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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

¿Batallas perdidas?

Manuel Parra Celaya.  Clase de 2º de la E.S.O. Explico someramente  (de acuerdo con el nivel…y las circunstancias) que los idiomas evolucionan, las palabras se transforman, pueden devenir en arcaísmos y desaparecer; que otras nacen y se llaman neologismos, que a veces es imprescindible aceptar “préstamos” de otras lenguas… Entre los ejemplos, cito la voz Latinoamérica e informo a la grey infantil que es un “invento” francés del siglo XIX, cuando nuestros vecinos del norte se vieron obligados a justificar su presencia en México para colocar en su trono a Maximiliano; les hago notar cómo ese concepto, falaz desde un punto de vista histórico ha conseguido desplazar a vocablos más exactos como Iberoamérica o Hispanoamérica  (omito, en razón de la edad de mis oyentes y del lugar, el uso que ha hecho de la palabra espuria la progresía ¡ y la propia Iglesia Católica!).  

     Se levanta una mano al fondo del aula: un alumno, incorporado tardíamente, mayor que el resto, de inequívocos rasgos mestizos  -y que, por cierto, ya ha catalanizado su nombre de pila-. Me pregunta: “¿Y eso qué es?” Le explico pacientemente que Hispanoamérica representa la labor española en América, que implicó conquista, colonización, mestizaje, del que él es una muestra. Su respuesta es categórica: “Los españoles vinieron a América para robarnos el oro y violar a las indias”. Me muerdo la lengua para no contestarle: “¿Y porqué has venido tú a España?” y le hago la merced de responderle con una sonrisa y el viejo chascarrillo: “En todo caso, serían tus antepasados los que robaban y violaban, porque los míos no se movieron de aquí”. Adiós “programación de aula” y demás previsiones del día; me parece más urgente aclarar las cosas y extenderme un poquito sobre la labor de España por aquellas tierras.
 
      Al finalizar la clase, le comento lo ocurrido a un compañero y me da su opinión: “Es una batalla perdida”. Me pongo a pensar cuántas supuestas “batallas perdidas” estoy librando en mi vida, en todos los ámbitos, y, por asociación de ideas, me viene a la memoria una escena de “Lo que el viento se llevó”. Recuerden: de fondo, Atlanta en llamas; Rhett Butler (en realidad, Clark Gable, con su bigotito, su mechón despeinado, su sonrisa de seductor y sus orejas descomunales) conduce un carro donde lleva a la pobre Melania de parto y a la bruja de Scarlett O´Hara (a quien yo hubiera hecho fusilar por un pelotón de soldados grises o azules a la media hora de película, por cierto).Él anuncia, revólver al cinto, que va a luchar por el Sur; ella responde que la guerra está perdida; “el orejas” pontifica: “Me encantan las causas perdidas”, y le estampa un beso de tornillo de los que hacen época.
 
       Desde que las teorías de Lenin y de Gramsci campearon a sus anchas por la Europa derrotada, la deconstrucción del lenguaje y del concepto ha sido un hecho; ya sabe el ilustrado lector cómo hallaron eco a través de la Escuela de Frankfurt en su dorado exilio norteamericano y, desde allí, cómo retornaron a la vieja Europa desorientada. Pero la teoría es exacta: el lenguaje conforma el pensamiento y no al revés; cambiemos el sentido de la palabra o la propia palabra, deconstruyamos los conceptos tradicionales y cambiará la mentalidad de las gentes, convenientemente sometidas a la acción de intelectuales propios o afines. Más modernamente, los ingenieros sociales se encargan de una planificación concienzuda de las tareas de deconstrucción.
 
     Será por llevar la contraria, pero, en frase castiza, no me da la real gana¸ en cuanto escucho la voz reconstruida de marras, sea cuál sea, echo mano de mi poca o mucha erudición para precisar las ideas. Últimamente, uso y abuso de esta cualidad o defecto para explicar urbi et orbi que se debe decir separatista y no independentista (no se olvide que vivo y sufro en Barcelona). El compañero de tertulia ocasional me mira con sorpresa, pero sé que mi mensaje ha sido entendido en una mayoría de casos; en otros, será como si hablase a una pared, porque, inmediatamente, los medios de difusión del Sistema echarán al olvido mi reflexión.
 
     ¿Qué ocurriría si todos hiciéramos lo mismo –reconstruir- y nonos limitáramos a decir aquello tan socorrido de “es cuestión de palabras” o “es una batalla perdida”? El efecto podría multiplicarse y más de uno se esforzaría en pensar…
 
       La tarea educativa no es privativa de los sufridos profesores de aula;  es, acaso, un predicar en el desierto. Pero Juan el Bautista tiene su importancia y su fecha en el calendario. En todo caso, se trata de un imperativo ético y, aun poético. Y no me olvido de que también es un importantísimo imperativo social y político para raspar la costra de mediocridad y de mala uva que tiene nuestra pobre España.