¿Hay razones para oponer cristianismo y humanismo?
La Lupa del YA. Cada vez es mayor -y así se ve en polémica anunciada para el Congreso que el Partido Popular va a celebrar este fin de semana, a fin de suprimir el calificativo de "cristiano" de la definición ideológica que se hace de la formación cuya ponencia original, dice que el partido "está inspirado en los valores de la libertad, la democracia, la tolerancia y el humanismo cristiano, y está plenamente comprometido con las necesidades, las preocupaciones y los problemas de todos los ciudadanos"- el interés de contraponer el cristianismo y el humanismo como conceptos excluyentes o incompatibles.
Y nada hay más opuesto a la verdad ni a la naturaleza humana, entendida desde Aristóteles como unión sustancial de alma y cuerpo, que esta pretendida disyuntiva. La creencia central del cristianismo afirma que un Dios, uno y trino, eterno omnipotente y omnisciente, se encarnó en la humilde existencia de un hombre, con la misión de redimir a la humanidad. Con palabras del evangelio de San Juan (3, 16-17) “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Por consiguiente el cristianismo es la religión de la “Palabra de Dios”, “no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo”, como afirma San Bernardo. Así pues para que la que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas.
Esto, que a veces se hace tan difícil de entender, se aclara parcialmente desde la ciencia filológica, que nos enseña que en griego, lengua original de los evangelios Λόγος es un término biunívoco que puede traducirse como “palabra”, en latín “verbum”, y como “conocimiento”, en latín “cognitio” pero también “scientia”. Véase el ejemplo de cuantas ciencias terminan en “-logía”. Así se comprende mejor el principio del Evangelio según San Juan 1, 1 “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.” [ην αρχή ήν ο Λόγος και ο Λόγος ήταν με τον Θεό και ο Λόγος ήν Θεός]. Por eso “Juan , 1, 14 “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” [Verbum caro factum est el habitavit in nobis].
Dios es el ser eterno y subsistente per se, no contingente ni creado, es “el ser” como se definió a Moisés “Yo soy el que soy” y, por consiguiente, la idea, el conocimiento, el Λόγος, que Dios tenga de Sí ha de ser un conocimiento generado por toda la eternidad y engendrado en la mente divina de iguales características –de la misma naturaleza o consustancial- y a este Conocimiento, se le llama Λόγος [Verbum] y se corresponde con la segunda Persona trinitaria. Con palabras de Leo J. Trese “También se le llama el Verbo de Dios, porque es la “Palabra mental” en que la mente divina expresa el pensamiento de Sí mismo”.
Desde luego, el cristianismo, en cuanto a religión revelada, es algo radicalmente divino y tanto se puede entender en Juan 18, 36 “Mi reino no es de este mundo”, como en la interpretación de San Agustín del mundo como aquello que nos aparta de Dios. Pero al mismo tiempo no puede haber mayor humanismo que el que se da en una divinidad que toma la naturaleza humana para redimir al hombre del pecado original –la soberbia- la misma que impulsó Luzbel, el Ángel caído o “príncipe de este mundo” y tentar a Adán y Eva a querer ser como Dios comiendo del fruto prohibido.
Por ello, no es de extrañar que, ante un Dios que se revela por medio de su creación, Santo Tomás defina la teología como "Ciencia de Dios", cuyo objeto material es Dios o las cosas en cuanto ordenadas a Dios, y cuyo objeto formal o punto de vista es desde la revelación, es decir, estas mismas cosas en cuanto reveladas. Así su objeto material diferencia la teología de las otras ciencias que estudian el fenómeno religioso pero no a Dios mismo. Su objeto formal la diferencia de la teodicea o teología natural, que estudia a Dios desde la razón natural.
En el actual contexto mundial de crisis económica, una crisis a la que nos ha conducido la crisis de valores de unos humanismos de raíz atea nacidos de la ilustración y del marxismo, debería defenderse con especial interés el humanismo radicado en el cristianismo, derivado de la encíclica Rerum Novarum, promulgada el 15 de mayo de 1891 como respuesta a la primera gran cuestión social, donde León XIII examina la condición de los trabajadores asalariados, especialmente penosa para los obreros de la industria, afligidos por una indigna miseria. En ella la cuestión obrera es tratada de acuerdo con su amplitud real y estudiada en todas sus articulaciones sociales y políticas, para ser evaluada adecuadamente a la luz de los principios doctrinales fundados en la Revelación, en la Ley y en la Moral naturales.
Esta encíclica será el referente de otras posteriores como Quadragesimo anno (Pío XI), Mater et magistra y Pacem in terris (Juan XXIII), Populorum progressio (Pablo VI), Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus (Juan Pablo II) que, a partir del magisterio de León XIII, trazan un hilo conductor a lo largo del cual la Iglesia actualiza acordemente con los tiempos, una doctrina social, mencionada por primera vez de forma explícita por Pío XI y que Juan Pablo II hace trascender de la simple ética social o filosofía hasta una rama de la teología moral.
No hay, por consiguiente, ninguna base racional y la persona humana es entendida tradicionalmente como una substancia individual de naturaleza racional, para querer oponer, como algunos dirigentes populares van a hacer, los términos humanismo y cristianismo, como antagónicos, excluyentes o disyuntivos hasta la pretensión de negar la existencia de un humanismo de inspiración cristiana. Ante quienes así piensen, bien pueden oponerse como desagravio la oración contenida en los celebérrimos versos de nuestro Jorge Manrique: "Tú que, por nuestra maldad, / tomaste forma servil / e baxo nombre; / tú, que a tu divinidad / juntaste cosa tan vil / como es el hombre; / tú, que tan grandes tormentos / sofriste sin resistencia / en tu persona, / non por mis merescimientos, / mas por tu sola clemencia / me perdona".