¿Por qué profanar la sepultura de Franco?
Luis Gómez, pbro. Cuando se buscan explicaciones para poder comprender acontecimientos que se están produciendo, en el presente, es habitual acudir al pasado. El esperpento de la profanación de la sepultura de Franco, con tintes de astracanada si no fuera por el daño que produce a muchas personas y por el peligroso precedente que supone, hace necesario el retrotraernos, como referencia, a lo sucedido en los tiempos del mal llamado régimen franquista tan denostados hoy por la avasalladora maquinaria propagandística del totalitarismo socialista. Sin pretender agotar todas las explicaciones posibles, expondremos tres.
Una explicación de tipo sociológico sería el complejo de los políticos del sistema actual que no pueden superar el éxito social obtenido por el de Franco en el que la economía nos situó en los primeros diez puestos entre las naciones más industrializados, en el nivel de paz y de seguridad convirtiendo a España en uno de los países más envidiados, y en la sanidad considerada una las mejores del mundo amén de todas las obras de viviendas sociales, pantanos, hospitales...y todo ello con menos medios que los gobiernos de los últimos cuarenta años.
Una segunda explicación podría ser de carácter psicológico que encuadraría a esa minoría activa de ideologizados que, sin haber sido testigos ni de la guerra civil ni de la postguerra, no pueden perdonar la victoria histórica de Franco, por ser la única en el mundo, sobre el comunismo ni, mucho menos, su triunfo en la paz que le llevó a morir en una cama de la Seguridad Social creada por él y querido y respetado por la gran mayoría de la población en la que destacaba toda una clase media generada durante sus sucesivos gobiernos.
La tercera, la más importante, entraría dentro del ámbito de lo espiritual. La religiosidad católica de aquella época generó una gran estabilidad en las familias, fundamentada en el matrimonio que, a su vez, se trasladó al conjunto de la sociedad. Dentro de esta dimensión, lo que menos se perdona a Franco, y aquí entra la acción del maligno, es la cantidad ingente de almas que están en el cielo gracias a un ambiente social de santidad en el que la honradez, la fidelidad, la honestidad y las virtudes, en general, eran fomentadas en todas las edades y capas sociales así como combatidas todas las depravaciones derivadas de los atentados contra la vida como el aborto, la pornografía, el juego, la droga y un largo etcétera. Hasta en su intervención en nombramientos de obispos, si tenemos en cuenta los que están en proceso de canonización, podríamos decir que su acierto con los candidatos, guiado por el bien de la Iglesia, era mejor que el de algunos nuncios.
La virulencia con la que se ataca la memoria de Franco no queda explicada del todo ni por su éxito social ni por su victoria sobre el comunismo sino más bien por su lucha y triunfos contra el maligno y toda su cohorte de discípulos, bastantes de ellos masones, presentes en la política y en los centros de poder, ayer vencidos en España y hoy gobernando en casi todo el mundo. Para el dominio total de la situación, además del pensamiento único, era necesario un signo que borrase derrotas del pasado y que, admitido por todos los poderes, representase un paso importante en el triunfo de las tinieblas. De ahí la urgencia de gobierno respaldada por las prisas de los tribunales incluido el de Estrasburgo.
No obstante, los secuaces del mal nunca aprenden de la temporalidad de sus pírricas victorias pues las puertas del infierno no prevalecerán como ellos mismo deberían de saber.