Luis de Haro Serrano
El Teatro Real abre con “Lucio Silla” su interesante oferta de títulos previstos para la temporada de ópera 2017/2018. Una indudable obra maestra, tercera de su catálogo con una partitura extensa y muy comprometida para los intérpretes vocales, pero menos ágil dramáticamente que otros títulos posteriores, cuya estructura sonora gira con gran incidencia en los aspectos del recitativo y el aria, desarrollados a través de una atractiva y numerosa sucesión de melodías y concertantes de brillante inspiración, que recuerdan el fluido estilo de Bellini, avanza las atractivas formas del belcantismo, así como la profundidad con que Beethoven preparó el primer acto de su Fidelio. Una música exquisita procedente de la increíble imaginación de un joven con solo 16 años, muy significativa para el comienzo de una temporada tan especial en la que se recuerdan dos importantes celebraciones -la reapertura del Teatro tras sus 75 años de silencio operístico y los doscientos de su fundación ordenada por el Monarca Fernando VII-. Lo hace con una producción propia que sube por primera vez a su escenario, procedente el Liceo de Barcelona, creada por el director Claus Guth, coproducida inicialmente por el Theater an der Wien y el Festival de Wiener Festwoschen. Un título que, a pesar de sus valores, incomprensiblemente, no ha subido todavía a su escenario. Su estilo representa un claro avance respecto a su título precedente, “Mitridate, Rè di Ponto”, que goza de una preparación más sólida y madura. En ella Mozart adopta el modelo de "ópera seria" en tres actos que estaba despetando ya gran atención en Europa.
Mozart empezó a prepararla cuando se encontraba en Salzburgo con su padre, viajando a finales de 1772 a Milán para concluirla en el periodo record de tres meses, basándose en el libreto de Giovanni de Gamerra. Su estreno tuvo lugar el 26 de diciembre de 1772 en el Teatro Regio Ducal de Milán.
Como era característico en él, adaptó inicialmente la partitura a la calidad de los cantantes que la iban a estrenar, pero como el tenor elegido en primer lugar para desarrollar el principal papel se puso enfermo de repente y el sustituto que se pudo encontrar era un cantante bastante mediocre, tuvo que reescribir esta parte confiándole solo dos arias muy aligeradas vocalmente, pero cargando poderosamente su peso en la orquesta y en los demás protagonistas que tienen que afrontar unas dificilísimas tesituras asequibles únicamente a dos grandes virtuosos como eran la soprano Anna de Amicis Buonsolazzi y el castrati Venanzio Rauzzini, hombre de gran cultura dotado de una exquisita técnica vocal para quien, poco después, escribiría el motete "Exsultate, jubilate", KV 165.Según se cree, su gran dificultad vocal, probablemente, sea la causa de que se represente con tan poca frecuencia.
El estreno alcanzó un gran éxito. Se representó 26 veces para después caer en el olvido, probablemente debido al devastador incendio que sufrió el teatro milanés. En 1975 se reestrenó en Salzburgo, pero en versión de concierto. Como todas sus óperas serias, ciertos pasajes, individualmente considerados, así como la orquestación, son muy superiores a las de otras composiciones contemporáneas.
A pesar de que el aspecto dramático de su trama argumental es muy limitado, el interés general por su desarrollo se mantiene a un alto nivel gracias al atractivo que le proporciona la alta complejidad de sus intérpretes. En ella se refleja claramente el estilo de la escuela napolitana, dotado de una estructura rígida en las arias da capo. A pesar de las críticas recibidas, es una ópera merecedora de subir a los escenarios con mucha más frecuencia de la que actualmente lo hace.
Puesta en escena
La producción de Claus Guth – no considerada como una de sus mejores realizaciones como repetidamente se ha dicho- es la misma que se estrenó en el año 2005, trabajada en esta ocasión como si fuera completamente nueva, centrada, igual que en las dos últimas realizaciones que ofreció en el Real -Parsifal y Rodelinda-, en un escenario giratorio con la pretensión de reflejar con más fluidez las discrepantes y mezquinas beleidades de un caprichoso dictador lleno de dudas y con una auténtica falta de personalidad, partiendo de unos crudos ambientes subterráneos que confunden fuertemente al espectador Su planteamiento escénico resulta bastante difuso, que se agrava por las numerosas incongruencias que se dan no solo en el vestuario sino en otros aspectos más llamativos que contrastan plenamente con el desarrollo de una historia que se centra en un hecho real de la Antigüedad romana. La iluminación de Jürgen Hoffmann, tenebrosa en determinadas secuencias, a pesar de su novedad aportó poco al seguimiento del difícil desarrollo sicológico de su contenido argumental, cuya acción fluye entre lo hipotético y lo abstracto para reflejar los sentimientos de atracción o rechazo que de forma alternativa envuelven a los protagonistas.
Bolton, buen conocedor y admirador de las composiciones de Mozart –se hace también cargo de los escasos pasajes de clavecín de la partitura- ha realizado una cuidada y efectista versión, difícil de encauzar como consecuencia de la ambigüedad del texto de Gamberra, para lo cual ha contado con la eficaz colaboración de la Orquesta titular del Teatro que, desde la vibrante obertura, ha estado muy atenta a sus minuciosas precisiones y matizaciones de tempo y ajuste con el zigzagueante texto literario.
Kurt Streit, como protagonista, por voz y condiciones dramáticas ha sido un convincente Lucio Silla. El conocimiento de este personaje que hace poco –cuatro temporadas- interpretó en el Liceo de Barcelona le han servido de utilidad para superar las duras dificultadas que para él ha diseñado el escenógrafo Christian Schmidt.
La francesa Patricia Petibón (Giunia) –auténtica heroína del evento- es una intérprete dotada de unos valores artísticos muy destacados. Desarrolla una preciosa línea de canto con un legato y una coloratura muy bella, hábil y natural, muy adecuada para los difíciles y numerosos pasajes que su espléndida voz tiene que recorrer, igual que Mª José Moreno, Kennet Traver y Silvia Tro (Celia, Aufidio y Cecilio, respectivamente) han completado un reparto, musical y escénicamente muy compacto.