¡Viva Cristo Rey!
Ángel David Martín Rubio. Con la solemnidad de Cristo Rey se cierra el Año Litúrgico. Después de haber celebrado todos los misterios de la vida del Señor, se presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la creación. La fiesta litúrgica fue instituida por el Papa Pío XI en la Encíclica “Quas Primas” (11-diciembre-1925) para mostrar a Jesús como el único Soberano a una sociedad que vive de espaldas a Dios.
Se nos recuerda así que Cristo es Rey de las almas, no sólo en su vida personal, sino en su vida social:
— Es Rey de la familia: toma bajo su especial amparo la familia que él funda por medio de un gran Sacramento. Su ley gobierna la conciencia de ambos esposos. Reclama para Sí al niño, que los padres deben bautizar e instruir en las verdades del Evangelio y en los deberes de 1a vida cristiana.
— Es Rey del Estado. La autoridad del Estado viene de Dios. Debe, pues, reconocer vasallaje a Jesucristo, verdadero Dios. Sus derechos han de ser legalmente reconocidos y defendidos, la vida pública ha de ser culto a Jesucristo. La neutralidad religiosa del Estado es un error, una injusticia. Es, sobre todo, intolerable que el Estado dicte y aplique leyes que opriman las conciencias y violen los derechos de la Iglesia. En tales casos, los cristianos tienen el derecho y la obligación de procurar por todos los medios lícitos la abrogación de tales leyes.
Grandes bienes pretende la Iglesia de esta festividad que es:
— Una lección. Contra el laicismo, proclama los derechos de Dios y de Cristo. No hay derecho a prescindir de Dios en la vida individual, familiar y social. Esta fiesta debe recordarnos los derechos de Cristo y nuestros deberes para con ÉI.
— Una reparación. En los Parlamentos y en las reuniones internacionales se guarda vergonzoso y cobarde silencio sobre el nombre y los derechos de Jesucristo, Rey de las naciones. Pero nosotros proclamamos hoy, con alegría, su soberana realeza.
— Una acción. Indudablemente hemos de someternos cada día con más perfección a la soberanía de Jesucristo, procurando personalmente que nuestra conducta se ajuste a su doctrina y ejemplos y socialmente debemos decidirnos a reivindicar todos los derechos de Cristo y de su Iglesia en las leyes y en la vida pública.
Para hacer realidad nuestros deseos acudimos a Nuestra Señora. Que Ella apresure lo que pedimos cada día en el padre nuestro: “adveniat regnum tuum — venga a nosotros tu reino”. Que Cristo reine sobre nuestros corazones, sobre nuestras familias, sobre nuestra Patria —en la que prometió reinar con más veneración que en otras partes— y sobre todos los hombres reunidos en su Santa Iglesia.
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