Eric Letty. Hace algunos años entrevisté a Alain Griotteray, un político inteligente, quien hizo una sabia observación: “La diferencia entre la prensa de derecha y la de izquierda, me dijo, es que cuando la izquierda batalla sobre un tema lo repite constantemente, mientras que la derecha no insiste”. ¿Por miedo a repetirse? Tal vez. Entonces deberíamos recordar el consejo de Louis de Bonald: “Entre el inconveniente de la repetición y el de no ser escuchado, no cabe duda.”
Mis lectores me perdonarán, por lo tanto, volver a la cuestión del “matrimonio” entre homosexuales y la adopción de niños por las uniones así establecidas. Es un caballo de batalla que no debemos abandonar hasta que ganemos la partida. Ya que ésta puede serlo, y las razones para esperarlo son cada vez más numerosas.
La izquierda dispone ciertamente de todos los poderes institucionales: regiones, asamblea, senado, presidencia y los mejores medios de comunicación. Pero, la opinión pública se le escapa. Fuerzas de resistencia que no habían sido previstas, o cuyas capacidades de movilización no habían sido medidas, se levantan. En primer lugar, divina sorpresa, los obispos que no se les había visto tan determinados desde hace largo tiempo- han subido a las almenas. Segunda sorpresa para el poder, los alcaldes que se han opuesto también. Varios centenares de ediles han advertido que no celebrarán tales matrimonios. Las encuestas de opinión indican una toma de conciencia de los franceses, que no aprueban el proyecto socialista.
Psicólogos, pedíatras, psicoanalistas advierten sobre las consecuencias que la adopción homosexual tendrá sobre los niños que serán víctimas -la expresión no es demasiado fuerte. Aún en la izquierda se hacen oír voces discordantes, cada vez más numerosas -el sentido común no tiene etiqueta política. “La élite política no imagina cuánto las sociedad y los políticos de provincia no están de acuerdo con estas cuestiones”, se irrita el politólogo Laurent Bouvet en La Croix. “Es evidente que la pareja complementaria y asimétrica hombre‒mujer da el modelo a la distinción del lado paternal y maternal de la filiación”, recuerda en Le Monde la filósofa Sylviane Agacinski, ¡esposa de (socialista) Lionel Jospin!
La querella del “matrimonio” homosexual y de la adopción escapa ahora pues a los aparatos partidistas y trasciende a las banderías políticas. Tanto mejor.
¿El proyecto gubernamental satisface al menos a la comunidad homosexual? No lo parece. Salvo un grupúsculo militante, ¿cuántos homosexuales de sexo masculino están dispuestos a renunciar a una existencia vuelta frecuentemente hacia la fiesta, para cambiar los pañales de un bebé que llora a las tres de la madrugada o, más tarde, para ayudar al niño a revisar la materia de educación cívica? Las lesbianas podrán estar más interesadas, pero algunas ya tienen niños. La cuestión fundamental del derecho del niño prima absolutamente sobre el derecho a (tener) un niño.
El “matrimonio” no es menos peligroso que la adopción, aunque más no sea porque acaba de confundir los patrones familiares ya tan erosionados. Sin duda es lo que desean ciertos defensores de este proyecto.
Si François Hollande piensa que con estas medidas dará un hueso a roer a la izquierda la más ideológica y la más tonta del mundo, puede quedar defraudado. Él se encuentra finalmente prisionero de su propia trampa, confrontado a una oposición resuelta, y sin haber llegado a contentar, al final de cuentas, ni a los bobos del barrio del Marais (barrio frecuentado por homosexuales)