“Se pueden contar todos mis huesos”
Blas Piñar.Jesucristo es Dios y hombre verdadero. Por eso es un “misterium fidei”, y tan profundo, que es insondable. Mientras vivimos en el tiempo lo creemos, con la lógica ayuda a la fe.
Que Jesucristo es Dios nos lo dice la Revelación, y son numerosos los versículos de los textos sagrados que lo confirman, como lo confirman los milagros, la transfiguración y la resurrección de los muertos. Por otra parte, Jesucristo es un hombre, un ser que pertenece al linaje humano plenamente, que tiene cuerpo y alma.
¿Cómo es posible ser al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre, y, por consiguiente, Creador y criatura? Y, sin embargo, es posible no ser redimido y ser Redentor, morir y resucitar al tercer día de morir.
Quiero fijarme, en cuanto se me alcanza, en este aspecto humano de Jesucristo. Estamos en presencia de un hombre, pero de un “hombre nuevo”, prototipo excepcional en la Historia, porque es concebido por una virgen, (sin concurso –conocimiento en el lenguaje bíblico- de varón), por obra y gracia del Espíritu Santo; y nace respetando su virginidad; y porque no muere a consecuencia del pecado de origen, sino para destruir la muerte. Jesús es la vida (Jn. 11,25 y 14,6). No es la muerte la que le llevó al sepulcro, es el propio Jesús el que entrega su vida redentora, para recuperarla resucitando. (Jn. 10,17).
El diálogo en el huerto de los Olivos entre Jesús, como hombre, y el Padre, como Dios, impresiona. La voluntad humana muestra el sudor de sangre y la voluntad divina hace presente la Pasión dolorosa que exige la redención, y con ella esa sangre, vertida por todos, que no salvará a todos, aunque si a muchos, (Mt. 20,28). La respuesta del “hombre nuevo” fue ésta: “Hágase tu voluntad y no la mía” (Mt.26,42). Es así como la obediencia y el abandono a Dios alcanza su más alto valor ejemplar.
Es un hecho admirable que el Padre nos enviara a su Hijo (como nos enseñan los evangelistas y especialmente San Juan). Este envío prueba, por una parte, el amor infinito de Dios al hombre, y por otra, la inmensa gravedad que supone el pecado con el que que se le ofende. Pues bien, la segunda persona de un Dios trinitario se hace hombre, lo que no quiere decir que el Hijo de Dios deje de serlo para transformarse en un hombre, sino que el Verbo , consustancial con el Padre y el Espíritu Santo, mediante la hipóstasis hace suya una naturaleza humana individualizada y personificada, con datos identificadores; un hombre, es asumido por Dios Hijo, es decir, por una persona divina, consustancial al Padre y al Espíritu Santo, y lo es, de tal forma que, cuanto dice, hace o merece Cristo como hombre, es imputable a Dios. Por eso, la Pasión de Cristo, que es la dolorosa pasión de su naturaleza humana, tiene fuerza redentora, ya que esa naturaleza es la de una Persona divina.
Yo me pregunto como contemplaría Jesús, al nacer, con ojos humanos: la luz, el sol, la luna y las estrellas, lo que existe, lo que existiendo tiene vida, y lo que teniendo vida está dotado de memoria, entendimiento y voluntad, toda la creación , en fin, que conocemos por el Génesis. Dios hecho hombre. (Hijo del hombre, siendo el Hijo de Dios), se integraba en ella, como se integraba en la humanidad, formando parte de su historia, en un lugar y en un tiempo determinados.
Siguiendo el curso de esa historia, lo insólito, lo que nos importa destacar y nos conmueve y sobrecoge es que Jesucristo, Dios y hombre verdadero (en cuerpo y alma), sigue con nosotros. No solo habitó, como decimos en el “Angelus”, sino que sigue habitando entre nosotros. Fueron los discípulos de Emaús los que pidieron a Cristo “quédate con nosotros” (Lc. 24,29). Cristo ya se había anticipado a permanecer en este mundo hasta el fin de los tiempos, (Mt.28,20), y en el Cenáculo había instituido el sacramento de la Eucaristía , transustanciando el pan y el vino. El que recibe la comunión, recibe a Cristo, pero a Jesucristo resucitado y glorificado, al Hijo de Dios que es al mismo tiempo Hijo del hombre, Hijo del Padre e Hijo de María. Más aún, teniendo en cuenta la autocomunicación divina, fruto de la consubstancialidad, el Padre y el Espíritu Santo se hacen presentes en el que recibe el sacramento. De ahí el que se nos insista en recibirlo en la boca y de rodillas, y en darle gracias durante unos minutos.
Pero la presencia de la Encarnación eucaristiada, requiere, además, que permaneciendo después de la Consagración en las formas no consumidas, se siga adorando a Jesucristo, que vive en los sagrarios o se expone en los altares. Tal es la tradición de la Iglesia, y la razón de ser de la Adoración Nocturna.
No es posible enumerar todo lo que sugiere la presencia de Jesucristo entre nosotros, pero no olvido dos reflexiones sobre dicha presencia: que el maná que alimentó a los judíos cuando atravesaban el desierto, y los milagros de la multiplicación de los panes, fueron al anuncio profético del pan eucarístico, que ha hecho presente a Jesús desde la última cena hasta la Parusía; y que viviendo Jesús, el Dios encarnado, con nosotros, la Tierra es la capital del Cosmos.
