“La prohibición de amar”, de R. Wagner, dura y divertida crítica a la clase dirigente alemana
Luis de Haro Serrano. El Teatro Real presenta por primera vez en su historia esta atractiva y poco conocida ópera de Wagner, con una nueva producción suya realizada en coproducción con la Real Ópera House de Londres y el Teatro Colón de Buenos Aires, firmada por el director Kasper Holten, que con ella hace su presentación en él, dándose la feliz circunstancia de que acaba de ser recientemente reconocido como la tercera institución cultural de España (Tras el Museo del Prado y el Reina Sofía) y la 1ª en el ámbito musical. Para Holten esta obra encierra diversos atractivos.
El primero es que Wagner, tras su primer título, Las Hadas, la compone cuando tenía 21 años, haciendo una obra divertida y cómica, para mí una verdadera opereta llena de diálogos y de momentos hilarantes junto a secundarios alegres, pero también con drama y con una historia interesante adaptada de la obra de Shakespeare “Medida por medida”. Un Wagner que, a pesar de su corta edad era ya igual de megalómano que el posterior. Toma este título del dramaturgo inglés, lo cambia y adapta para hacerlo suyo preparando su propio libreto”. “El segundo atractivo es su sonido.
La obertura no responde a los cánones de su posterior línea de composición al sonar plenamente a música mediterránea llena de colorido”. Argumentalmente encierra una fuerte crítica al puritanismo alemán y a su forma de incidir en determinados valores que suponen una réplica abierta, que casi roza el ridículo, hacia los dirigentes alemanes y su particular idealismo. La realidad es que, más allá de estas ideas, contiene un mensaje de reconciliación entre el norte y el sur y la necesidad de reunir lo mejor de cada uno en lugar de incidir en lo que les separa”.
Una lección que extrapola a la compleja situación de la Europa actual. Su música es para mí una verdadera opereta llena de diálogos, grandes números corales y momentos de humor, de pasajes secundarios alegres, que se funden también con el drama de una entretenida historia”. Escuchar esta partitura, de claras influencias italianas, francesas y weberianas, es una invitación a descubrir a un genio todavía joven, que con ella empieza a buscar su propia voz, apreciándose ya algunos de los fuertes rasgos de esa originalidad y belleza con la que pronto destacaría en el mundo de la música y, más concretamente, en el de la ópera. En la adaptación de su historia se recogen además las inquietudes rebeldes de una Alemania revolucionaria, que reivindica el amor sensual y ataca la represión fanática de la sexualidad por una autoridad puritanamente hipócrita.
Como dice el texto “¡Mal haya el que arranca vidas por pecados que él codicia!”. Nos encontramos ante una ópera excepcional dotada de un gran atractivo musical que nos lleva a olvidarnos de que estamos ante una obra típica de Wagner, por lo que el aficionado debe simplemente sentarse dispuesto a disfrutar plenamente de ella”, según recomienda Holten.
Los directores (musical y de escena) han realizado un arduo trabajo para reducir la duración original de la partitura (cerca de cuatro horas) al tiempo de la versión que ofrece el Real (en torno a dos horas y media) para limar determinadas repeticiones y diálogos, sin menoscabo del desarrollo general de la parte escénica. Su acción original se traslada de Viena a Sicilia, donde Friedrich, caricatura del dictador alemán, se esconde detrás de un pretendido idealismo, impone la pena de muerte para castigar la promiscuidad sexual, prohibe los prostíbulos, el carnaval y el amor extraconyugal al que él mismo sucumbe. Este título, escrito después de “Las hadas”, que Wagner nunca pudo escuchar, tuvo un azaroso estreno en 1836 en Magdeburgo Su primera representación resultó auténticamente desastrosa. La segunda no llegó a celebrase porque el marido de la protagonista, en un ataque de celos, impulsado tal vez por el hedonismo del que alardea la trama, agredió al tenor que interpretaba el papel de Claudio, quien, al parecer, mantenía un disimulado romance con su mujer.
En ella el joven compositor se ríe de la grandilocuencia de sus obras futuras, de los arquetipos de sus personajes y de los del germanismo ario que él mismo exaltaría más tarde. La ópera está compuesta siguiendo la estructura de números delimitados que tienen poco que ver con la línea que más tarde seguiría; hay arias, conjuntos, diálogos que proceden de la tradición vienesa del Singspiel. Extraña porque no la escribió pensando en que estaba realizando un Gesamtkunstwerk (obra de arte total). La preparó simplemente con la idea de componer una obra lírica atractiva, para lo que, sin duda, mostraba ya un gran talento melódico.
En términos musicales, su estilo se asemeja bastante al sentido de composición de Schubert, realizado con una orientación algo más cómica. Los tintes caricaturescos de los personajes y la ágil frescura de la dramaturgia de la trama, con aires de vodevil, ponen a prueba las aptitudes escénicas y técnicas de su extenso reparto vocal. No fue representada nunca más en vida de su autor. Desde entonces se ha programado en raras ocasiones, como la de 1983 que sirvió para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Wagner. Actualmente se ofrece muy poco; en las estadísticas de “Operabase” aparece con solo cuatro representaciones en el período 2005/2010.
En 2013, con motivo del citado bicentenario, se programó en diferentes lugares, realizándose once producciones con 47 representaciones. Entre ellas se encuentran las del Festival de Peralada el 3 y 4 de agosto de 2013, que constituyeron su estreno en España. Coincidiendo con sus nueve representaciones, el Real se une a las conmemoraciones del cuarto centenario de la muerte de Shakespeare, organizando una serie de actividades paralelas como conferencias, retransmisiones radiofónicas y proyecciones especiales que permitirán al aficionado acercarse con un mejor conocimiento a las óperas de Wagner y a las obras del autor inglés.
Puesta en escena
Con un decorado amplio y variado dotado de una sugestiva escenografía y movimientos, Steffen Aarling evoca con acierto los alborotos de la bulliciosa barriada de Palermo, situándola en una época indeterminada con ciertos apuntes de actualidad – como la introducción de los ya inevitables móviles y sus subproductos- que sirven de base al rico planteamiento sicológico con el que Holten describe con delicado acierto los sentimientos personales de sus protagonistas.
La producción musical de Bolton, como suele ser habitual en sus intervenciones, claramente trabajada en esta ocasión, ha facilitado la fluidez y coherencia que necesita esta difícil partitura, muy bien acompañada por la gran labor del coro, gran protagonista de la obra, muy bien acompañado por las elegantes voces del barítono Chisthopher Maltman ( Friedrich), Ilke Arcayürek (Claudio) y, sobre todo, de la soprano Manuela Uhl (Isabella). Su trabajo destacó sobre el resto vocal, que, igualmente, mostró un gran nivel canoro. Todos dieron plenamente la razón al director artístico, J. Matabosch, cuando comentó que este título, por sus grandes valores, es digno de conocer y disfrutar.