Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo a la Virgen María, ¿y qué hizo ella con Él? Se apresuró a comunicar la Buena Noticia. Y, al entrar en casa de su prima Isabel, la Escritura nos dice que el niño no nacido –el niño que estaba en el vientre de Isabel– saltó de alegría. Ya cuando estaba en el vientre de María, Jesús llevó la paz a Juan el Bautista, quien saltó de alegría en el vientre de Isabel. El no nacido fue el primero en proclamar la venida de Cristo.
Y, como si no fuera suficiente que Dios Hijo se hiciera uno de nosotros y trajera paz y alegría cuando todavía estaba en el vientre de María, Jesús murió, además, en la Cruz, para mostrarnos aquel amor más grande. Murió por ustedes y por mí, y por el leproso, y por ese que se está muriendo de hambre, y aquel que yace desnudo tendido en la calle, no sólo en Calcuta, también en África, y en todas partes. Nuestras Hermanas sirven a estos pobres en 105 países de todo el mundo. Jesús insistió en que nos amáramos los unos a los otros como Él nos ama. Jesús dio su vida para amarnos. Puede que en nuestra propia familia haya alguien que se siente solo, que está enfermo, que está preocupado. ¿Estamos ahí? ¿Estamos nosotros ahí, con ellos, o nos limitamos a dejarlos en manos de otros para que cuiden de ellos? ¿Estamos dispuestos a dar hasta que nos duela para estar con nuestra familia, o anteponemos nuestros propios intereses?
Me sorprendió ver en Occidente tantos chicos y chicas entregados a la droga. E intenté averiguar por qué sucede eso, cuando en Occidente tienen más cosas que en Oriente. La respuesta fue: «Porque no hay nadie en la familia para recibirlos». Nuestros hijos dependen de nosotros para todo: su salud, su alimentación, su seguridad, que lleguen a conocer y a amar a Dios. Para todo eso, nos miran con confianza, esperanza y expectativa. Pero, a menudo, el padre y la madre están tan ocupados que no tienen tiempo para sus hijos, o quizá, ni siquiera están casados o han abandonado su matrimonio. Así que sus hijos van a la calle y se enganchan en las drogas o en otras cosas. Estamos hablando del amor al hijo, que es donde el amor y la paz deben comenzar. Éstas son las cosas que rompen la paz.
Pero siento que el mayor destructor de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra contra el hijo, la muerte directa de un niño inocente, asesinado por su propia madre. Y si aceptamos que una madre pueda matar incluso a su propio hijo, ¿cómo vamos a decirles a otros que no se maten entre ellos? ¿Cómo convencer a una mujer de que no aborte? Como siempre, debemos convencerla con amor y recordarnos a nosotros mismos que el amor significa estar dispuesto a dar hasta que duela. Jesús dio incluso su propia vida para amarnos. Así pues, a la madre que esté pensando en el aborto se le debería ayudar a amar, es decir, a dar hasta que duela sus propios planes o su tiempo libre, a respetar la vida de su hijo. El padre de ese niño, quienquiera que sea, también debe dar hasta que duela.
Con el aborto, la madre no aprende a amar, sino que mata incluso a su propio hijo para resolver sus problemas. Y, con el aborto, se le está diciendo al padre que no tiene que asumir ninguna responsabilidad por el niño que ha traído al mundo. Es probable que el padre ponga a otras mujeres en la misma situación. El aborto lleva, pues, a más aborto. Ningún país que acepta el aborto está enseñando a su pueblo a amar, sino a usar cualquier tipo de violencia para conseguir lo que quieren. Ésta es la razón por la que el aborto es el mayor destructor del amor y la paz.
Beata Teresa de Calcuta
de Madre Teresa, de Leo Maasburg (ed.Palabra)