“O se van o los echamos”
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Fernando Z. Torres. Llamazares dixit. Hace ahora un año de la frase que sirve de entradilla a esta reflexión. Fue proclamada en el contexto de una interpelación a la ministra Báñez, a propósito del Decreto de reforma de las Pensiones. Transcurrido el tiempo, aquella amenaza toma cada vez más tintes de realismo, sobre todo a raíz de las distintas manifestaciones callejeras protagonizadas por sectores de izquierda. El pasado 14 de enero, Rubalcaba se manifestaba en estos términos en su cuenta de twitter: “vamos a utilizar todos nuestros medios para parar a la derecha. No vamos a esperar a las próximas elecciones para hacerlo”. Estas dos muestras que facilita la hemeroteca, llevan a pensar que lo que se está desencadenando en la calle responde a consignas precisas, acerca de los derroteros que debe seguir lo que queda de legislatura.
A últimos de septiembre de 2012, el movimiento #25S ideó aquella cencerrada de rodear el Congreso, no por el fondo sino por la forma, a cuya finalización se desencadenaron graves incidentes que coparon primeras páginas de noticiarios y portadas de prensa escrita durante semanas. Por aquel entonces escribí un artículo en mi blog, Madurez democrática frente a radicalismo callejero, en el que se planteaban tres ideas: a) reconocimiento a la labor de anticipación de la Delegada del Gobierno de la Comunidad de Madrid, en cuanto que supo comprender con antelación el simbolismo real de la concentración, materializado en la asistencia de los grupos radicales cuyo objetivo era, y fue, aderezar con su célebre mano izquierda el teatrillo protagonizado inicialmente por sus compañeros (y compañeras); b) defender, de forma jurídicamente argumentada, la actuación de la policía a la hora de repeler los actos vandálicos; c) llamar la atención respecto de la escasa formación democrática, que conduce a intentar ganar en la calle lo que se pierde en las urnas. Ya en aquel acto se emplearon, por parte de aquellos salvajes, cientos de kilos de piedras que se lanzaron indiscriminadamente contra los agentes de policía. El #14D de ese mismo año 13 se repitió la “hazaña” con más pena que gloria en este caso…
El pasado #22M tuvo lugar otra convocatoria apodada #Marchasdeladignidad. Varias columnas de personas llegaron a Madrid provenientes de varios puntos de España. ¿El objetivo? Inicialmente noble, honrado, sincero…de justicia en estos tiempos en los que por culpa de unos pagamos la mayoría. Cada uno en la parte proporcional que por suerte o desgracia le haya tocado. No entraré en guerras de cifras de asistencia. Imposible el acuerdo en esto también. Sólo un apunte: para quien quiera prestar atención, si nos basamos en los metros cuadrados ocupados y en el espacio que llena una persona, se puede establecer un cálculo con un error decente. Vamos, que no hay que ser ingeniero de la NASA.
A la finalización de este tipo de marchas siempre ocurre lo mismo: destrozos, agresiones, vandalismo y brutalidad. Por parte de los organizadores jamás hay un distanciamiento palmario de tales actos. Más al contrario, se dedican después a pedir la libertad de los detenidos. Las preguntas son obligadas: ¿sirven las manifestaciones, inicialmente pacíficas, como teloneras de lo que a la finalización se produce? ¿Se sienten cómodos los organizadores identificándose con los promotores de los desórdenes? ¿Son los movimientos radicales el complemento imprescindible de las expresiones de oposición a la derecha? ¿qué parte de responsabilidad tienen PSOE e Izquierda Plural en la producción de los desmanes conocidos?
Todo esto ocurre en las postrimerías de una etapa de nuestra Historia reciente. Aquella que se acaba con el fallecimiento de su artífice, Adolfo Suárez. Si bien es cierto que el primer presidente de la democracia no siguió el guión establecido por Franco antes de su fallecimiento, que ya contemplaba una apertura definitiva hacia la democracia respecto de la dictadura, no puedo por menos que sugerir que su intención no fue mala. Fue un hombre que jamás descabalgó de sus principios, pero supo dejarlos a un lado entendiendo que la sociedad española precisaba de algo distinto. Quiso confiar en la honradez de sus adversarios políticos facilitándoles, de forma generosa, la apertura política necesaria para construir los escalones del futuro. La Ley de Reforma Política aprobada en 1977, con luces y sombras, quiso materializar la apertura a la democracia suponiendo que los españoles serían maduros para entender el camino que se emprendía. La legalización de los partidos políticos, aprobada desde la prudencia y la sensatez, supuso poner en manos de los ciudadanos la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo para España. El paso del tiempo ha demostrado que la responsabilidad de lo que hoy ocurre no puede trasladarse, en modo alguno, a aquellos que confiaron en sus compatriotas el destino futuro de nuestra nación. Se equivoca quien piensa que aquello fue un tropiezo. Más al contrario. Durante cuarenta años los destinos de España fueron regidos por una persona sin intervención de los ciudadanos. A partir de 1977 esa responsabilidad se les trasladó, siendo éstos los únicos responsables de la desdicha que hoy nos azota. Jamás se enteraron de lo que supone depositar un voto en una urna, y lo peor es que aún no se han enterado.
Ese desinterés por la política y la incapacidad de ir más allá en el hooliganismo bipartidista, han puesto en el timón de la nave España a políticos sin amplitud de miras y, en muchos casos, sin vocación, que se materializa en actitudes nocivas para el conjunto. Éste, en lugar de instruirse y buscar pacíficamente el cambio, se parapeta en la algarada fácil y destructiva, con la connivencia de un Estado que se arrodilla por temor al qué dirán, renegando de sus funciones en cuanto que garante del orden público.
El carácter magnánimo de otra época ha sido aprovechado por los enemigos de España que, recordemos, siempre estuvieron dentro.
Por @lancistaz Para leer más de Fernando Z. Torres: http://detallesoriginalesferzt.blogspot.com.es/