¿Era el Papa Francisco más partidario de Cristina Fernández que de M. Macri?
Miguel Massanet Bosch. Si es que nos dejáramos llevar por la imagen del rostro adusto, diríamos que enfurruñado y nada amistoso, con el que el Papa Francisco recibió al nuevo presidente de Argentina, don Mauricio Macri, en la vista que el mandatario argentino rindió al presidente del estado Vaticano; nos llevaría a pensar que, entre ambos, más que cordialidad reinaba una profunda animadversión; más que cortesía diplomática, en el encuentro entre ambos, existía la frialdad gélida de un desencuentro que parece que ya viene de hace tiempo. Diríamos que ha sido una entrevista no deseada por ninguna de las partes, pero inevitable entre dos poderes que forzosamente, si no por amistad personal si por necesidad institucional, deben tolerarse y, en muchas ocasiones, entenderse a pesar de sus enormes diferencias. En honor al señor Macri se ha de decir que, al menos, intentó quitarle hierro a la situación esbozando en todo momento una sonrisa, si no cordial, al menos con la loable intención de disimular la tensión reinante entre ambas personas.
Debemos decir que ya nos causó una gran extrañeza la cordialidad con la que el jefe supremo de la Iglesia católica recibió, en su día, a la peronista viuda de Néstor Kirchner, Cristina Fernández. Entonces lo atribuimos a la mano izquierda del pontífice y al deseo de mantener unos lazos amistosos con la presidenta argentina, en bien de las poco fluidas relaciones iglesia-estado. Sin embargo, ya entonces, tuvimos la percepción de que eran más espontáneas de lo que se podría suponer entre dos estamentos que no se habían caracterizado demasiado por el buen entendimiento entre ambos. El mismo intercambio protocolario de regalos en la visita de la presidenta Fernández estuvo presidido por un clima distendido, diríamos que amistosos y cómplice, algo que, por el contrario, no se ha advertido en la tirante y forzada ceremonia en la que ambas autoridades intercambiaron obsequios. Al parecer, no es esta la primera ocasión en la que Mauricio Macri había intentado visitar al Papa aprovechando una visita que tenía programada a Davos (Suiza). Parecer ser que el Vaticano desistió, amablemente, de recibir al señor Macri. Tampoco cuando el señor Macri se impuso en segunda vuela a la señora Fernández el Papa Francisco le envió la habitual felicitación que, en estos casos, los jefes de Estado de las naciones suelen enviar al que ha resultado ganador de las elecciones. No fue hasta que el nuevo presidente de Argentina le remitió al Papa un saludo, como nuevo mandatario de la nación argentina, al parecer con la intención de romper el hielo existente con el Vaticano, cuando Francisco le correspondió con otra salutación.
El encuentro del sábado pasado entre el Papa Francisco y Mauricio Macri fue insólitamente breve, 22 minutos, teniendo en cuenta que, aparte de tratarse de una visita de jefe de estado, en esta ocasión tenía la particularidad de tratarse de un compatriota del huésped del Vaticano, lo que se hubiera prestado a que la entrevista tuviera un doble aspecto de fase protocolaria y de reunión entre compatriotas que, seguro, debían tener muchos aspectos de la política argentina que les hubiera interesado comentar. En un intento de darle sentido al encuentro, el señor Macri declaró ante la prensa que, en la reunión, habían hablado de “narcotráfico y pobreza”. Lo cierto es que, si dejamos aparte el tiempo que duró la salutación y los comentarios habituales sobre la duración y las condiciones atmosféricas del viaje del señor presidente argentino y, el empleado en ofrecerse mutuamente los regalos, poco o casi nada les quedaría a ambos mandatarios para muchos comentarios, aunque se hubieran esforzado en resumir sus opiniones.
No es la primera vez en la que hemos visto en este Papa, sin duda llevado por buenas intenciones y por un afán de defender a pobres y necesitados, entrar de forma abrupta y podríamos decir que poco diplomática en temas de estado de otras naciones, rondando, en ocasiones con la injerencia en temas en los que podría llegar a salirse de su función pastoral para pisar el extremadamente peligroso terreno de la política o de la puesta en cuestión de sistemas de gobierno que han llevado funcionando durante cientos de años, siempre respetando la libertad religiosa, a la vez que reclamando que se respeten las competencias civiles de los distintos métodos de gobernación vigentes en cada país, con la excepción, de aquellos basados principalmente en totalitarismos o en dictaduras absolutistas en las que los ciudadanos están sojuzgados por regímenes antidemocráticos.
