“Le Cinesi”, de Manuel García, un guiño humorístico al atractivo de otras culturas
Luis de Haro Serrano
Esta singular obra del compositor sevillano Manuel García, perteneciente al género conocido como “teatro musical de cámara” se presenta en el escenario de la “Fundación Juan March” contando con la colaboración del Teatro Nacional de la Zarzuela, que, paralelo a sus grandes producciones, desea abordar también el tratamiento de este tipo de obras concebidas para espacios pequeños, por su reducido grupo de intérpretes y una dotación musical mínima al utilizar como único instrumento al piano. La producción de dicho título es la sexta ocasión que de este género realiza la Fundación, que lo inició en 2014.
Según se indica en el “decálogo informativo” que acompaña al habitual programa de mano, “Le cinesi” se basa en el libreto que Pedro Metastasio (1698/1782) escribió en 1735, revisado en 1749. Fue el libretista más influyente del siglo XVIII que, a pesar de vivir habitualmente en Viena, colaboró repetidamente con la música española gracias a la mediación de Farinelli. El compositor, Manuel García (Sevilla, 1775/ París, 1832) fue un polifacético músico, cuya actividad se centró no solo a la composición, el canto y la pedagogía musical. Su primer contacto con la música lo realizó en Madrid, cantando y componiendo tonadillas, pasando poco más tarde a actuar y estrenar obras propias en Francia, Italia, Inglaterra, Estados Unidos y México.
Como cantante afrontó papeles de alta dificultad vocal interviniendo en obras como “Il barbiere di Siviglia en Roma, Londres, París y Nueva York, donde también llegó a cantar el “Don Giovanni” de Mozart. Sobre 1831 compuso en París cinco óperas de salón, entre ellas “Le cinesi”. Otro de sus trabajos fue retocar el libreto que Metastasio preparó para esta obra, con objeto de hacerla más asequible para el espectador.
Musicalmente “Le cinesi” está llena de interesantes pasajes preparados en forma de arias, conjuntos, cavatinas, recitativos y concertantes, muy vinculados al estilo Rossini que, a pesar de su aparente sencillez están llenos de fuertes dificultades vocales y dramáticas dotadas de un gran atractivo, muy bien acompañadas por el piano.
Como casi todas las obras pertenecientes a este género musical, su duración es corta; un acto que no suele pasar de una hora. Su acción se sitúa en una aristocrática mansión china del siglo XVIII cuyos habitantes, tres mujeres, viven bajo la tiranía de la dinastía qing, que dirigió despóticamente los destinos de la sociedad de este país durante casi trescientos años. El exotismo del libreto trata de reflejar los cambios sociales que en ella empezaban a producirse. El desarrollo de su acción lo expresa claramente el único personaje masculino que en ella interviene, Silango, cuando en la Cavatina nº 4 se dirige a las tres mujeres, para criticarles sus pasivas y aburridas conductas.
La Producción
La directora de escena, Bárbara Lluc, ha querido presentar la obra de forma viva y directa, sin olvidar el humor, la pasión y fascinación que en casi toda Europa se siente por la cultura china y sus numerosos atractivos, dándole un carácter historicista y haciendo alusión a esa especie de máscara y velo bajo cuyas sombras casi todas las personas tratan de ocultarse. Un disfraz que nadie es capaz de quitarse en primera instancia para descubrir a los demás su verdadera personalidad. Así son las tres aburridas damas que habitan la aristocrática mansión en la que transcurren sus flácidos días, pero llenas de pasión, amor y sufrimiento, que solo se alborota con la llegada del viajero Silango. Las tres, cada una a su manera, se quejan de la vida que llevan y tratan de escapar de esa sociedad china que les oprime. Para ello ha creado un sugestivo ambiente de atractivos biombos típicos de la época, dotado de un aceptable movimiento escénico, muy bien acompañado por la parte vocal, que brilló más en la parte femenina representada por las sopranos Marina Monzó y Cristina Toledo y la mezzosoprano Marifé Nogales, muy ajustadas a la técnica belcantista que exige la obra, teniendo un menor relieve en la parte masculina con José Manuel Zapata como único representante.
La dirección musical de Rubén Fernández Aguirre, responsable también de la intervención pianística, muy cuidada y agradable.
La idea de las dos entidades promotoras y responsables de la producción de esta pieza perteneciente a un género todavía por descubrir, a la vista del eco obtenido con ella, bien merece todos los apoyos posibles; del público y de las instituciones culturales correspondientes, sin olvidar el inevitable capítulo económico.