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Diario YA


 

A propósito de las Olimpiadas

Desde las primeras formaciones sociales de los humanos, ha estado presente el gusto y deleite por manifestaciones grupales de tipo festivo, en las cuales se resaltaban en ritos y cultos diferentes dimensiones del ser social que todos somos. Así se reverenciaban y exhibían distintos símbolos que tenían significado de unión y trascendencia para el grupo, se dotaba de sentimiento de pertenencia al colectivo (favoritismo endogrupal) y se observaba una ceremonia de confirmación y reforzamiento de las actitudes y valores aprendidas por los sujetos de modo individual durante el proceso de socialización.

Los Juegos Olímpicos, desde su concepción más clásica, han sido una ostentación corporal de los más fuertes, de los mejores, de los más aptos. En la Grecia clásica y politeísta se veneraba la imagen corporal y sus manifestaciones más exuberantes y casi divinas como pretexto para competir, para unificar al grupo, y para dar espectáculo al resto, y así entresacarlo de la cotidianeidad y la vida sencilla. Los atletas, los espectadores, y los símbolos tenían una fuerte orientación religiosa, se ofrecían y se ponían bajo el amparo y protección de los muchos dioses que jalonaban la existencia de aquella cultura.
 
El deporte pertenece a la dimensión física del hombre, pero éste se compone de otras dimensiones de igual importancia que la primera: intelectiva, emotiva, creativa y espiritual. En el transcurso de los Juegos Olímpicos a través de la historia, se ha ido viendo su imbricación con variables externas, que desde luego inciden en el ser humano, como son la tecnología, las comunicaciones o los sistemas políticos y económicos que estuvieran en alza. Así pues, hemos ido asistiendo en diferentes aperturas olímpicas la estrechísima unión de su presentación estética y sus vínculos con el poder establecido, y por lo tanto, con la diferenciación ostensible de ese colectivo humano frente al resto. Esta ostentación se hace para diferenciarse, para subrayar lo auténtico y único de cada cultura y sistema de valores y desde luego para que quede patente su poder social, político o defensivo frente al resto de países participantes.
 
El denominador común de estos Juegos de Pekín ha sido el esfuerzo y el silencio de miles de individuos en pro de una meta, sin buscar protagonismo, ni notoriedad. Esta actitud ha sido posible dentro de un sistema social, fuertemente jerarquizado, donde las actitudes de conformidad y obediencia presiden su ábaco de valores. Estas conductas desde occidente se entienden de diferente manera, puesto que se prima lo individual frente a lo colectivo. El individuo oriental se conforma por dos razones muy destacadas para ellos:
 
1.       Por influencia social normativa. Se es más aceptado cuando se trabaja conforme al gran grupo y como uno más dentro del gran sistema político-social.
2.       Por influencia social informativa. Si no existe conformidad, los demás serán testigos de tu exclusión y de marginación del sistema, no pudiendo tener acceso a las fuentes de refuerzo social a las que todos aspiramos.
 
Las características de la conformidad del pueblo chino ante estos festejos, y ante muchos otros de similares características, donde ellos traduzcan al mundo sus valores son las siguientes:
 
·         La fuerza de la situación. A mayor trascendencia de la conducta, mayor conformidad, anulando las ambigüedades y las individualidades o estridencias menores: ejemplo de ello, las represiones del Tibet.
·         Número de personas. A mayor colectivo creyendo en la misma actitud, mayor conformidad. Si consideramos el estado totalitario chino y el número de habitantes, nos resulta fácil y escalofriante observar la garantía de conformismo que tienen ante cualquier requisito de su sistema político.
·         La conformidad es imitativa. Se ha observado en televisión cómo existían cientos de voluntarios que patrullaban por las calles para denunciar a todo aquél sujeto que no imitase la conducta de conformidad impuesta.
 
Pero también existe en el pueblo oriental actitudes de obediencia. ¿Por qué obedecemos?. Primero, por la familia: en estos países orientales la familia, aunque reducida, tiene un poder extraordinario de imposición de normas y transmisión de valores. En ella el individuo debe y tiene la obligación moral de obedecer, convirtiéndolo además en un valor positivo, digno de mantenerse y transmitirse. En segundo lugar, se obedece por las instituciones, las cuales son reflejo del microsistema familiar e imitativas del totalitarismo del estado. Las reivindicaciones y movimientos sociales tienen metas y objetivos bastante diferentes a los occidentales: ejemplo, las huelgas al estilo nipón.
 
¿Por qué se obedece como forma prioritaria en Oriente?. Lo primero es la pérdida de valores internos individuales a favor del grupo dirigente. Un ejemplo de ello es la persecución religiosa en China, puesto que facilita la explosión y liberación de actitudes y creencias individuales. En segundo lugar, se carece de emotividad cuando se obedece. De esta forma, se reduce el campo empático hacia los otros, se desindividualiza y pueden vigilarse unos a otros y aplicar la violencia contra los monjes tibetanos, ya que se ha reducido la variable emotiva. Por último, se reduce la ansiedad de contravenir una norma, "si obedezco al estado no he de tener problemas", luego yo actúo según lo impuesto y me libero de tensión individual: ejemplo de ello es la conducta gregaria y robótica que se observa en sus desfiles y atletas.
 
Mis queridos lectores, me pregunto cómo y dónde serán las olimpiadas de dentro de un centenar de años, si seguimos buscando la excelencia corporal, las marcas imposibles y el "superhombre músculo". Si seguimos avanzando en alta tecnología, pudiendo estar en el instante en cualquier punto del planeta, si desarrollamos sustancias y alimentos que catapulten al hombre robot. Entonces nos alejaremos del espíritu deportivo de encuentro con los otros, de afán de superación dentro de las coordenadas humanas, no tecnológicas, y mucho menos políticas. Como colofón, disfruten de las competiciones, valoren lo característico y único de cada atleta y no olviden que el hombre tiene unos límites, y los pueblos y dirigentes también.
 

 

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