“Rodelinda”, un sentido cántico a la lealtad matrimonial
Luis de Haro Serrano
Superado el obligado compromiso que representaba el estreno de la obra de Elena Mendoza, último encargo de Mortier, volvió la normalidad operística a la programación del bicentenario con la presentación de esta ópera realizada por Georg Friedrich Haendel (1686-1759) en tres actos basada en el libro de Nícola Francesco Haym, adaptación del libreto “Rodelinda, regina de Longobardoi”, de Antonio Salvi, basado a su vez en la obra Pertharite, roi des Lombards, de Pierre Corneille. donde se hace una auténtica defensa del amor conyugal, el menos tratado en los libretos de ópera.
Antes de que Beethoven lo ensalzara en su única ópera, Fidelio. Händel lo describió aquí con mayor dulzura e intensidad, centrándose en la fidelidad que mantuvo la reina de Lombardía hacia su esposo Bertarido al que todos daban por muerto. A pesar de su belleza y del aprecio que el compositor sentía por ella, desde su estreno en Londres el 13 de febrero de 1725, incomprensiblemente, es uno de sus títulos menos representados.
La fidelidad de Rodelinda le impide aceptar el matrimonio que le propone Grimoaldo, el usurpador del trono de Milán, deseoso de cerrar con esta celebración su control sobre el Estado.
Rodelinda llega al Teatro Real como gran primicia en España, con una producción propia realizada en coproducción con la Oper Frankfurt, la Opera National de Lyon y el Liceu de Barcelona. Institución con la que acaba de firmar un acuerdo que permitirá continuar la estrecha y eficaz colaboración artística y técnica que hasta ahora venían manteniendo.
El director de escena alemán, Claus Guth cuenta la historia de la protagonista contemplada a través de la especial visión de su hijo Flavio, cuyo desarrollo tiene lugar en el contexto de una gran casa de estilo georgiano ubicada en plena campiña inglesa. A pesar de su corta edad es un testigo importante de los acontecimientos que narra a través de sus sueños, movimientos y miradas, que transforma en dibujos infantiles que se proyectan sobre los muros de la casa, clarificando de esta forma su fuerte tensión dramática, despejando con ello el camino de su desarrollo para profundizar en el perfil sicológico del resto de los protagonistas, gratamente acompañado por la siempre deliciosa melodía de Häendel.
Es la séptima obra que escribió para la Royal Academy of Music (1719), que se representó casi simultáneamente en Hamburgo con una primera versión moderna muy retocada, así como en Gotinga el 26 de junio de 1920 con otra nueva visión producida por Oskar Hagen. La primera presentación en el Metropolitan neoyorkino tuvo lugar el 2 de diciembre de 2004 con una producción de Stephen Wadsworth dirigida por Harry Bicket.
Rodelinda continúa hoy programándose muy poco. En las estadísticas de Operabase aparece como el nº 205 de los que se representaron durante el periodo 2005-2010, siendo el 22º en el Reino Unido y el undécimo de Händel, con 14 representaciones durante ese período.
Para Ivor Bolton, su partitura, aparentemente sencilla, cuenta con una gran dificultad debido a su fuerte naturaleza y estructura puramente barrocas, que obliga a realizar con pulcritud una clara lectura de la misma.
Con su gran trilogía:”Giulio Cesare”, “Tamerlano” y “Rodelinda”, Haendel realizó un meritorio esfuerzo para acercar la ópera italiana al público de Londres, que apreciaba mucho los títulos que estuvieran centrados en personajes regios como los que en ellas se abordan. Para la tercera escribe una música cautivadora y medida al milímetro para aportar veracidad y belleza a sus contínuos matices emocionales, convirtiéndola en una historia llena de coherencia y solidez dramática, con mucha más garra y mejor tratamiento lírico que la de Beethoven. Su largo recorrido melódico contiene un nutrido abanico de “arias da capo” unidas a otro bloque inigualable de dúos, preparados en forma de concertante, probablemente los más deliciosos de la historia de la ópera.
El gran legado musical de Häendel, aparte de sus innumerables óperas –cerca de cuarenta- es haberlas realizado con una deliciosa síntesis de estilos; alemán, italiano, francés y el inglés de la primera mitad del siglo XVIII. Por ello se le considera como el genio de la síntesis. Su música se desarrolla entre la solidez y el contrapunto de la composición alemana, la melodía y el enfoque vocal del bel canto italiano, la elegancia y solemnidad de la escuela francesa y la audacia, sencillez y fuerza de la inglesa. Se le considera también como un tradicionalista y un inventor; siendo el “oratorio dramático”, una de sus magistrales aportaciones.
Puesta en escena
Para darle más fuerza y credibilidad a esta sencilla historia cuyo trasfondo no es más que una auténtica lucha de poder y celos desarrollado en el estricto ámbito de un círculo familiar, el director de escena, Claus Guth, con objeto de convertirla en una ópera de nuestro tiempo, además de elegir una luminosa mansión georgiana para el desarrollo de su acción, la sitúa en un escenario giratorio cuyo movimiento –algo excesivo-, contribuye a proporcionar cierto atractivo e interés sobre unos hechos sumamente corrientes para su época, reforzados por la presencia, sensibilidad, observaciones y sueños de Flavio. Un personaje muy curioso que no tiene voz, pero que gracias a las miradas, su discurrir por la escena y los sentimientos que refleja en sus dibujos, se convierte en otro protagonista importante de la trama, especialmente en los delicados pasajes finales, que destacan por su significativa sensibilidad dramática. Christian Schmidt ha diseñado un movimiento escénico muy que sigue el mismo tono de delicadeza que se describe en el correcto libreto de Francesco Haym, muy bien acompañado por el vídeo de Andi a Müller y la iluminación de Joachim Klein.
Para esta presentación el Real ha contado con un doble elenco de auténtico lujo entre los que destacan los contratenores Bejun Mehta y Xavier Sabata (Bertarido) además de Lawrence Zazzo y Christopher Ainsle ( Unulfo), las sopranos Lucy Crowe y Sabina Puértolas (Rodelinda) que desarrollaron con gran pulcritud y sencillez los numerosos melismas de la partitura que se une el buen hacer dramático de Fabián Augusto Gómez como Flavio.
Ivor Bolton ha realizado una delicada versión de esta aparente sencilla partitura de Roselinda, donde lo importante era no salirse de ella para mantener siempre el alto nivel melódico que exige su fuerte línea dramática, para lo cual ha contado con la excepcional ayuda de una orquesta, muy seleccionada dentro del conjunto habitual para proporcionar al reducido conjunto una mayor versatilidad en su adaptación al barroco, destacando los solistas del contínuo, así como los de flauta, obóe y fagot .
Los aficionados al barroco podrán sentirse satisfechos con esta “perita en dulce” que el Real ha puesto a su alcance. Una excepcionalidad difícil de repetir.