“La Guerra de los Gigantes” y “El imposible mayor en amor le vence amor”
Luís de Haro Serrano
El Teatro Nacional de la Zarzuela continúa su programación artística habitual con la presentación de este interesante y novedoso programa doble como homenaje al gran compositor español Sebastián Durón del que se cumplieron trescientos cincuenta años de su fallecimiento, abordando estos dos sugestivos títulos enclavados en la corriente del barroco, muy poco conocidos para el aficionado a la zarzuela a pesar de sus grandes valores musicales.
Dos obras que el director de escena Gustavo Tambascio aborda con valentía en una misma sesión escénica, con un enfoque teatral muy diferenciado.
“La Guerra de los gigantes”, ópera en un acto, con libreto de autor anónimo se estrenó en Madrid en fecha que no se ha podido determinar, situándose entre los años 1701 y 1702, es considerada como la última producción en el estilo español antes de la adaptación a la nueva línea de composición del italiano que abordaría su autor, en las composiciones de los años 1710 / 1711.
Tambascio sitúa el desarrollo de la acción de la primera en un imaginario país de Europa en la mitad del pasado siglo XX, considerando que el Olimpo es una empresa regida íntegramente por mujeres donde se desencadena una nueva reedición de la clásica lucha social en la que la clase obrera la representan los gigantes y las diosas del Olimpo lo constituyen las prósperas mujeres dirigentes. En ella se desarrollan monumentales luchas y contraataques contra especialistas de considerable tamaño, que tienen lugar en la misma sala de juntas de la empresa donde se canta al progreso y la maquinaria general de la explotación, poniéndose en marcha una guerra dotada de una especial simbología sobre el verdadero significado de ese enfrentamiento mitológico entre dioses y gigantes en una etapa de la humanidad – los años 1950 a 1960, en la que se produce el florecimiento de la economía y surge el gran momento de una industria emergente de la postguerra, previo a la aparición de los ordenadores que irán paulatinamente desplazando en muchas empresas no solo a la mano de obra viva sino diluyendo al mismo tiempo a sus cabezas visibles para concentrarlas en una nube de bancos, asesores, accionistas y colaboradores de todo tipo, muestra palpable del cambio que aportaron los siglos XVII Y XVIII a la transformación política, social y cultural de la vida española que, como es lógico, tuvo también su pertinente reflejo en esa vida teatral en la que Durón alcanzó un especial protagonismo, aportando novedosos planteamientos musicales y escenográficos procedentes de la ópera italiana contemporánea.
El episodio más llamativo, el asalto al Olimpo por parte de los gigantes, se desarrolla a lo largo de seis escenas que conforman unos cuadros muy nítidos donde el movimiento dramático es mínimo manteniéndose la acción solo por la dinámica que aporta una melodía musical que, veladamente, sirve para desarrollar el aspecto sicológico de sus personajes.
Al margen de la fuerte polémica suscitada años atrás por cierto crítico musical sobre la autoría de la 2ª obra del programa, resulta obligado indicar que se trata de un título musicalmente excelente y de gran valor artístico. Pertenece a la tradición de la zarzuela que surgió a mediados del XVII como entretenimiento escénico habitualmente representado en el Real Sitio de la Zarzuela. Lugar donde con frecuencia acudían los Monarcas españoles en sus días de caza y descanso, escuchándose también otro tipo de obras de carácter mitológico en las que se producía una perfecta combinación de la trama de unos personajes cuyo desarrollo transcurría en un ambiente pastoril, expresándose de diferente forma; unos cantando y otros, simplemente, declamando. Una técnica que respondía a la misma estructura con la que se expresaban los protagonistas de las compañías teatrales españolas en las que convivían actores y actrices de diferentes especialidades dramáticas, similares a la línea que marcó la conocida obra “Acis y Galatea” de Literes.
Para su diferenciación escénica con el primer título, Tambascio explica así su concepción: “La escenografía ha sido enteramente pintada a mano, respetando la leyes barrocas de las perspectivas y el “trampantojo” que describe los prodigios que tanto fascinaban al público; naves que naufragan, nubes que se abren, carros que traen a los dioses o que bajan directamente desde lo alto, todo acompañado de un vestuario que sigue al pie de la letra los dictámenes de los trajes heroicos del barroco, acompañado por una iluminación que acerca al espectador a una visión especialísima de estos seres fabulosos, unido a una versificación postcalderoniana a la que se incorporan unas danzas, sencillas y elegantes, que resaltan la vida lúdca de la corte.
Puesta en escena
Para la presentación de este auténtico espectáculo hay que reconocer que la Zarzuela ha realizado un meritorio esfuerzo económico que el aficionado, sin duda, sabrá agradecer y valorar como justamente merece. Ha reunido un numeroso grupo de intérpretes instrumentales y vocales de primer nivel a los que se han unido los de carácter técnico como el experimentado director de escena Gustavo Tambascio, junto a la excelencia de la “Capella Mediterránea”, perfectamente dirigida por Leonardo García Alarcón que ha realizado una dignísima versión de estas dos excelentes producciones barrocas donde todo el elenco vocal, sin excepción, ha actuado a un altísimo nivel, muy bien acompañados por el coro titular del Teatro dirigido por Antonio Fauró. Excelente también el trabajo de Ricardo Sánchez Cuerda, que abusó un poco de las cualidades atléticas de los gigantes en la 1ª obra, la bellísima concepción de la iluminación de Juan Gómez Cornejo y, auténticamente espectacular el diseño de vestuario de Jesús Ruiz. Todo un lujo en el que todos, absolutamente todos, han demostrado el gran amor que le tienen al barroco, clave para alcanzar un éxito tan notable.