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Mater Dei - 13 de Septiembre

“Bienaventurados los pobres de espíritu” (Mt 5,3)

Mater Dei. Bienaventurados los pobres de espíritu” (Mt 5,3)
Se trata de la primera bienaventuranza que proclama el Señor a la multitud que le escucha. Si Jesús empieza por ella, será por algo. Hay una pobreza espiritual y una pobreza material. Esta segunda nos habla del necesario desprendimiento de las cosas, del afán por poseer, y de las compensaciones que llenan nuestra vida cuando nos falta lo importante: nuestra relación con Dios. Todo en la vida es relacional... nuestra familia, nuestros amigos, nuestro trabajo. Pero también lo es ese "pequeño" mundo nuestro donde damos cobijo a toda una retahíla de objetos o afectos, pues necesitamos percibir todo eso como algo nuestro, es decir, exigiendo seguridades a nuestra falta de vida interior. Vivir el desprendimiento material por las cosas o las personas no es mostrar desgana ante ellas, sino poner cada cosa, a cada uno, en el lugar que le corresponde. Esa es la autoridad con la que vivimos nuestro señorío sobre todo lo creado, y que recibimos en herencia, por parte de Dios, para llevar a término su obra creadora.
Por otra parte, la pobreza espiritual es la que nos predispone para las siguientes bienaventuranzas. Es la convicción de nuestra pobreza interior. Es la actitud necesaria para comenzar nuestra auténtica vida en Dios. Es ese vacío inmenso que experimentamos en nuestro corazón, porque sólo existe la necesidad de ser llenados por el Espíritu Santo. Y así, cuando la gracia de Dios es percibida en el alma como único bien poseído, entonces todo lo demás es relativo. No es que haya de ser eliminado, sino que todo lo que tengamos ha de estar transfigurado como don de Dios, al servicio de Él y de los demás. Todo, entonces, entrará en relación con ese bien último que es la gloria de Dios. Purificar la intención desde la pobreza de espíritu es, en definitiva, tomar como modelo a la Virgen, nuestra Madre, que se hizo esclava de Dios y, de esta manera, coronar con su humillación la hermosura de la creación. La pobreza de espíritu no es debilidad ni apocamiento, sino la grandeza de todo ser humano que se sabe hijo de Dios, y, por tanto, querido hasta la locura divina.
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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