¿Iguales ante la ley?, puede; ante los medios y ciudadanos, no
Miguel Massanet Bosch. Estos días, señores, se vuelve a reproducir en este país lo que en tiempos de los emperadores romanos tenía lugar cuando se producían las grandes celebraciones o los dirigentes creían que el pueblo necesitaba descargar su disgusto, haciendo que lo encauzaran hacia los gladiadores, malhechores, cristianos y demás “entretenimientos” que se prodigaban en las arenas de aquel gran circo romano. Un pueblo que parece necesitar encontrar a un chivo expiatorio o como se les atribuía a los Caballeros Templarios por los inquisidores del rey de Francia Felipe (el hermoso), un Baphomet (una especie de ídolo o deidad) al que adoraban y confesaban sus culpas, entre las que se incluían la sodomía y sacrilegios sobre la cruz de Cristo. Lo cierto es que, el circo mediático y la expectación que ha levantado la cacareada comparecencia de la Infanta Cristina para prestar declaración ante el juez Castro, no tiene parangón con nada como no sea la final de la copa del Mundo de fútbol o la elección del presidente de los EE.UU. El pueblo quiere morbo y la prensa y la Justicia se lo da.
Se trata de la segunda hija del Rey y de su esposo el señor Iñaki Urdangarín que, evidentemente, según señalan todos las pruebas hasta ahora puestas en conocimiento de los ciudadanos, presuntamente cometieron varios delitos valiéndose del nombre de SM el Rey y en concomitancia con un socio (Torres) que, al parecer fue el que ideo el “negocio” y quien lo dirigió. Lo primero que a los españoles se nos ocurre pensar es ¿qué necesidad tenían los antiguos Duques de Palma de meterse en semejante berenjenal? Dos personas jóvenes, ricas, de buenas familias, con buenos sueldos y gozando de muchas de las prerrogativas que el resto de ciudadanos ni sueñan con tener. Se dice que el rey Juan Carlos ya había advertido a su yerno ya en el 2006, indicándole que debía dejar este tipo de actividades; se dice que hubo un momento en el que desde la Zarzuela se le enviaba a presuntos clientes, se dice, se dice…
La chulería del señor Urdangarín a su llegada a los juzgados le gana la antipatía de la mayoría de ciudadanos; los recursos de los abogados de la infanta, su aparente pretensión de estar en un plano superior al resto de los mortales, sus triquiñuelas legales, el hecho de que el señor Roca, su abogado, sea un conocido defensor del separatismo de Catalunya y las sospechas de que, incluso en Hacienda, hayan habido presiones, se hayan modificado informes y se hayan dado por buenas facturas que al parecer eran falsas; han contribuido a crear sospechas de que, lo de la igualdad ante la Ley, no tenía, en este caso, la apariencia de ser cierto.
Ciertas manifestaciones del Presidente del Gobierno; una rocambolesca y bien alimentada polémica entre distintos medios de comunicación y programas radiofónicos sobre un tema tan pueril como era el que si la infanta debía bajar a pie o en coche la rampa de acceso a los juzgados. Incomprensiblemente, esta cuestión ha dado lugar a que corrieran ríos de tinta y que, hasta los partidos políticos, hayan querido dar su cuarto a espadas sobre ello. Una desorbitada y, a mi criterio, improcedente parafernalia en torno a las medidas de seguridad precisas para garantizar la protección de la Infanta, de tal modo que ha dado la sensación de que, a esta declaración, se le ha querido dar una importancia y una trascendencia que sólo se sustenta por tratarse de una infanta pero que, en realidad, son muchos los que, a diario, tienen que pasar por dicho trámite, sin que esto produzca ninguna sorpresa, alarma ni preocupación en la ciudadanía.
Demasiado bombo, demasiada presión política y mediática sobre un simple juez, el juez Castro que, forzosamente, se ha debido sentir controlado, vigilado, agobiado, presionado y, si me apuran, amedrentado, por el peso de tanta responsabilidad que, sin duda, sobrepasa lo que se le puede exigir a un simple juez que ha intentado que se hiciera justicia y que, por ello, se ha ganado las reconvenciones del fiscal Horrach, las críticas de las instituciones, la animadversión del Gobierno y todo el peso de la influencia de la Casa Real que, sin duda, habrá movido todos los hilos a su alcance, sin duda muchos, para intentar librar a la infanta de ser imputada por tan desagradable tema de manipulación de influencias y estafa.
¿Es este el trato que reciben todos los citados a declarar?, ¿se puede considerar que, este exagerado despliegue de abogados de primera fila es algo normal y le puede ocurrir a cualquier ciudadano?, ¿cómo se puede entender que, una persona que alega que no conoce nada de los negocios de su marido, declarándose inocente; necesite una semana de reuniones con sus abogados, simplemente para decir la verdad?, ¿ no da todo esto la sensación de que de lo que se trata es de aleccionar a la infanta para utilizar los chanchullos, los vericuetos legales o las habilidades jurídicas para sacarla del apuro, sin que su declaración afecte a la defensa de Urdangarín?
Lo que cuesta de entender, salvo que la infanta Cristina resulte ser una pésima ama de casa, es que se empeñe en querer hacernos creer que ignoraba que los trabajadores de su propia casa estaban contratados por la empresa de su marido; que no sepa de donde salía el dinero para comprarse el palacete de Pedralbes; que no se enterara de que las comuniones de sus hijos las pagaba otros y que diera por bueno el que su marido, en sólo unos pocos años, en momentos de crisis inmobiliaria y con una simple empresa de prestación de servicios: de estudios, asesoramiento y propaganda, consiguiera amasar la fortuna que le permitía llevar el principesco tren de vida del que ella participó. La princesa es una persona instruida, sabe idiomas, trabaja en La Caixa y es todo lo contrario a lo que eran aquellas viejas damas incultas, que se dedicaban a cocinar y hacer ganchillo sentadas en sus mecedoras, mientras cotilleaban con sus amigas. La Infanta pertenece a las nuevas generaciones y no le es ajeno lo que es una sociedad mercantil, ni lo que significa pertenecer al organigrama de la fundación Noos, siendo, como es, copropietaria al 50%, junto a su marido, de la sociedad Aizoon, de la que ha sido secretaria de la Junta.
Nos preguntamos si no sentiría curiosidad cuando, a través de esa empresa, la infanta habría recibido la mitad del millón de euros que Aizoon facturó a Noos. Cuesta creer que pasaran por sus manos unas cifras tan importantes sin que se interesara en saber el origen de tales cantidades y no le preguntara a su marido sobre ello. O era muy cándida o muy despreocupada o una émula de doña Juana la Loca, convertida en una fanática por el amor hacia su esposo; y a uno, por la experiencia que lleva acumulada de la vida, le cuesta mucho creer que la infanta Cristina fuera ni lo primero ni lo segundo ni lo tercero. Un feo asunto para la Monarquía española. Por desgracia para su prestigio, la ciudadanía ya ha dictado su veredicto; independientemente de que la infanta fuere o no encausada. La fe de los españoles en la Justicia está bajo mínimos y la forma deplorable con la que ha sido conducido este asunto de los Duques de Palma, no ha contribuido a que las simpatías del pueblo se inclinen a perdonarles. O así es como, desde mi atalaya de observador, veo como van cayendo uno tras otros los puntales de la Monarquía. Flaco favor le han hecho a don Felipe su hermana y cuñado; claro que, tampoco le ayuda el comportamiento tan independiente de doña Leticia y su innata propensión a hacer su propia voluntad.