¿ZP va a poner la directa?
Miguel Massanet Bosch
Cuesta creer que, toda la parafernalia y las esperanzas que parece que algunos habían puesto en esta improvisada reunión de las grandes empresas de este país con ZP, haya quedado reducida a poco menos que nada. Quiero decir que, si todo lo que se ha conseguido sacar de Zapatero es que reactive y apresure la puesta en marcha de aquello que se acordó ya hace tiempo, a instancias y presiones de la CE, de Obama y hasta de la China, consistente en el compromiso del Estado de poner coto a sus gastos, la reestructuración del sistema de pensiones y una reforma en profundidad del mercado laboral; es evidente que no hacía falta tanta expectación ni haberle dado tanto boato. Aún tomando a beneficio de inventario que sea real que ZP haya decidido imprimir más dinamismo a las reformas acordadas, debemos recordar que esta posición de nuestro Presidente no se conjuga muy bien con el acuerdo de hace unos pocos días por el que se retrasó hasta marzo o abril del próximo año el convocar al Pacto de Toledo para poner sobre el tapete la tan cacareada reforma de pensiones; tampoco parece que se haya tratado en profundidad ni, tan siquiera, se haya entrado a fondo en el tema de la productividad, algo que quedó fuera de los famosos avances en cuestiones de índole laboral y que, no obstante, se puede considerar como uno de los elementos básicos para que nuestras empresas puedan alcanzar las cotas de competitividad que, hoy en día, exige el mercado internacional, para que podamos exportar fuera de España.
Es posible que alguien ponga sus esperanzas en esta nueva Comisión Nacional de Productividad, como si se tratase de la piedra filosofal que pudiera, mágicamente, poner en orden y desarrollar un nuevo sistema productivo que consiga sacar del anquilosamiento tradicional de los rendimientos del personal de nuestras empresas. Son muchos los años, miles los convenios colectivos y cientos de miles de horas de discusión con los sindicatos y los representantes de los trabajadores, intentando convencerles de que el salario, al menos una parte importante del mismo, tiene que estar íntimamente relacionado con un mayor esfuerzo y un mejor rendimiento de los trabajadores; para que el coste de los productos no esté lastrado, además de por el impacto de las materias primas, la amortización de la maquinaria, los gastos de transporte y almacenaje o los gastos generales de la empresa, por el excesivo peso del componente integrado por un abultado coste salarial de su producción. Por otra parte, todos sabemos los resultados de estos inventos que fijan y confían la resolución de aquellos problemas insolubles, mediante la creación de nuevas comisiones ad hoc que, para empezar, comienzan por la creación de un nuevo organismo de carácter público con todos los aditamentos de personal, instalaciones, ubicaciones y demás costes de instalación y mantenimiento, sin que los resultados que se piensa conseguir estén garantizados. Lo peor sería que todo acabase siendo repetición de estos entes inútiles y gravosos y burocratizados que contribuyen a aumentar los enormes gastos de la maquinaria del Estado. Aún en el supuesto optimista de que consiguieran resultados aceptables respecto al modo de mejorar la productividad laboral de nuestras empresas, surgiría lo de ¿quién le pone el cascabel al gato? Cuando, ni los Sindicatos ni los trabajadores, aceptaría de buen grado que se les impusieran nuevos sistemas de rendimiento que alteraran los que existen, de facto, en los convenios colectivos.
Claro que, si se trata de vender la pieza, antes de cobrarla, a los observadores internacionales; que nos están vigilando con lupa, temerosos de que España acabe siendo la guinda de este enorme pastel de problemas en el que se han convertido Grecia, Irlanda, Portugal; no entendemos como no han ampliado el abanico de convocados, incluyendo en la reunión a esta parte esencial en toda economía y básica para las grandes empresas, que es el sector de las pequeñas y medianas empresas. Se ha hablado, también, de la evolución del sistema financiero español, de la finalización de las fusiones entre cajas de ahorros; un proceso que parece que el Gobierno da por finiquitado y que dice que estará solucionado a finales del corriente año. Sin embargo, no acabamos de ver claro el porqué, los balances de la banca, no se hayan actualizado a sus valores actuales y sigan valorados según las evaluaciones que se tenían registradas anteriormente al deterioro del sector inmobiliario.. Sí, ya sabemos que, el Banco de España, ha obligado a los bancos y cajas a establecer reservas especiales, para cubrir las posibles devaluaciones pero, sería conveniente, para la debida transparencia de las cuentas de dichas entidades, que se regularizaran cuanto antes estas diferencias.
No sabemos si –sea porque no han hablado de ello o porque no han querido hacerlo –, se ha tratado del problema de la falta de créditos, si se ha valorado los estragos que, esta circunstancia, ha provocado en la economía española y, en especial, entre las medianas y pequeñas empresas, que tan necesitadas están de ellos, y que han sido la carne de cañón de esta crisis; debido, en gran parte, a la tacañería y falta de apoyo de las entidades crediticias, que debieran de haber ayudado a que se sostuvieran.. Y cuando hablamos de créditos no nos referimos, por supuesto, a que los peticionarios necesiten el aval de toda la familia o pignorar todos los bienes para que, por si fuera poco, si se les conceden, deba ser a intereses astronómicos. No sólo los bancos, sino las cajas, se han convertido en intratables y, si otorgan algún crédito, sólo lo hacen a empresas de gran solvencia y envergadura, a empresarios adictos al Gobierno o a aquellos que, les deben mucho dinero y, por ello, se ven en la obligación de asistirles para no perder todo lo invertido en ellas.
Otra operación de maquillaje, evidentemente, destinada a tranquilizar a Europa, que está temblando sólo de pensar que tuviera que apoyarnos en caso de peligro de nuestra estabilidad económica. Faltaría saber si, Zapatero, está en condiciones de cumplir con sus promesas, si es lo suficientemente fuerte para subirse a las narices de CC.OO y UGT para imponerles una reforma drástica del mercado de trabajo y una modificación, por otra parte necesaria, de los sistemas de productividad que con toda probabilidad, no serían aceptadas de buen grado por los trabajadores afectados. Porque, señores, seamos prácticos y veamos en lo que ha quedado aquel proyecto de “economía sostenible” que tan de moda se puso; ¿dónde se ha visto una mejora en el empleo? Seguimos dando palos de ciego, apoyando el carbón de Asturias cuando nuestras empresas eléctricas habían cambiado sus instalaciones para dejar de utilizarlo. Si hablamos del sector de aprovechamiento de la energía solar, nos encontramos que, contrariamente a lo que sería previsible, la mayoría de empresas que se han dedicado a ello no han resultado rentables y, por otra parte, las subvenciones que venían recibiendo del Estado han sido recortadas radicalmente. ¿En dónde no encontramos pues? En Alemania siguen apostando por la energía nuclear, no porque les entusiasme, sino debido a que les es más rentable mantenerlas en funcionamiento y prolongar su vida útil, antes que el meterse en nuevas aventuras con otras hipotéticas fuentes, que todavía no se sabe el rendimiento real que van a dar. Y existe otra cuestión y es la del coste de instalación de muchas de estas energía renovables, que alcanza cotas que hacen dudar de su efectiva rentabilidad y ello sin contar el número de parados que se producirían en el caso de que se sustituyeran las actuales fuentes de energía por estas nuevas. Mucho nos tememos que estemos ante un nuevo episodio de huida hacia delante. Dios quiera que no sea así.