* * * * * *
¿Porqué este trabajo “Se pueden contar todos mis huesos”? Sencillamente porque si en el Tabor Cristo pone de manifiesto que es Dios, en el Calvario demuestra hasta la saciedad que es hombre. Y digo hasta la saciedad porque ya lo había demostrado, siendo hijo de mujer (Glt. 4,4), (-y teniendo, presumo, el mismo ADN que Ella-), es decir, de la vertiente femenina de la humanidad, aunque no provenía de “un génerar humano”, como escribe Benedicto XVI en “La infancia de Jesús” (Edit. Planeta, Barcelona 2012, pg. 122), ya que concibió por obra y gracia del Espíritu Santo. (Mt, 1,18; Lc. 1,35). Jesús trabajó como carpintero y asistió a las bodas de Caná (Jn,21). Tuvo amigos, como Lázaro, Marta y María, y apóstoles más queridos como Pedro, Juan y Santiago. Cristo dialogó con todas clase de personas; fariseos, saduceos, zelotes, herodianos, discípulos de Juan el Bautista, paganos, recaudadores de tributos, mujeres adúlteras, con centuriones. Jesús, como todos los que pertenecemos al linaje humano, bebió agua, vino y vinagre, usó el aceite, y comió pan y pescado, y durmió. Nos habló del dracma, de los impuestos, del fuego y del azufre, y contempló e hizo mención del trigo, de la cizaña, de la vid, de la higuera, del olivo y de la cebada; y en los textos sagrados se alude como a algo que Cristo conoció: asnos, águilas, bueyes, becerros, camellos, cerdos, corderos, ovejas, gallos, grillos, lobos, pichones, perros, palomas, saltamontes, serpientes, zorros, mosquitos y polillas. Jesús respiró el aire, sintió la brisa, el viento y el huracán, vio el rocío, la lluvia y el granizo, percibió el aroma de las flores, lloró por su patria y por la muerte de Lázaro, y rezó.
Pero he dicho que demostró que era hombre (aunque sin pecado), en el Gólgota. Antes de la crucifixión le desnudaron, para que quienes allí estaban le viesen como a Adán y Eva, luego de comer del árbol prohibido. Y ya en la cruz, no solo mostró su desnudez, sino que flagelado y coronado de espinas, con las heridas abiertas podían contarse todos sus huesos, porque la piel, después de los latigazos del pretorio, había dejado de cubrirlos. David, como nos recuerda la oración de San Ignacio de Loyola, proféticamente puso en boca de Jesús, a punto de morir, estas palabras: “Se pueden contar todos mis huesos”, que es tanto como dar a conocer quién era, no solo con su corazón atravesado, y las llagas de sus manos, de sus pies y de sus hombros, sino con la interioridad de todos sus huesos, que conservó íntegros, pues ni siquiera le quebraron las piernas. (Jn. 19,33).
* * * * * *
Tengo a la vista dos textos brevísimos sobre la estación décima de la “Via Crucis”. Se refiere a Jesús antes de ser crucificado. Uno dice así: “Es despojado de sus vestiduras”, y el otro, en un precioso soneto: “Desnúdante, con mano impía”. Por su parte en el folleto que se publicó con motivo del Día Mundial de la Juventud, se lee: “Jesús queda desnudo ante la plebe”.
No sé si conforme a la ley romana los condenados a morir en la cruz debían ser desnudados por completo antes de crucificarlos, pero lo cierto es que, como nos narran los evangelistas, a Cristo le desnudaron, despojándole de sus vestiduras, haciendo de ellas cuatro partes, una para cada soldado, con excepción de la túnica, que era inconsútil y que echaron a suerte. Puede suponerse el tremendo dolor sufrido por Jesús, cuando al despojarle de sus vestiduras, y de su túnica, alzada desde el cuello, se abrieron más las heridas de la flagelación y de la coronación de espinas (MT, 27, 23, 35; Mc. 15, 24; Lc. 33, 34; Jn. 19, 23-24).
Lo que sí imagino es que Satanás, espíritu maligno, que tentó e hizo pecar a Adán y Eva, es decir, al primer hombre y a la primera mujer, consiguió que ambos se vieran, se sorprendieran y se avergonzaran al encontrarse desnudos. Con ello Lucifer pretendió demostrar así a cuantos fueron espectadores del espectáculo y, a quienes les sucederían en el tiempo, que Jesús era tan sólo un hombre, y que su transfiguración había sido algo que Pedro, Santiago y Juan con loca fantasía inventaron. Por eso, los que iban a crucificar a Jesús, respaldados por Satanás, le desnudaron para demostrar que Cristo no era ni el Hijo de Dios encarnado, ni siquiera el Rey de los judíos, sino un pecador, como Adán y Eva lo fueron en el Paraíso.
Pero Dios es infinitamente más listo y poderoso que Lucifer. Desnudo, crucificado, muerto y sepultado, Cristo resucitó. La muerte corporal quedó derrotada. La victoria de Cristo sobre ella, lo fue de la humanidad. San Pablo se pregunta “dónde está, oh muerte , tu aguijón?”. Y responde: “Si el aguijón de la muerte es el pecado” (1Cor. 15. 55 y 56), Cristo, al redimirnos del pecado, nos garantizó la resurrección corporal en su Parusía y el cuerpo espiritualizado no tiene necesidad de vestiduras, con no la tiene de beber y comer.
* * * * * *
Tomás, el que no creía en la resurrección de Cristo, creyó al ver en sus manos la huella de los clavos, y meter la mano en su costado. Entonces exclamó: “!Señor mío y Dios mío!”(Jn. 20,28); reconociendo que era a la vez hombre y Dios, y que “in ipso inahabitas omnis plenitudo divinitatis corporaliter”, que “en Él habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col. 2,9)
* * * * * * *
Jesús, Dios y Hombre verdadero, eucaristiado, es el que si “le abres la puerta, entra en tu casa y cena contigo. Así podrás sentarte junto a Él en su trono, que es el trono del Padre” (Apc. 3.20). Cristo es la Verdad y la Vida, pero es también el Camino seguro para entrar en el Paraíso. (Jn. 14,6).