Algunos recordamos la repulsa hacia el sistema capitalista, manifestada en público, por parte del propio Papa Francisco, expresada de forma extremadamente dura, cuando es evidente que no se le puede achacar a dicho sistema, de forma indiscriminada ¬¬–aún aceptando que, como sucede en la mayoría de sistemas, puedan existir quienes se valgan de él para explotar al pueblo o a quienes, el afán de poder o riquezas, les lleva a cometer excesos intolerables que puedan repercutir en contra de los legítimos derechos de las clases menos favorecidas –, el ser un sistema malo y pernicioso para el desarrollo de las naciones. Curiosamente, no parece que ningún otro tipo de gobierno haya favorecido tanto el desarrollo industrial, económico(público y privado) y la creación de puestos de trabajo, al ser el que más favorece a los emprendedores que ponen en juego su propio capital para montar empresas que, a la vez, necesitan de trabajadores para que puedan funcionar.
Sin este afán emprendedor, sin que los empresarios saquen rendimiento a su inversión y sin que exista la libertad de mercado, ninguna nación ha conseguido que, con otros sistemas, como es el caso del comunista, este tipo de gobiernos haya logrado jamás crear el bienestar entre la población más necesitada, como ha sucedido en la propia Argentina y tenemos los ejemplos del caso de Venezuela y Bolivia en los que una política, de tipo bolchevique, no parece que haya conseguido acabar con las necesidades y la miseria de sus gentes. No le negamos al actual pontífice el haber actuado dentro del Vaticano en contra de los vicios ancestrales que, tradicionalmente, se habían escondido durante siglos detrás de sus paredes.
Ha intentado poner orden en la curia romana, privándoles de costumbres discutibles que se habían convertido en endémicas, ha puesto orden en las cuentas vaticanas( recordemos el famoso banco Ambrosiano) y ha establecido (quizás impelido por las continuas denuncias de una sociedad que ya no se calla los vicios de quienes los gobiernan o se amparan en sotanas para esconder conductas repugnantes) lo que se conoce como tolerancia 0 en todo lo que hace referencia al tema de la pederastia o la riqueza, en ocasiones demasiado ostentosa, de algunos de los llamados pastores de la Iglesia católica. Pero hay una parte de la feligresía, una parte importante de creyentes que, estos cambios tan bruscos, esta aparente complacencia con lo que, durante siglos, ha sido duramente condenado por la Iglesia romana, como es el caso de los homosexuales y lesbianas o lo que parece ser un cambio de rumbo en lo que hace referencia al divorcio, respecto al cual parece que se está en disposición para que la curia romana o los propios obispos, en sus respectivas diócesis, puedan dar facilidades para las rupturas matrimoniales y para la aceptación de las llamadas parejas de hecho o, quien sabe, si se consentirá que contraigan nuevas nupcias personas divorciadas; les produce inquietudes, les hace dudar en su fe y, en muchas ocasiones, les produce escándalo cuando piensan en que, cuestiones que durante siglos han sido consideradas como graves pecados, castigados como mortales y condenados a las penas del infierno; ahora, en pleno siglo XXI, parece que ya ni se habla de ellos, no se oyen mencionar en ninguna de las prédicas en la iglesias y parece como si se pretendiera evitar mencionarlos.
Y la pregunta, señores, es ¿de verdad están en el Infierno todos aquellos que la iglesia fulminó con su condena, por haber cometido tales pecados de impureza? O, con el paso de los tiempos lo que estuvo mal hace siglos, hoy en día debería ser aceptado como permitido y normal. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no acabamos de comprender estos cambios bruscos, esta aparente tolerancia de la Iglesia actual con determinadas cuestiones y, a cambio, la elevación a la categoría de falta universal de cuestiones que, en otros tiempos ( recordemos la actitud de tolerancia con la esclavitud durante los siglos XVIII y XIX o principios del siglo XX), no parecían alarmar en demasía a los católicos de aquellas épocas y tampoco a sus mentores religiosos. En todo caso, quede para cada uno, en su conciencia, el opinar sobre este hecho innegable de que, hasta los Papas han cambiado y parecen dispuestos aceptar doctrinas, como el comunismo, una revolución social que fue condenada duramente por los anteriores pontífices como contraria a la religión cristiana.