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Diario YA


 

Il prigioniero y Suor Angélica

“La esperanza como antesala de la libertad” en el Teatro Real

Luis de Haro Serrano

Resueltos favorablemente los problemas de carácter interno que le atenazaban –laboral y fijación del presupuesto de gastos generales para la presente temporada-, el Real vuelve a la programación escénica habitual con la presentación, en una sola sesión, de dos obras italianas del siglo XX: “Il prigioniero” de Luigi Dallapiccolla” y “Suor Angélica” de G. Puccini. Dos obras con muchos puntos comunes, concebidas con un mismo criterio dramático, en las que los protagonistas: un prisionero, víctima de la corrosiva opresión política de la Inquisición y una monja de clausura, tienen que enfrentarse a diversas represiones, la púramente carcelaria de la época y la ideológica de la religión. Ambos viven de manera diferente su particular esperanza, previa a la libertad que, cada uno a su manera, desea. El prisionero pasa sus últimas horas encerrado en una lóbrega prisión de Zaragoza sufriendo la peor de las torturas, la de alimentar una esperanza por su libertad, que nunca le va a llegar, al ser engañado por la sofisticada conducta de sus carceleros. Sor Angélica, una madre soltera, tras siete años de expiación en silencio, solo desea que le llegue alguna noticia del hijo que le fue arrebatado nada más nacer.

Ambas obras son una dura crítica a la religión y a la libertad política donde el aspecto carcelario e inquisidor se funden para torturar a sus víctimas. La historia del prisionero está basada en un resumen de la obra “La tortura por la esperanza” del Conde de Villiers de I’sle Adan. “Suor Angélica” en la obra original del novel dramaturgo italiano Giovacchino Forzano. La producción de “Il Prigioniero” –estrenada en la Opera de Paris el año 2006, junto con la “Oda a Napoleón” de Arnold Schomber, es del Teatro Real, realizada en coproducción con el Liceo de Barcelona.

Dallapiccolla realizó su propio libreto y el de Sur Angélica lo preparó Adami en muy pocos días, muy al gusto de Puccini, que deseaba una obra verista.

Los dos autores concibieron sus óperas con un lenguaje claramente conversacional en la parte vocal. Bastante más lento y menos expresivo en el Prisionero, que en Suor Angélica. Una línea que les resta mucha capacidad teatral., especialmente en Il Prigioniero, donde esa lentitud se sobrelleva solo por el dinamismo de la melodía, realizada con la técnica del dodecafonismo, que ya empezaba a dar sus primeros pasos. A pesar de su dificultad se le considera como una de las obras más conmovedoras del teatro musical de nuestro tiempo. Ingo Metzmacher, director musical, considera que es, además, una obra maestra, lúcida y transparente, que precisa de una perfecta unión entre texto y melodía, que debe transcurrir con la más perfecta armonía. La música de Suor Angélica, igual que las otras dos partes que integran “Il Tríptico”, se realizó en un tiempo record, cuando Puccini estaba inmerso en la composición de su “Turandot”, que no llegó a terminar. El libreto, demasiado sencillo y también poco dinámico, se salva musicalmente gracias a la maestría con que el autor la concibió. Es una auténtica joya que muestra la belleza interior de un alma generosa. Cuando esta canta para manifestar su largo sufrimiento, parece como si el cielo quisiera abrirse para acompañar el dolor de la protagonista. El problema de su música es la dificultad que encierra para interpretar correctamente el atractivo sentido lírico con que la compone.

El equipo artístico
Lluis Pascual, dado el paralelismo dramático que ambos títulos tienen, ha querido hacer para su puesta en escena, un auténtico ejercicio de economía física y espiritual –son sus propias palabras-. De ahí la decisión de utilizar el mismo montaje para ambas, con ligeros añadidos para diferenciar el desarrollo de las acciones de sus diferentes argumentos. Los mínimos, pero muy apoyados por el excelente trabajo del iluminador Pascal Márat.

A pesar de la carencia dramática y la orientación de sus libretos, sin abusar del melodrama en el que era fácil caer, ha realizado auténticos malabarismos con la gran torre de tortura giratoria y rodante, que ha situado en el centro del escenario. Una sibilina creación, llena de ingenio y economía que le ha dado un magnífico resultado.

En la parte musical, verdaderamente difícil, como ya declaró Metzmacher en la presentación, es digno de resaltar su excelente trabajo para ensamblar con la precisión que necesitan texto y melodía. Ha contado para ello con la excelente colaboración de la Orquesta Sinfónica, perfectamente adaptada a las exigencias melódicas de cada obra, tan diferentes por sus necesidadessonoras, dodecafónicas o románticas, siempre muy bien acompañado también por el coro – en esta ocasión reforzado con las voces de los pequeños cantores de la JORCAM. Espléndido en las intervenciones de conjunto.

El bajo-barítono Vito Priante, el prisionero, gracias a su depurada técnica para el canto hablado y sus cualidades escénicas, supo darle cierta vida a la escasa teatralidad que tiene su papel. Déborah Polaski, fue una excelente madre y una genial tía-princesa, por la personalidad de su voz y precisos movimientos. Como dice Metzmacher, tanto la bondad materna como la frialdad principesca adquieren con ella formas de mujer. Verónica Dzhioeva, Suor Angélica, dotada de una voz penetrante, expresiva, con cuerpo y atractiva sonoridad, intervino con una línea de canto muy adaptada al papel de monja que vive la doble esperanza de su deseo, así como la desesperación por el pecado de suicidio que ha cometido. Merecidísimos los numerosos aplausos que el público le dedicó.