A finales del pasado mes de junio, Benedicto XVI declaraba inaugurado un tiempo dedicado de manera especial a San Pablo, el “Apóstol de los gentiles”, probablemente uno de los hombres que a lo largo de la historia ha amado con más pasión la Verdad y, una vez descubierta, ha puesto a su servicio toda su persona hasta entregar la vida por ella.
Educado en el judaísmo más estricto, Saulo de Tarso recordará en sus cartas y discursos el tiempo en que vivió anclado en el error, pensando que la salvación estribaba en el cumplimiento literal de la ley: «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy» (Hch 22, 3). Si por algo se distinguió en este tiempo fue por su ardor en la persecución del cristianismo naciente: el día del martirio de Esteban, los testigos pusieron sus vestidos a los pies de Saulo y, poco después, colaboraba en la persecución a los discípulos de Jesús. Su rigor se extendía desde Jerusalén hasta la ciudad de Damasco. Pero es en el camino a esta ciudad cuando el propio Jesucristo irrumpe en su vida, convirtiendo al perseguidor de la Iglesia en el Apóstol que llevará el Evangelio fuera de las fronteras del judaísmo. Él mismo dirá más tarde «Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» (Flp 3, 7-8).
Todo en la vida y en la obra de San Pablo tiene un aire de juvenil pasión por la Verdad que no puede por menos que resultar extraño al mundo en que vivimos. Un mundo que ha renunciado expresamente a la Verdad aunque todavía se toleran y hasta se fomentan algunas prácticas de carácter religioso siempre que se limiten al terreno de lo puramente individual y afectivo o se queden confinadas en el terreno del costumbrismo y del folklore.
Para San Pablo, en el camino de Damasco se inicia una transformación que le lleva a abandonar unas ideas religiosas que tuvieron sentido en otro tiempo pero que después de la Cruz de Cristo han perdido cualquier significado. Por el contrario, los hombres de nuestro tiempo no solamente han dejado de edificar su vida al servicio de la Verdad sino que han renunciado a preguntarse por ella y han construido una sociedad cuyo único fundamento es el más radical relativismo.
¿Caerá derribado nuestro mundo en su propio camino de Damasco? Algunos pensamos que la vieja historia se está repitiendo en lo que San Pablo llamaba «el Israel de Dios».