompañada por el clarinete de Alberola.

Los demás; Serena Malfi (Annio), María Savastano (Servilia) y Guido Loconsolo (Publio) cumplieron aceptablemente en unos papeles de escaso lucimiento vocal.