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Diario YA


 

obra preparada por José Mª Valverde Sepúlveda

“Mis primeros cien violines”

Luis de Haro Serrano

“De la abundancia del corazón habla la boca”. Este viejo refrán, suficientemente conocido en casi todo el mundo, le va como anillo al dedo a la obra preparada por José Mª Valverde Sepúlveda, “Mis cien primeros violines”, editado esmero y la calidad que el tema requiere (excelente diseño, papel, imágenes y, como es natural, el texto). Un acierto añadido: la repetición final en inglés.

Su contenido, escrito de forma ágil y amena, sirve para que el interesado en el tema, profesional o no, se adentre en ese mundo tan complejo, como aparentemente sencillo que se autor narra con fluidez, descubriendo con profundidad los pasos que un buen luthier debe dar para conseguir una obra rica en sonoridad.

La boca, en este caso su pluma, habla con gran intimismo y cariño de sus dos grandes amores; la familia, entendida en el más clásico de los sentidos –en el que también incluye estos “cien hijos” que el amor a su profesión le ha dado- y todo lo relacionado con los momentos que ha vivido en su profesión de violinista, sin olvidar ni a sus maestros (Luis Antón, el más importante) ni a los grandes concertistas con los que ha tenido la oportunidad de compartir trabajos o aprender de ellos con humildad.

A la primera le dedica sus palabras más sentidas. Un afectuoso reconocimiento general. Y si para su gran maestro y amigo Luis Antón no tiene frases específicas, si lo hace dedicándole bastante espacio, pródigo en imágenes y reconocimiento a las numerosas virtudes profesionales que poseía, con la delicadeza añadida de que uno de sus primeros hijos haya sido bautizado con su nombre., concretamente el nº 41, al que han seguido otros muchos dedicados al amplio grupo de grandes intérpretes que ha admirado o con los que ha tenido la oportunidad de coincidir por razones profesionales o de amistad; Víctor Martin, David Oistrackh, Chistian Ferrás, Zino Francescatti, Isaac Stern, Yehudi Menuhin, Fritz Kreisler, Salvatore Accardo, , Rugiero Ricci, Artur Grumieaux, Félix Ayo y Eric Szeryng, quien en una dedicatoria fotográfica de 1955 describe sus cualidades con estas palabras “Para José Mª, deseándole felices estudios, tenacidad, paciencia y una voluntad implacable de triunfar”. De todas ellas, a lo largo de su vida ha hecho gala el autor.

En este personal bautizo de esos cien primeros hijos no podían faltar los nombres de aquellos grandes compositores que fueron auténticos malabaristas del violín; Pablo Sarasate y, como no, Niccolo Paganini, al que le ha reservado el número cien de la colección. Todo un homenaje de reconocimiento. Su respeto por otras personalidades relacionadas con la música lo demuestra dándole también su nombre a varios violines; Reina Sofía (número 98) y Paloma O’shea (número 99)

Todos estos personajes, además de forjar y animar su afición de luthier, han dado fuerza y vida a 68 años como profesional del violín (profesor en la O.N.E e intérprete en numerosos conciertos de otro ámbito). 68 años compartidos con el violín aferrado al oído, delicadamente apretado con sus manos para apreciar ese tacto de terciopelo y, sobre todo, para calibrar la belleza de su sonido. Ese cualidad tan personal que poseía su maestro Luis Antón para sacarle el máximo partido a los Stradivarius del Palacio Real.

Para calibrar la calidad de un violín ¿se puede encontrar alguien mejor que un profesional con más de 60 años de experiencia? Una persona que ha dedicado miles de horas para, a través de este instrumento, tratar de conseguir el mejor sonido a las notas nacidas de compositores con estilos tan diferentes como J. S. Bach, Mozart, Vivaldi, Beethoven, Mendhelsson o Paganini? Pocos como José Mª Valverde.

El desarrollo del contenido de la parte técnica, como el estudio y selección de las maderas más adecuadas, el análisis tan importante de los barnices, el diseño de las plantillas para elegir las diferentes sonoridades - Re grave, Re central o Re agudo- están descritos con claridad y sencillez, salpicadas, además, con simpáticas anécdotas personales que sirven para configurar los DNI de cada una de sus cien obras, para que de esta forma, el transcurso del tiempo no pueda poner en duda la autoría de estos delicados trabajos que el paso de los años sabrá valorar en su justa medida . Doscientas imágenes– perfectamente realizadas- completan su contenido. Dos de cada uno de ellos. Parte anterior y posterior. Serán como su ADN particular.

La obra se cierra con un amplio detalle de las variadas fuentes en que ha bebido para poder dar vida con éxito a esos “primeros cien violines”. Un título lleno de optimismo, confianza en el futuro y en sí mismo. A todo ese amplio rosario de fuentes, creo que por modestia, la falta una, tal vez la más importante: la que le han proporcionado sus numerosos años de vida profesional, durante los que, casi siempre, ha tenido un violín entre las manos.

“Mis primeros cien violines” es una obra muy recomendable a todos los amantes de la música; profesionales, luthieristas, estudiantes o simples aficionados